1. Apoyando y armando
por igual a los dos bandos combatientes hasta muy avanzados los conflictos, en
logias y sociedades secretas o reservadas, en las altas finanzas, siempre de
preferente radicación anglo-yanqui, se decidieron las dos guerras mundiales, y
con ellas la muerte de millones de hombres, pero también de naciones e
imperios, de culturas e ideales humanísticos, religiosos, políticos. Y se
consolidó así, hasta qué punto, la tiranía planetaria que por sucesivos conflictos
y guerras acotadas sigue expandiendo hoy su control del mundo.
Una figura decisiva en aquellos sinárquicos trasfondos distribuyó a los
hombres en tres categorías: 1) un pequeño grupo decide los acontecimientos; 2)
otro algo mayor los ejecuta y vela por su cumplimiento; 3) una enorme mayoría
los sufre sin enterarse jamás de lo que en verdad pasó. Al tratar de avizorar
lo que en Ucrania acontece, hay que tenerlo a la vista.
Pues siguen allí operando ante todo las redes mencionadas, con sus supranacionales
instituciones, empresas, ONGs, etc.: académicas, financieras, políticas,
bélicas. Las llamamos atlantídeas (de
la Atlántida pues, más que del Atlántico) y tenemos en cuenta que de hace mucho
le son dóciles numerosas iglesias y confesiones religiosas, y que, desde la
muerte de Pío XII, la romana adquirió entre éstas una relevancia inusitada.
Regente directo de estas redes para Europa es el poder franco-alemán.
Desde 1997 al menos, Brzezinski, atlantídeo notorio, enseña que para
tener el dominio del mundo hay que controlar los “Balcanes asiáticos”, vasta
región extendida desde el sur de Rusia hasta Yemen, y de Ucrania y Turquía
hasta Kasajstán, incluyendo partes occidentales de India y China. Guerras y
conflictos no cesan pues en esa zona, como tampoco las “primaveras árabes” que
le conciernen o la rodean.
Pero el mismo vocero multilateralista de los atlántides subraya que “los
EE.UU. no sólo son la primera y la única verdadera superpotencia global, sino
que, probablemente, será la última”. O sea, traduzcamos, que la nación y el Estado
yanqui tendrán asimismo que desaparecer y seguramente fragmentarse, para que el
atlantidismo, afincado allí, en Inglaterra, en el Vaticano, siga acrecentado su
poder.
Para que ello sea posible, es preciso comprometer a la “superpotencia
global” en guerras y tensiones acotadas donde no le vaya demasiado bien. Y
permitir le surjan adversarios de fuste, como Rusia ahora. Se emulsionan mejor
así las naciones, culturas y pueblos de las franjas en bélica disputa –Paquistán,
Siria, Irak, Ucrania, etc.– y en sucesivas crisis, más fácil resulta su
reblandecimiento, su explotación y su redistribución geopolítica. Pero todo
ello revierte también sobre EE.UU., así en constante erosión.
2. Se explica de
este modo el surgimiento de Putin y la recuperación decisionista de su Estado.
Pero no hay aquí una mera conspiración donde cada actor simule un papel. El ex
KGB, reiterativo en sus solemnes declaraciones de fe en el gobierno mundial,
busca sin duda una cuota mejor en el reparto en ciernes, y combate de verdad y
con eficacia por ella. Aglutina incluso poder religioso, a través del
patriarcado ortodoxo de Moscú. ¿Pues no fue acaso este mismo patriarcado el que
otrora concertó con el poder bolchevique y su poderosa central de inteligencia?
De todos modos el ruso se imposta –ante la disoluta frivolidad promovida
por el Vaticano y la tesitura amenazadora, dubitativa y anarquizante de la
geopolítica de Washington– como un poder tradicional. Defiende la soberanía de
su nación, pero también la siria o la iraní, mientras los otros financian y
equipan, por sí o por mediadores, los terrorismos facciosos que buscan
anularlas. Esboza una defensa de la familia consolidada, mientras los otros
impulsan o abren las puertas a lo que la aborrece. Al entregar a Bergoglio en
Roma un ícono, después de persignarse y besarlo solemnemente, en respuesta a la
mundana maqueta recibida de su anfitrión, hace gala por cierto de una sobria
piedad. Decide sin pedir permiso operaciones militares que ponen orden en
territorios anarquizados, mientras sus oponentes discurren y toleran. Pero todo
sin dejar de invocar a cada paso esta o aquella interpretación de los derechos
humanos, artículo primero de la confesión de fe mundialista. Y rodeado de
bíblicos nómades que le financian el crecimiento del poder que, por ahora, le encarecen.
3. Los “naranjas”,
que con apoyo atlantídeo se le contraponen en el lado occidental de Ucrania,
religiosamente de predominio uniata y por ende particularmente dóciles a los
jesuitas que hoy tienen en el Vaticano más poder que nunca; ellos pues concurren
a entregar sus bienes, su decisión y la gravitante posición geopolítica de su
tierra (ver mapa) a la Unión Europea en la que Merkel se destaca. Pero sin
invocar para eso mundialismo, sino muchos de ellos un nacionalismo cerril,
matizado de nacional-socialismo incluso, como para confundir incautos. Aunque
tan nómades como Ángela parecen ser los más duros de sus promocionados jefes.
¿Quién que sustente como nosotros la Tercera Posición podría
razonablemente dejar de preferir en este caso, como en el de Siria o Irán, las
decisiones rusas?
Salvo que existen los que presentándose como voceros de un sedicente tradicionalismo,
que titulan nacional- bolchevique (sic), aseguran que hoy las opciones de
fondo son sólo dos: 1) el imperio rusófilo encabezado por Putin, imperio que
llaman sacro, cuya geopolítica se
afinca en la tierra, o 2) el atlantismo angloyanqui con su geopolítica del mar,
que la UE europea y los “nacionalistas” ucranios apoyan. Sobre las redes
atlantídeas que tras telúricos y marinos están: niente. Y callan también la geopolítica vaticana.
Nadie podría quedar al margen o del oso que prefiere la tierra, o bien de
la ballena que el mar, aseguran, justamente porque nadie está en condiciones de
conculcar el poder de ninguno de los dos. Y claro que así no dan lugar alguno
tampoco a la Tercera Posición que Perón esgrimía, la que sin pretender abatir
el poder de los que después de 1945 se dividieron ostensiblemente el control
del mundo, buscaba empero, sin respetar esa división, ganar márgenes pequeños y
posibles, en espera de tiempos mejores, y lo lograba.
Cierto que ni en Argentina ni en América se columbra hoy la posibilidad
de algún gobierno que procure con prudencia, decisión y habilidad la
realización política de la Tercera Posición, dentro de la Segunda Guerra de la Independencia que nos concierne; pero eso no
nos priva de pensarla y de exigirla. Como tampoco de precavernos contra los
vendedores de novedades, ni de seguir algún ejemplo ilustre y replicar: —¿Sacro, dijo?— y enseguida tratar de
manotear el revólver, aunque no lo tengamos.
A. C. R
Buenos Aires
6 de marzo de 2014