martes, 30 de marzo de 2010

CARTA DEL GENERAL PERÓN AL PRESIDENTE JOHN F. KENNEDY


Mr. John Fitzgerald Kennedy: Presidente de los Estados Unidos de América.

Madrid, julio de 1962.



Con motivo del Congreso de la O.E.A., a celebrarse en Punta del Este, República Oriental del Uruguay, donde no se escuchará la voz auténtica del pueblo argentino, he considerado necesario, por intermedio de ésta, en apretada síntesis, hacerle conocer la opinión del mismo.

Hace pocos días, Usted Señor Presidente, ha afirmado con evidente buen juicio, que los problemas latinoamericanos tienen su solución en la Justicia social. Hace quince años, los justicialistas en la República Argentina afirmamos lo mismo y lo hicimos doctrinaria y acabadamente en realizaciones fehacientes. Estados Unidos e Inglaterra colaboraron para que fuéramos derribados del gobierno, donde estábamos, elegidos por una mayoría sin precedentes en la historia política del país. De estas incongruencias suele estar empedrado el camino que conduce al fracaso. Las consecuencias no pueden cambiar porque hayan variado los presidentes de los Estados Unidos y usted debe cargar con el lastre tan negativo de sus predecesores. En los últimos quince años la República Argentina no ha recibido de Norteamérica sino perjuicios, tanto cuando nos bloquearon en 1947 como cuando la invadieron sus compañías petroleras en 1959. Muchas veces he oído a funcionarios americanos preguntarse por la causa de la adversión que los pueblos iberoamericanos sienten por su país y su gobierno.

Esta es la hora de los pueblos

La explicación es demasiado compleja y larga de enumerar aunque implícitamente puede condensársela en pocas palabras: los días que corren comienzan ya a ser la "hora de los pueblos" anunciada por el Justicialismo hace más de quince años; los Estados Un idos hasta ahora se han dedicado a "ganar gobiernos" (o a comprarlos), en tanto Rusia ha tratado de conquistar los pueblos. Los pueblos son los permanentes mientras los gobiernos son circunstanciales. Las consecuencias se comienzan ya a percibir no sólo en Europa, Asia y África, sino también en Latinoamérica. Esa es una de las principales razones para que los pueblos vean en los Estados Unidos a un enemigo, como enemigo es a menudo el gobierno que apoyan, en tanto Rusia gana en los pueblos cada día mayor número de amigos.

Uno de los peores males que azotan al pueblo y al gobierno norteamericano son sus agencias de noticias y sus cadenas publicitarias, que actúan en todo el continente, dirigidas por la Sociedad Interamericana de Prensa (S.I.P.). No es secreto para nadie que tales agencias y cadenas sirven normalmente intereses muchas veces inconfesables y que detrás de su acción publicitaria no hay más que sofismas y falsedades al servicio de tales intereses. Una prédica dañina de tales órganos de opinión ha pretendido, aunque sin éxito, envenenar a la opinión pública contra las tendencias populares y los hombres que lealmente las servían, utilizando la circulación de infundios y calumnias de todo orden mal disimuladas en las noticias que transmiten, sin percatarse del mal que con ello se hacían a sí mismas y a su país. Las consecuencias de tal conducta han recaído sobre los Estados Unidos a quienes se cargan (tal vez injustamente) las culpas de la ignominia de sus órganos publicitarios. Esas agencias y cadenas publicitarias reciben el castigo que corresponde a todos los falsarios: que cuando dicen la verdad, nadie la cree. Sin embargo, el mal está causado porque han conseguido crear un clima ficticio sobre una realidad que es totalmente diferente, induciendo al pueblo y al gobierno norteamericanos en un error que a menudo resulta funesto, desde que el hombre procede tan bien como bien informado está. Cuando el engaño es colectivo el perjuicio es sólo para el engañado y muchos de los errores de la política internacional americana tienen su explicación en ese falso panorama informativo.

El caso de la República Argentina es altamente ilustrativo al respecto: en 1946, con la ascensión al poder del Movimiento Justicialista, se inicia en el país una verdadera revolución social que lleva a su frente las tres banderas que constituyen la aspiración del pueblo argentino: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política. De nuestras inmensas realizaciones materiales están en el país los testimonios más elocuentes, pero lo que constituye nuestro mayor orgullo es la obra social realizada que llevó un país medieval a ser uno de los estados socialmente más avanzados y poseer uno de los standards de vida relativamente más elevados. Gobernamos con la constitución y la ley y el pueblo afirma aún hoy que el gobierno justicialista aseguró diez años de felicidad y el setenta por ciento de la población era justicialista. Hoy, después de seis años de violencia, arbitrariedad y concupiscencia gubernamental, podemos asegurar que ese porcentaje ha aumentado. Sin embargo, una despiadada campaña publicitaria realizada por las agencias norteamericanas de noticias, apoyada por el mismo Gobierno de los Estados Unidos, se encargó de difundir por el mundo las mayores calumnias e infamias contra nuestro régimen constitucional como preparación para una acción revolucionaria que, con suficiente evidencia, sabemos fue costeada, apoyada y dirigida por Gran Bretaña. Durante los diez años de nuestro Gobierno sentimos el ataque permanente y la persecución más enconada tanto del "State Department" como del "Foreign Office", que fueron desde el bloqueo implícito hasta el sabotaje más abierto y descarado. Ahora, nos preguntamos, si ante semejante evidencia, el pueblo argentino y su único gobierno realmente representativo, deben seguir amando a sus detractores y destructores.

