viernes, 7 de marzo de 2014

UCRANIA Y LAS VARIACIONES DEL MUNDIALISMO



1. Apoyando y armando por igual a los dos bandos combatientes hasta muy avanzados los conflictos, en logias y sociedades secretas o reservadas, en las altas finanzas, siempre de preferente radicación anglo-yanqui, se decidieron las dos guerras mundiales, y con ellas la muerte de millones de hombres, pero también de naciones e imperios, de culturas e ideales humanísticos, religiosos, políticos. Y se consolidó así, hasta qué punto, la tiranía planetaria que por sucesivos conflictos y guerras acotadas sigue expandiendo hoy su control del mundo.

Una figura decisiva en aquellos sinárquicos trasfondos distribuyó a los hombres en tres categorías: 1) un pequeño grupo decide los acontecimientos; 2) otro algo mayor los ejecuta y vela por su cumplimiento; 3) una enorme mayoría los sufre sin enterarse jamás de lo que en verdad pasó. Al tratar de avizorar lo que en Ucrania acontece, hay que tenerlo a la vista.

Pues siguen allí operando ante todo las redes mencionadas, con sus supranacionales instituciones, empresas, ONGs, etc.: académicas, financieras, políticas, bélicas. Las llamamos atlantídeas (de la Atlántida pues, más que del Atlántico) y tenemos en cuenta que de hace mucho le son dóciles numerosas iglesias y confesiones religiosas, y que, desde la muerte de Pío XII, la romana adquirió entre éstas una relevancia inusitada. Regente directo de estas redes para Europa es el poder franco-alemán.

Desde 1997 al menos, Brzezinski, atlantídeo notorio, enseña que para tener el dominio del mundo hay que controlar los “Balcanes asiáticos”, vasta región extendida desde el sur de Rusia hasta Yemen, y de Ucrania y Turquía hasta Kasajstán, incluyendo partes occidentales de India y China. Guerras y conflictos no cesan pues en esa zona, como tampoco las “primaveras árabes” que le conciernen o la rodean.

Pero el mismo vocero multilateralista de los atlántides subraya que “los EE.UU. no sólo son la primera y la única verdadera superpotencia global, sino que, probablemente, será la última”. O sea, traduzcamos, que la nación y el Estado yanqui tendrán asimismo que desaparecer y seguramente fragmentarse, para que el atlantidismo, afincado allí, en Inglaterra, en el Vaticano, siga acrecentado su poder.

Para que ello sea posible, es preciso comprometer a la “superpotencia global” en guerras y tensiones acotadas donde no le vaya demasiado bien. Y permitir le surjan adversarios de fuste, como Rusia ahora. Se emulsionan mejor así las naciones, culturas y pueblos de las franjas en bélica disputa –Paquistán, Siria, Irak, Ucrania, etc.– y en sucesivas crisis, más fácil resulta su reblandecimiento, su explotación y su redistribución geopolítica. Pero todo ello revierte también sobre EE.UU., así en constante erosión.

2. Se explica de este modo el surgimiento de Putin y la recuperación decisionista de su Estado. Pero no hay aquí una mera conspiración donde cada actor simule un papel. El ex KGB, reiterativo en sus solemnes declaraciones de fe en el gobierno mundial, busca sin duda una cuota mejor en el reparto en ciernes, y combate de verdad y con eficacia por ella. Aglutina incluso poder religioso, a través del patriarcado ortodoxo de Moscú. ¿Pues no fue acaso este mismo patriarcado el que otrora concertó con el poder bolchevique y su poderosa central de inteligencia?

De todos modos el ruso se imposta –ante la disoluta frivolidad promovida por el Vaticano y la tesitura amenazadora, dubitativa y anarquizante de la geopolítica de Washington– como un poder tradicional. Defiende la soberanía de su nación, pero también la siria o la iraní, mientras los otros financian y equipan, por sí o por mediadores, los terrorismos facciosos que buscan anularlas. Esboza una defensa de la familia consolidada, mientras los otros impulsan o abren las puertas a lo que la aborrece. Al entregar a Bergoglio en Roma un ícono, después de persignarse y besarlo solemnemente, en respuesta a la mundana maqueta recibida de su anfitrión, hace gala por cierto de una sobria piedad. Decide sin pedir per­miso operaciones militares que ponen orden en territorios anarquizados, mientras sus oponentes discurren y toleran. Pero todo sin dejar de invocar a cada paso esta o aquella interpretación de los derechos humanos, artículo primero de la confesión de fe mundialista. Y rodeado de bíblicos nómades que le financian el crecimiento del poder que, por ahora, le encarecen.

3. Los “naranjas”, que con apoyo atlantídeo se le contraponen en el lado occidental de Ucrania, religiosamente de predominio uniata y por ende particularmente dóciles a los jesuitas que hoy tienen en el Vaticano más poder que nunca; ellos pues concurren a entregar sus bienes, su decisión y la gravitante posición geopolítica de su tierra (ver mapa) a la Unión Europea en la que Merkel se destaca. Pero sin invocar para eso mundialismo, sino muchos de ellos un nacionalismo cerril, matizado de nacional-socialismo incluso, como para confundir incautos. Aunque tan nómades como Ángela parecen ser los más duros de sus promocionados jefes.

¿Quién que sustente como nosotros la Tercera Posición podría razonablemente dejar de preferir en este caso, como en el de Siria o Irán, las decisiones rusas?
 
Mapa incluido por Brzezinski en El gran tablero Mundial, 1997


Salvo que existen los que presentándose como voceros de un sedicente tradicionalismo, que titulan nacional- bolchevique (sic), aseguran que hoy las opciones de fondo son sólo dos: 1) el imperio rusófilo encabezado por Putin, imperio que llaman sacro, cuya geopolítica se afinca en la tierra, o 2) el atlan­tismo angloyanqui con su geopolítica del mar, que la UE europea y los “naciona­listas” ucranios apoyan. Sobre las redes atlantídeas que tras telúricos y marinos están: niente. Y callan también la geopolítica vaticana.

Nadie podría quedar al margen o del oso que prefiere la tierra, o bien de la ballena que el mar, aseguran, justamente porque nadie está en condiciones de conculcar el poder de ninguno de los dos. Y claro que así no dan lugar alguno tampoco a la Tercera Posición que Perón esgrimía, la que sin pretender abatir el poder de los que después de 1945 se dividieron ostensiblemente el control del mundo, buscaba empero, sin respetar esa división, ganar márgenes pequeños y posibles, en espera de tiempos mejores, y lo lograba.

Cierto que ni en Argentina ni en América se columbra hoy la posibilidad de algún gobierno que procure con prudencia, decisión y habilidad la realización política de la Tercera Posición, dentro de la Segunda Guerra de la Independencia que nos concierne; pero eso no nos priva de pensarla y de exigirla. Como tam­poco de precavernos contra los vendedores de novedades, ni de seguir algún ejemplo ilustre y replicar: —¿Sacro, dijo?— y enseguida tratar de manotear el revólver, aunque no lo tengamos.


  A. C. R
Buenos Aires
6 de marzo de 2014

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