El cuartelazo de 1955

Pero ahí no termina todo. En 1955 se produce en nuestro país un "cuartelazo" que tiene evidente mandato foráneo, cuyas consecuencias no podían ser otras que el desorden, el hambre y la miseria que actualmente está sufriendo su pueblo, porque al desgobierno de la dictadura de Aramburu le ha sucedido una banda de asaltantes políticos que constituye el peor azote que recuerda la historia política argentina. La caída del peronismo, producto de la confabulación de la oligarquía capitalista con los intereses foráneos, no ha podido dar otro resultado que el que está a la vista. Cuando en 1955 al decir de nuestros críticos la situación "era mala", poseíamos una reserva financiera de 750 millones de dólares en caja, un encaje áureo de 850 millones de la misma moneda, no teníamos deuda externa y nuestro comercio exterior se desenvolvía con ventaja merced a los convenios bilaterales. Han pasado sólo seis años desde el día en que fuimos despojados del gobierno y, en ese lapso, se han dilapidado la reserva financiera y la reserva de oro y se ha contraído una deuda exterior de más de 3.000 millones de dólares, después de haber desorganizado el país e imposibilitado la comercialización de su producción. Pero eso no es todo: también se ha perdido toda dignidad y como en los tristes días del "Pacto Runciman-Roca", mendicantes argentinos suelen deambular por los despachos europeos y norteamericanos en procura de alguna limosna que lleva implícito una confesión de incapacidad y desvergüenza.

Pero, si en lo internacional la situación económica es mala en lo interno, es aún peor. Mientras nosotros disponíamos de un presupuesto nacional que no pasaba nunca de los 20.000 millones de pesos, que todos los años cerrábamos con superávit, en la actualidad se dispone de uno no inferior a los 135.000 millones que, por falta de financiación, cierra con casi un 50% de déficit, que en los cinco años pasados se ha ido acumulando como deuda fluctuante. Por eso, la deuda interna que en 1955, totalmente consolidada, llegaba sólo a los 11.000 millones de pesos, alcanza hoy cifras imposibles aún de calcular. La circulación monetaria que era entonces de 28.000 millones de pesos, pasa hoy los 130.000 millones y, en consecuencia, el valor del peso ha disminuido a menos de la cuarta parte, a pesar de las inyecciones de dólares, que a manera de aspirinas, se hace todos los días en el mercado de monedas argentino.

Los inconcebibles negociados que llevaron a las concesiones petroleras destruyeron toda posibilidad de resolver económicamente el problema de los combustibles. Bastaría considerar para comprenderlo, que el petróleo cuyo precio internacional no pasa de los diez dólares la tonelada, cuesta en la Argentina alrededor de los 17 dólares en la boca del pozo. Si a eso se le agrega que el gobierno argentino se obligó por contrato a proveer cambio a razón de 40 pesos por dólares (cuando en realidad está sobre los 30 pesos) se podrá apreciar lo que puede resolver la extracción del petróleo argentino. Los servicios financieros que el gobierno argentino debe servir cada año para satisfacer los giros de las empresas extranjeras y las obligaciones contraídas por los aprovechados negociadores del petróleo, es o que está descapitalizando al país y sumiendo al pueblo en la miseria y el dolor. La contrapartida son los empréstitos, remedio que resulta peor que la enfermedad, el peor error que comete el gobierno de os Estados Unidos al concederlos, porque la mitad de su valor se pierde por sobrevaloración del dólar con respecto a su valor adquisitivo, por el aumento de precios producido por falta de licitación internacional, por la pérdida de seguros y fletes y la otra mitad que resta, es generalmente víctima de la codicia de los funcionarios y políticos deshonestos. Pero, al final, el pueblo que no recibe beneficio alguno y que debe pagarlo todo con crecidos intereses, termina condenando al prestatario que, para él, ha resultado un vulgar usurero.

Yo tengo autoridad moral para decirlo y sostenerlo porque en 1945, cuando me hice cargo del gobierno, declaré que "me cortaría la mano antes que firmar un empréstito" y en los diez años que goberné al país, no solo no se contrató ningún empréstito, sino que se pagó una deuda externa que tenía el país y que pasaba de los 3.500 millones de dólares, cumplimos todos nuestros compromisos, realizamos una amplia justicia social, dimos diez años de felicidad al pueblo argentino, organizamos nuestra riqueza y estabilizamos nuestra economía tanto en lo interno como en lo internacional.

Hambre, injusticia v arbitrariedad para el pueblo

Pero, es tan grande el engaño o la mala fe, que a menudo se sostiene que la dictadura de Aramburu y el "gobierno" de Frondizi han 'mejorado la situación económica de la Argentina". El pueblo argentino sabe bien que es todo lo contrario porque lo experimenta en su bolsillo y en su estómago, vísceras suficientemente sensibles como para influenciarías con la falsa propaganda. Si estas afirmaciones falsas e insidiosas provienen de funcionarios del Gobierno de los Estados Unidos, como a menudo sucede, ¿cómo se pretende que no sufra desprestigio ante los pueblos que conocen la verdad y que generalmente las atribuye a móviles inconfesables en defensa de intereses espurios? Sin embargo, el problema argentino, como el de casi todos los pueblos iberoamericanos, no es simplemente económico como muchos se empeñan en considerar y que es error en que suele incurrir el materialismo de las tecnocracias. Para fundamentar esta afirmación bastaría pensar que esos pueblos forman parte de un mundo que se encuentra empeñado no sólo en comer, sino también en dilucidar un problema ideológico alrededor del cual se mueven los poderes más formidables que ha conocido la humanidad de todos los tiempos. Esos pueblos saben también que su decisión no depende tanto de ellos como de la que ha de producirse pronto quizá a miles de millas de distancia y luchan en la medida de sus fuerzas cada uno en el bando de su preferencia ideológica o en el que las circunstancias fortuitas terminan por arrojarlos.

Un falso enfoque, mezcla de atraso, ignorancia y mala te, pretende desviar el problema argentino hacia un materialismo suicida, que no es sólo negativo, sino que utiliza también todas las formas de la descomposición moral para satisfacer los apetitos y las pasiones de los círculos del privilegio. El proceso argentino, como el latinoamericano, es el despertar de los pueblos en procura de su propio destino. La explotación de las masas, inicuamente impuesta para servir intereses foráneos, la miseria insidiosamente provocada como medio de someter al pueblo, la injusticia, la arbitrariedad y la violencia, no son sino secuelas del mismo mal que llevan irremisiblemente a la misma consecuencia: la rebelión de las masas. 'Nuestros gobernantes', usurpadores del poder del pueblo, simulan buscar la solución de todos los males agitando el fantasma del comunismo y la mala situación económica en procura de fácil y graciosa ayuda financiera, aunque sea a costa de entregar el país a los poderes tenebrosos del capitalismo internacional; otros anhelan que la solución llegue por el advenimiento de un nuevo imperialismo, en tanto no se les ocurre pensar que la única solución ha de llegar con la justicia y la soberanía que seamos capaces de conquistar con nuestro trabajo y nuestro sacrificio.

De Colonia a Patria

En 1945 recibí una colonia y en 1955 dejé una patria justa, libre y soberana. Cuando observo el panorama que presenta el país en la actualidad y veo entronizadas a la hipocresía y la infamia de unos pocos que escudados en falsas premisas esclavizan preconcebidamente al pueblo con designios ocultos, se me presenta con claridad una diabólica maniobra destinada a provocar conscientemente la rebelión de las masas populares hacia objetivos que no son difíciles de desentrañar.

Todo cuando se diga sobre una posible solidaridad de los pueblos iberoamericanos con la causa del capitalismo y sus sistemas, no pasara nunca de ser una falsedad y los gobernantes que lo sostengan, o tratan deliberadamente de engañar, o no representan a su pueblo. Ya es irremisiblemente tarde para obtener semejante solidaridad que puede estar en algunas bocas pero no en sus corazones. Cuando mucho se podrá obtener una prudente tercera posición porque nosotros, los americanos del sud, vemos el problema de muy diverso modo del que lo pueden apreciar los americanos del norte. Para nosotros, el actual estado beligerante del mundo se debe simplemente a que se está dilucidando el signo ideológico que ha de caracterizar al siglo XXI mediante la enconada lucha entre el capitalismo y el comunismo, ambos internacionales. Así el capitalismo defiende las "democracias imperiales" del siglo XIX en tanto el comunismo manifiesta defender las "democracias populares". Es indudable que el siglo XXI será de las democracias sociales porque la historia y la evolución no retroceden. Allí donde no triunfen las tendencias sociales del tipo del justicialismo podrá triunfar el comunismo pero jamás el capitalismo ya perimido. Esta es una verdad que por dura que resulte hay que asimilaría porque peor es engañarse a sí mismo.


Hay que persuadirse también que el comunismo es una doctrina, que podrá o no compartirse pero que, por eso, no dejará de serlo. A las doctrinas sólo se las puede combatir y vencer con otra doctrina mejor. El empleo de la fuerza o de la intriga en sus diferentes formas no están indicadas ni ganarán camino en la solución que se busca. Hasta ahora los Estados Unidos sólo han empleado estas formas equívocas de ejecución y los resultados están a la vista. No es suficiente que el fin que se persiga sea bueno si las formas de ejecución se encargan de demostrar lo contrario. El error de los altos funcionarios norteamericanos que visitan nuestros países y reciben invariablemente una acogida francamente agresiva está precisamente en creer que todo se puede arreglar mediante esporádicas ayudas económicas y no quieren concebir ni comprender que se trata de causas más profundas entre las cuales no son las menos importantes los comportamientos de las empresas industriales yanquis asentadas sobre las riquezas naturales de nuestros países, que constituyen verdaderas manchas negras en la historia de las relaciones humanas y comerciales de los Estados Unidos con Hispanoamérica. Otra de las razones que más han influido en la animadversión mencionada es la intervención de los Estados Unidos en los asuntos internos de los países latinoamericanos, de las cuales está plagada la historia de nuestras relaciones.

La dictadura y su sucesor

Nuestro país que había vivido diez años de tranquilidad, progreso y felicidad justicialista cae de repente en una terrible dictadura militar que trata de someterlo por el terror a base de fusilamientos (los primeros que se producen en el último siglo por causas políticas), persecuciones, genocidios en masa, exilios y prisiones, como toda otra clase de infamias políticas y policiales. Que despojan de sus bienes a todos sus enemigos políticos perjudicando así a millares de ciudadanos, bienes que con la mayor impudicia se reparten entre los altos bonetes de la dictadura. Que derogan la Constitución por decreto y dejan sin efecto todas las reformas sociales realizadas por el justicialismo, para retrotraer la vida del pueblo a las peores épocas de su explotación y su miseria. Entre tanto, Estados Unidos apoya ostensiblemente esta situación con un entusiasmo fuera de todas las reglas y formas habituales en la política internacional, apareciendo a los ojos del pueblo escarnecido como cómplice y causante de todos sus males.

A pesar de ese apoyo descarado, esa dictadura no logra sostenerse en el gobierno y decide llamar a elecciones, a todas luces fraudulentas, proscribiendo previamente a la mayoría del pueblo, al declarar fuera de ley al justicialismo. Es así como se pretende hacer creer que se normaliza la situación argentina a base de cambiar una enormidad con otra enormidad mayor. El seudo "gobierno legal" producto de una opción y no de una elección deja así planteado un conflicto peor. La dictadura militar ha encontrado una puerta de escape a costa de meter al país en un callejón sin salida. Todo esto ha sido apoyado por el Gobierno de los Estados Unidos que lo hacía contra toda justicia y, en cada caso, echándose encima el anatema y el odio de casi todo un pueblo, que por rara coincidencia es uno de los más politizados del mundo.

Hoy, el presidente más desprestigiado de la historia argentina y carente del mínimo de dignidad compatible con esa función, aparece como el personero de los Estados Unidos al que parece no interesarle complicarse con semejante personaje a cambio de ventajas imaginables para el futuro, pero el error es demasiado grosero para que pueda pasar desapercibido al pueblo argentino. Esa gente podrá tener presente, porque algunas circunstancias extraordinarias lo han posibilitado, pero carece en absoluto de porvenir, máxime si como simula está al servicio incondicional del capitalismo y la reacción oligarca. En la República Argentina, si no se hace fraude o se emplea la violencia, vencerá el justicialismo, pero si la reacción utilizando el engaño o la fuerza se lo impide desde el gobierno, vencerá el comunismo en cualesquiera de sus formas pero jamás podrá imponerse la reacción en el futuro argentino.

Es una realidad que conocen todos los argentinos y cuyo fatalismo envolverá a unos y a otros en su momento. Así como no nace el hombre que escape a su destino, tampoco los pueblos pueden escapar al suyo.

Como están las cosas en la Argentina no sé si llegaremos nosotros o si llegarán antes los comunistas, pero lo que sí puedo asegurar es que no llegará la reacción. Si las circunstancias fueran forzadas con el abuso de la fuerza o la insidia la entronizara, su vida sería muy efímera porque poco tardaría en ser derribada violentamente por el pueblo, contra el cual es siempre mal negocio luchar. Frondizi ha sido el mejor aliado de los comunistas porque ha creado las condiciones de hambre y miseria necesarias. Los Estados Unidos, complicados con Frondizi y su 'gobierno', no han hecho sino fortalecer y extender el odio, ya que éstos no hacen nada impopular sin arrojar antes las culpas a las "presiones yanquis", a la influencia del Fondo Monetario Internacional o a los poderes ocultos de los intereses imperialistas.

El pueblo argentino vive actualmente en la más plena dictadura, bajo los efectos del "estado de sitio" que suprimió todas las garantías constitucionales y del "Plan Conintes" que puso la vida y el honor de los ciudadanos en manos de los más torvos torturadores y asesinos. Así, en nombre de las fuerzas armadas de la República se han asesinado y torturado ciudadanos en escala jamás conocida, se han proscrito millares de hombres públicos y dirigentes políticos y gremiales como asimismo gimen en las cárceles argentinas una multitud de ciudadanos que han sido condenados por tribunales ilegales, en una parodia de justicia que resulta un escarnio para toda conciencia honrada. Se ha creado el delito de opinión y se castiga con prisión o multa a los ciudadanos por poseer retratos de determinadas personas en sus hogares. Se habla de libertad de prensa y el gobierno se ha incautado de todos los diarios, revistas, estaciones de radio y televisión, formando una verdadera cortina de silencio para todo lo que no sea afecto a sus móviles inconfesables. Si sus adversarios políticos publican un libro o un periódico, la policía se incauta de los mismos y reduce a prisión a sus propietarios por orden expresa del gobierno.


En Estados Unidos se pregunta a menudo el porqué del odio que demuestra el pueblo argentino a sus funcionarios que lo visitan; la respuesta no es difícil de comprender si se tiene en cuenta el apoyo a semejantes aberraciones, máxime cuando el propio gobierno argentino hace correr la voz que procede así por la oculta presión de los intereses o el gobierno norteamericano.

"Democracia" y "Libertad" Persecución para el pueblo

El justicialismo, declarado fuera de la ley y perseguido en nombre de la "democracia" y de la "libertad" se ha tonificado y purificado. Lo mismo les ha ocurrido a "nuestros compañeros de suerte" los comunistas, que durante mi gobierno, cuando estaban dentro de la ley, en 1953, no alcanzaron a obtener treinta mil votos en total en las elecciones generales de ese año y que hoy pueden computar guarismos que se acercan al medio millón. Nosotros no somos políticos profesionales ni luchamos por intereses de nuestros dirigentes sino por el bienestar del pueblo y la grandeza de nuestra patria, como tampoco nos interesa que nuestra victoria sea inmediata sino definitiva y permanente. Creemos que si estamos en la verdad triunfaremos y sabemos que si no estamos en ella será mejor que no triunfemos.

El mundo está lanzado en una evolución tremendamente acelerada y la dirección de esa evolución es hacia las democracias sociales, lo que coincide en absoluto con la línea sostenida por la doctrina justicialista dando lugar a que podamos considerar a nuestro Movimiento en la propia naturaleza del desarrollo histórico, en tanto nuestros enemigos colocados en la reacción, con métodos del más crudo reaccionarismo, se han colocado "nadando contra la corriente" y se afanan por vencer mediante hechos políticos circunstanciales carentes en absoluto del sustento que sólo puede dar la línea de la evolución histórica.

El problema argentino no puede ser encarado dentro de los conceptos clásicos porque se trata de un hecho nuevo en la política nativa. Las soluciones a la vista son meras soluciones circunstanciales, carentes de trascendencia histórica, en tanto lo permanente es precisamente el proceso histórico que los políticos parecen haber olvidado. Los hechos políticos son meras formas transitorias cuando no se apoyan en el quehacer histórico que es el permanente y es el dominante. Muchos no han comprendido el justicialismo porque parecen estar viviendo aún en el siglo pasado. La fuerza del justicialismo radica en que su línea intransigente está en la propia naturaleza del desarrollo histórico, mientras que las otras tendencias viven y obran en el plano estricta-mente político. Sus éxitos sólo pueden ser éxitos políticos, sin la gravitación ni la permanencia del quehacer histórico. El quehacer político sólo puede adquirir vivencias cuando tiene como sustento la línea histórica.


Yo pregunto: ¿si un movimiento popular de gran arraigo como lo es el justicialismo que representa la inmensa mayoría del pueblo, puede permanecer fuera de la ley sin luchar? Y, cerrados todos los caminos de la legalidad, perseguido e imposibilitado de hacer oír su voz, de intervenir en las contiendas electorales y hacer valer sus derechos, ¿puede tener otro camino que el de la conspiración en procura de resolver por la violencia, lo que no puede hacer pacíficamente? Como también pregunto: ¿si todas esas fuerzas justicialistas ven que esa anacrónica situación es apoyada por las grandes potencias occidentales que hacen causa común y sostienen el actual estado de cosas, no se sentirán atraídas por el apoyo que le ofrece el otro bando? Es necesario persuadirse que, en este campo, no se pueden seguir forzando las soluciones con los fáciles expedientes de la arbitrariedad o de la fuerza, porque es muy triste el clima de la injusticia para obligar a los pueblos a vivir en él.


De situaciones como ésta, que no son una excepción en el panorama político de Hispanoamérica, no puede ser culpado nadie que no haya intervenido directa o indirectamente en provocarías, pero cuando existe la evidencia de una intervención en la preparación y un apoyo abierto a la continuidad de tal estado de cosas, tampoco puede pretenderse que se libere de responsabilidad a los culpables. Lo sublime de la ecuanimidad no está en los enunciados sino en la ejecución de las acciones. Por eso, cuando se pregunta por las causas del repudio popular a los representantes de los Estados Unidos, será porque los pueblos ni aman ni odian sin una razón muy justificada.


No hay que culpar inconsultamente al comunismo de la agitación de los pueblos, cuando existen otras causas mayores que explican esa agitación, como tampoco hay que 'fabricar' un comunista en cada uno de los hombres libres que se rebela ante las injusticias flagrantes. Para remediar los males no existe otro remedio que suprimir las causas que los producen porque el comunismo podrá acentuar los efectos, pero no provocarlos si no existen razones que los determinen.

Los terribles errores cometidos, imputables a todos, lo han sido inspirados más en los intereses y las pasiones que en el buen deseo de alcanzar soluciones ecuánimes y permanentes. La falsa información por falaz e interesada, la presión de los intereses materiales, la superficialidad de los juicios, la ignorancia y a veces la perversidad, explican muchos de los hechos que hemos presenciado, y que nos están llevando imperceptiblemente al desastre. De ello no se puede culpar siempre al adversario porque los errores son sólo imputables al que los comete y jamás al adversario que los sabe aprovechar con sabiduría y con prudencia. Ya decía Schlieffen, que para que se alcanzara un éxito como el de Cannas, no era suficiente la existencia de un Aníbal, sino que era indispensable que existiera un Terencio Varrón.

Hasta aquí he tratado de esbozar el problema argentino sin inmiscuirme deliberadamente en los demás países de Ibero América, porque considero que cada uno de ellos representa un problema concreto y un caso particular que no podrá resolverse ni con sistemas colectivos de acción, ni con medidas de orden general, aunque en las formas deberán tenerse presente siempre nuestra común idiosincrasia, que nace de la herencia hispánica que todos llevamos con orgullo en nuestra sangre. La historia de más de veinte siglos caracteriza la virilidad de nuestra estirpe: mansa en el hacer pero indómita en la lucha. Se la puede persuadir pero no obligar, se la puede ganar pero no dominar.

La Nación Argentina está hipotecada

Señor Presidente: he recorrido casi una vida, que si me ha cargado de años, también me ha cargado de experiencia, sin que mi corazón haya envejecido. No necesito nada, ni tengo ambiciones de ninguna naturaleza, estoy ya casi por sobre de todas las miserias humanas y terrenas, sólo le hablo como argentino y como hombre del pueblo, que siente la responsabilidad de representar a muchos millones de hombres humildes de mi patria, que ve con dolor la acción destructora de los sátrapas que los encarnecen y los explotan sin conciencia. Que ve asimismo como se va llevando un pueblo deliberadamente a la desesperaci6n desde la cual puede tomar cualquier camino. Que también ve como se marcha insensatamente hacia la destrucción de todos los valores morales e institucionales que sostienen nuestra nacionalidad, prostituyendo las instituciones del orden al complicarlas hasta hacerlas instrumento de los peores latrocinios y de las acciones más innobles, para colocarlas finalmente frente al pueblo. Que no puede observar indiferentemente que una banda de asaltantes aprovecha la coyuntura de los empréstitos con que se nos amenaza, para seguir medrando a costa de la hipoteca de la Nación Argentina.


Si se quiere ayudar realmente al pueblo argentino no ha de ser por conducto del gobierno que padece, porque tal ayuda no ha de llegar al pueblo por tan inicuo conducto en forma que tenga nada que agradecer, desde que sus efectos sólo se harán sentir en una mayor abundancia en los círculos causantes y promotores de la actual miseria colectiva, porque ese pueblo que se pretende ayudar, con toda justicia, cuando llegue el día de pagar, podrá protestar por una ayuda que le impone nuevos sacrificios sin haber obtenido ninguno de los beneficios prometidos.
Yo sé que se hablará mucho de promoción de la riqueza e impulso a la "maltrecha economía argentina" pero también sé que todo ello es sólo un pretexto para enriquecer más a los allegados al gobierno y a las empresas actualmente causantes de la crisis que soporta la economía popular. Yo sé también que se dirá que no se puede sostener una justicia social sin el respaldo de una potente economía, monserga que vienen escuchando veinte generaciones de explotados y escarnecidos. Yo sé, en fin, que se prometerá todo pero también sé que no se cumplirá nada en beneficio efectivo del pueblo, que es lo que ha de buscarse en forma inmediata.

Para equilibrar la economía argentina, desequilibrada por la acción de seis años de incuria y latrocinios, se necesitará, si se sigue ese camino, no menos de diez años y, en el tren que vamos, dentro de diez años, quién puede saber lo que ya habrá ocurrido. O la ayuda llega al pueblo en forma directa o inmediata o todo esfuerzo será estéril, si no perjudicial. Se impone restablecer la justicia social abolida por la dictadura militar y luego suprimida por el actual gobierno y sin recurrir a medidas expeditivas y directas, nada se podrá hacer. A los Estados Unidos, en las actuales circunstancias, sólo le debe interesar el pueblo argentino, porque de poco le valdrían los títeres que dicen, gobernarlo. Para lograr los fines que se persiguen no es suficiente con disponer de muchos miles de millones de dólares, sino que también es indispensable saberlos emplear para alcanzar los objetivos que se propone.

La "ayuda" a la Argentina y los sindicatos

¿Qué problema es más grave de cuantos tiene en la actualidad el pueblo argentino? -el de poder vivir con dignidad. ¿Cuál es el estado actual de los hombres de ese pueblo? -el noventa por ciento de ellos se encuentran sumergidos, porque mientras se congelaron sus sueldos y salarios, se han liberado los precios de los artículos esenciales y, en consecuencia, su poder adquisitivo no está en proporción a la necesidad. ¿Qué es lo que debe hacerse? se comprenderá fácilmente que mientras subsista el actual estado de cosas, nada se conseguirá con enriquecer más a los ricos, como no sea hacer aún más odiosa la miseria en medio de la abundancia. Seria largo enumerar exhaustivamente cuanto se debe hacer para restablecer la justicia social que la mala fe de los actuales políticos ha destruido con las consecuencias que presenciamos, pero existe en el país una extensa legislación social que dejó el justicialismo y bastaría con que se cumpliera la mitad de esas leyes, que hoy son letra muerta, para que en muy poco tiempo cambiara la suerte del pueblo argentino y retornaran los días que todos añoran.

Ha de comprobarse minuciosamente el empleo que se haga del dinero que constituya la ayuda anunciada, estableciendo un control efectivo para que se cumplan las leyes sociales a que nos venimos refiriendo. Debe ser condición imprescindible el restablecimiento de los Convenios Colectivos de Trabajo y del Salario Vital Móvil, como asimismo la elevación inmediata de los salarios hasta ponerlos a nivel con el costo de la vida y el incremento de las fuentes de trabajo. En el pueblo, escéptico ya por la acción de sucesivos engaños, nada se conseguirá silos efectos no se hacen sentir en forma inmediata y sostenida.

No contribuyan ustedes con nuevos errores a que la infamia se siga consumando. Si realmente se intenta ayudar al pueblo argentino, no lo hagan a través de un gobierno que ha demostrado ser su peor enemigo, como tampoco por intermedio de las empresas que han sido las causantes de la actual explotación y miseria, háganlo por las organizaciones sindicales que son las únicas que lo representan y los órganos naturales en la defensa de los intereses populares y profesionales, que no sólo pulsan mejor las necesidades de la masa, sino que también son las instituciones más serias y responsables del país.

El Justicialismo: reserva moral de la Nación

Los justicialistas luchamos por el pueblo. No pretendemos poseer el poder sino alcanzar la justicia. Hemos demostrado que sabemos y podemos hacerlo, por eso nos duele contemplar cómo una legión de bandidos y otra legión de ignorantes han ido destruyendo lo que nos costó diez años levantar. He dedicado mi vida al servicio del pueblo y no puedo ver sino con tristeza, ya en el ocaso de mi vida, cómo un grupo de ignorantes irresponsables puede jugar impunemente con su destino.

La actual crisis argentina obedece a un desequilibrio deliberadamente provocado por los más sórdidos intereses, que no alcanzaron a penetrar las consecuencias a que ellos mismos se exponían al hacerlo. Quisieron castigar al pueblo por el delito de haber disfrutado de un cierto grado de dignidad, en la vida de la Nación. El golpe de Estado de 1955 y la dictadura militar que fue su consecuencia, fueron los instrumentos de esos intereses, porque permitieron que sus personeros se encaramaran en el poder, desde el cual con la violencia más inaudita, provocaron el desastre de la economía, la anarquía social y el desbarajuste político. En ese caso no les fue difícil a los aprovechados de la situación sacar sus beneficios personales para abandonar luego a su suerte a la Nación. El nuevo gobierno no se ha distinguido de la anterior dictadura sino por haber agregado a la arbitrariedad y la violencia, la insidia y la hipocresía. Se han intensificado los latrocinios y todo amenaza con descomponerse en una medida jamás sospechada.

Si no fuera por el justicialismo, que en diez años de prédica y realizaciones, ha incidido tan profundamente en el alma popular, todo estaría al borde del derrumbe. Sin embargo, son precisamente esas virtudes justicialistas, las que están salvando al pueblo en su lucha contra la satrapía dictatorial; son esas reservas espirituales las que mantienen la cohesión y permiten una guerra sin cuartel y sin descanso contra los verdaderos enemigos del pueblo y de la patria.

Las dictaduras han afirmado que anhelan destruir al justicialismo, instaurado en el país con una doctrina profundamente arraigada en el alma popular, con una teoría en plena ejecución y una organización integral (gobierno, Estado y pueblo) funcionando en todos los estamentos de la comunidad argentina. ¿Con qué van a reemplazar esa doctrina, esa teoría y esa organización? ¿Es que la Nación Argentina empeñada en una misión común puede abandonarlo todo sin caer en la más absoluta anarquía y en el caos más peligroso? Así, se han dedicado a destruir la organización del gobierno, del Estado y del pueblo, paralizando la acción general, sin reemplazar lo orgánico ni lo funcional. Las consecuencias están a la vista.

Sin embargo, con ser esto monstruoso como signo de irresponsabilidad, es poco, ante la intención de destruir los valores morales de la nacionalidad y las virtudes del pueblo argentino. Lo más repugnante de esa acción, es que no la promueve una concepción diferente de carácter ideológico; sino la servidumbre a los más sórdidos intereses foráneos y vernáculos que se oponen al sagrado derecho del pueblo argentino de constituir una nación justa, libre y soberana.

Patriotas y mercenarios

Ahora, esos mismos siniestros personajes que provocaron todo, se asustan y ponen el grito en el cielo porque el comunismo avanza y la justicia los amenaza, pero el que no tiene buena cabeza para prever ha de tener buenas espaldas para aguantar. Ellos son incapaces de comprender estas cosas, insensibles a los ideales y al servicio de sus intereses, carecen de mística ciudadana, es la diferencia natural entre los patriotas y los mercenarios: mientras los primeros no pueden comprender la sordidez de los segundos, éstos no comprenderán jamás el idealismo de los primeros. Ellos son hombres que no sirven una causa y nuestra razón de ser es precisamente esa causa. Pensamos que quien no tenga una causa que defender no merece la vida y que el hombre, aun cobarde y materialista, no escapa a su destino.

Sin embargo, la situación argentina se arregla en seis meses si se procede atinadamente y en vez de hacer política de comité se dedican los esfuerzos a gobernar con orden, terminando con la anarquía política actual que provoca el mismo gobierno con sus pasiones y desatinos. Porque, al contrario de lo que muchos creen, la crisis argentina actual es más política que económica y social. La pasión política que la violencia del gobierno ha provocado es el origen de todos los males porque el pueblo desalentado ha "bajado los brazos" y las organizaciones políticas y gremiales en permanente lucha, consumen sus energías en, neutralizar las violentas provocaciones del gobierno en vez de colaborar en la tarea común.

En último análisis se trata de una crisis de trabajo: destruido el poder adquisitivo de las masas por el envilecimiento de los salarios, el ciclo económico ha entrado en una grave atonía que ha repercutido catastróficamente en el comercio, la industria y la producción, produciendo no sólo graves quebrantos financieros a la economía privada, sino también provocando un elevado índice de desempleo y disminución progresiva de salarios que ha desanimado a la mano de obra y al trabajo. Semejante circulo vicioso ha provocado asimismo una marcada espiral inflatoria, provocada por un aumento desconsiderado de los precios, que ha roto toda relación entre los salarios y el costo de la vida, en lo que ha colaborado negativamente el gobierno mediante un empapelamiento sin precedentes por emisiones desenfrenadas de dinero.

Los males que aquejan a la Nación Argentina no se ocasionan en falta de riqueza, sino en una terrible desorganización de la misma y del trabajo nacional. No se necesita dinero para remediarlos sino trabajo, trabajo y más trabajo. Para lograr esto no es suficiente con comprenderlo, sino que es necesario poderlo realizar. Los actuales hombres de gobierno no tienen la autoridad moral suficiente ni el predicamento necesario ante la masa popular para lograrlo. Ese es el verdadero problema cuya solución no ha de alcanzarse hasta tanto los hombres y las condiciones no cambien.

Sintéticamente expuesta, ésta es la situación argentina, en relación con el problema que tanto preocupa a su gobierno. He acotado también muy sintéticamente nuestro pensamiento que, puedo asegurar, es también el del pueblo argentino. Me resta pedirle disculpas por la rudeza de mis expresiones pero siempre he creído que la verdad habla sin artificios. Le ruego que, con mi más alta consideración, acepte mi saludo.

Juan Domingo Perón.


martes, 16 de marzo de 2010

RELACIÓN DE LA POLÍTICA CON LA ORGANIZACIÓN GREMIAL



PERON EN LA CGT

NOVIEMBRE DE 1973





“Compañeros: Hoy voy a tratar un tema que, en líneas generales, es de gran importancia para la organización sindical. Se trata de la relación de la política con la organización gremial.

Nosotros, los justicialistas, hemos hablado desde el comienzo de nuestra actividad, de una comunidad organizada. Entendemos el país con todas sus Instituciones, como una comunidad que, con un trabajo permanente, va labrando la felicidad de un pueblo, al mismo tiempo que, sin hesitaciones ni apuros, va labrando también, poco a poco, la grandeza de la Nación. Eso, para nosotros, es una comunidad organizada, en el entendimiento de que realizándose la comunidad cada uno puede también realizarse dentro de ella”.

El justicialismo ha venido propugnando no la lucha, sino la colaboración inteligente que puede cumplir una función social, por cuanto para nosotros la finalidad de todo nuestro trabajo es, precisamente, la felicidad del pueblo. Pensamos que el hombre es lo fundamental, y todo nuestro esfuerzo desde el punto de vista político, social, económico, cultural, etc.; va dirigido en beneficio del hombre.

En este sentido, yo he sostenido permanentemente que la política es solo un medio para dar la posibilidad de que hombres salidos del pueblo puedan tomar en sus manos el destino de la Nación y llevarla hacia los grandes objetivos que perseguimos. En lo social buscamos que cada persona tenga el margen de justicia que necesita para vivir con dignidad y con felicidad. Y en el orden económico, sostenemos que el capital está al servicio de la economía: no como era antes, en que la economía estaba al servicio del capital. Para nosotros, es a la inversa; el capital no tiene razón de ser sino al servicio de una economía, la que a su vez está al servicio del bienestar social.

De esta sintética exposición de fundamentos, nace toda la orientación que el Justicialismo trata de poner en ejecución desde el gobierno y desde las instituciones del Estado.

Siempre ha sido para nosotros un tabú la intervención política de las organizaciones sindicales. Todos han venido sosteniendo que la organización sindical no debe intervenir en política. Es decir, que mientras las organizaciones políticas intervienen en el proceso sindical, éste no ha de intervenir en el proceso político. Dado que la organización sindical se realiza para convertirse normalmente en factor de poder, esta premisa es totalmente falsa.

Nosotros tenemos nuestra experiencia. Hasta 1949 en que se sancionó la Constitución Justicialista, las organizaciones sindicales, por fallos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, eran consideradas como asociaciones ilícitas que quedaban a merced de una justicia que se encargaba de anular y destruir todo el poder que podría representar la asociación profesional. Nada puede haber más injusto que esto.

HISTORIA

Pero esto tiene su historia. Esa es la premisa fundamental en que se consolidó y organizó todo el sistema demoliberal-capitalista, que tiene su nacimiento en la Revolución Francesa y cuyas consecuencias se han venido sintiendo durante todo el siglo XIX y el siglo XX, que han sido dos siglos en que los trabajadores han luchado en desventaja para poder alcanzar las más elementales reivindicaciones que tienen derecho a exigir.

Estos dos siglos han sido de lucha. ¿Cómo comienza este proceso? En la Revolución Francesa, después del catorce de Brumario, cuando Napoleón, siendo primer cónsul de la República, toma el poder de Francia y termina el proceso de la guillotina y de la desorganización que toda revolución trae inicialmente consigo.

Napoleón era monárquico. En consecuencia, el pueblo, que había hecho la revolución contra la milicia, el clero y la monarquía, no lo veía con muy buenos ojos porque sabía que, siendo monárquico, realmente no lo representaba con amplitud. Pero la monarquía, el clero y la milicia, contra quienes se había hecho la Revolución Francesa, tampoco lo veían bien. De manera que venía a quedar algo así como el “jamón del Sándwich”, entre dos fuerzas que lo vigilaban y que lo podían destituir en cualquier momento.

A la percepción de Napoleón, que era un hombre extraordinario en todos los órdenes, no se le escapó el fenómeno que se estaba produciendo y entonces llamó a la burguesía.

La burguesía no había intervenido en la Revolución Francesa, y estaba casi intacta. La lucha había sido entre los poderes de la monarquía, el clero y la milicia, contra el pueblo llano. La burguesía estaba en la barrera, mirándolos a todos desde afuera.

En consecuencia, Napoleón, que al igual que en otros órdenes, tenía en política una gran habilidad, llamó a esa burguesía y la tanteó por donde se tantea siempre a la burguesía: por el bolsillo.

El Estado se había incautado de todas las posiciones del clero, de la milicia y de la monarquía, que eran dueños de casi toda Francia, y puso en venta esas propiedades. La burguesía las compró porque eran baratas; compró “chateaux” (castillos) y todas esas posesiones pasaron a manos de la burguesía. Cuando estuvieron en poder de esas posesiones, Napoleón los llamó y les dijo: “¿Ustedes han pensado hasta cuándo van a ser dueños de los “chateaux” y de esas posesiones? Serán dueños mientras nosotros estemos aquí, porque el día que caigamos ustedes pierden las posesiones y, tal vez, las orejas también”. Así fue como les encargó la organización de lo que entonces se llamó Estado nuevo.

La burguesía naturalmente, venía con todos los resabios del sistema feudal del medioevo y estaba enfrentada, en cierta medida, con las corporaciones que eran la incipiente organización gremial de aquellos tiempos que se realizaba partiendo de células en que el dueño era a la vez el jefe del taller y tenía sus maestros y sus aprendices. De esa manera se formaba la célula gremial de aquel entonces.

Esas corporaciones habían actuado en la revolución en apoyo del pueblo llano, de manera que la burguesía les tenía un poco de temor. De ahí nacen entonces las organizaciones que han sido las que proporcionaron la estabilidad que advertimos a lo largo de todo el siglo XIX y XX. Vale decir, la etapa que el mundo ha vivido y que se ha llamado de las nacionalidades y también del demoliberalismo burgués, porque de su organización participó toda la burguesía.

¿Qué crea esa burguesía como equilibrio político-social, que es el sector que nos interesa? Ellos crean primero las organizaciones políticas que dan nacimiento a los partidos políticos. Simultáneamente crean también los sindicatos, que han venido funcionando hasta hoy. ¿Pero con qué tareas? Simplemente para discutir por diez o veinte centavos de aumento en los salarios, mientras los partidos políticos orquestaban las leyes que le negaban al pueblo todo progreso. Ese ha sido normalmente, el sistema neoliberal capitalista que ha dominado los siglos XIX y XX, hasta ahora, ya que en este momento las cosas están comenzando a cambiar en todas partes.

Este sistema, naturalmente, estableció como premisa inicial que los sindicatos tenían tareas gremiales, pero que no podían intervenir en política. Desde entonces se les ha venido negando el derecho a las organizaciones sindicales a intervenir en política. Pero la fuerza estaba precisamente en esas organizaciones políticas, que eran las que decidían todo. Dentro de ese desenvolvimiento están los que han respetado en cierta medida las organizaciones sindicales y los que las han declarado asociaciones ilícitas.

LA JUSTICIA SOCIAL

Ha pasado el tiempo y las organizaciones sindicales han ido poco a poco, progresando y adquiriendo un nivel de organización sindical en relación directa con la justicia social que han desarrollado en el medio donde actuaban y proliferaron. Cuando el obrero ha estado en el mundo sin organizarse ha sido juguete de las circunstancias y ha sufrido la mayoría de las injusticias sociales. La justicia social no se discute, se conquista, y se conquista sobre la base de organización y, si es preciso, de lucha.

Alcanzada esa justicia social, recién podemos pensar en una comunidad organizada a la usanza del justicialismo, donde se establece el equilibrio de la fuerza que actúa dentro de la Nación, pero no puede existir de ninguna manera el menor asomo de las injusticias basadas en la ley o en una democracia que no se practica.

En ese sentido, nuestra experiencia es bastante clara y elocuente. No necesitamos recurrir a los ejemplos de otros países, porque tanto el demoliberalismo como los sistemas que en cierta medida, hemos venido presenciando a lo largo de esta prolongada evolución, siempre han tendido, de alguna manera, a establecer un exceso de bienes y beneficios para un sector, en perjuicio del otro sector.

Nosotros, quizá aquí, en América Latina somos los primeros que hemos establecido la posibilidad de que esto se discuta y se acuerde, a fin de que la comunidad en paz, pero con justicia, pueda elaborar su propio destino en el que nadie sea menos que otro y donde el hombre sea considerado como tal. Para nosotros, como siempre he dicho, el origen y la finalidad de todo nuestro trabajo, es el beneficio del hombre.

LA ORGANIZACIÓN SINDICAL

Ya hemos alcanzado una organización sindical que, posiblemente, sea una de las más perfectas que yo conozco. He recorrido casi todo el mundo, y en todas partes estuve en contacto con las organizaciones sindicales, y no creo que en ningún otro lado se haya alcanzado, cualitativamente, el grado de perfección que nuestra organización sindical pone en evidencia todos los días.

Es indudable que existen organizaciones sindicales, pero casi todas ellas están, más o menos, influenciadas por factores exógenos que vienen de afuera hacía adentro; es un fenómeno que aquí no se produce, porque son realmente ellas las que disponen de su propio destino, y esa ha de ser la finalidad y el método que ha de caracterizar a las organizaciones sindicales. Estas son como esos pajaritos que no pueden vivir en cautiverio, no se los puede meter en una jaula porque se mueren.

Las organizaciones sindicales argentinas han tenido su prueba de fuego, a la que han resistido victoriosamente. Esto está indicando la calidad de estas organizaciones. Han sido sometidas a todas las pruebas. En primer término se las quiso manejar por el terror, pero no lo consiguieron; después interviniéndolas y tratando de destruirlas, pero tampoco lo lograron; luego procuraron asimilarlas hacia formas que no eran las que les convenían a las organizaciones sindicales, y tampoco pudieron obtener ese objetivo. Finalmente, trataron de dividirlas y anarquizarlas, pero tampoco pudieron obtener ningún resultado.

Cuando una organización como la nuestra ha resistido la prueba del ácido –que es la prueba que han soportado las organizaciones sindicales-, quiere decir que ha de permanecer en el tiempo y en el espacio durante todo el tiempo que sus dirigentes sean capaces de asegurarles una dirección pura, firme, sin estridencias inútiles que desgastan y sin demostraciones también inútiles que no hacen si no desgastar el organismo y debilitar a los hombres que lo forman. En ese caso, esa organización cumple con seriedad y con verdadero patriotismo la función para la cual está destinada. La defensa de los intereses profesionales se confunde con la defensa de los intereses del pueblo y cuando una organización está al servicio del pueblo es invencible, porque los pueblos son invencibles.

Nosotros, en el orden de la relación entre la política y el sindicalismo, o la organización sindical, tenemos una gran experiencia que muchos años de lucha –primero para formarse y organizarse, después para alcanzar un estado especial conveniente y, por último, para subsistir como organización- han puesto a prueba durante treinta años de trabajo y de lucha. De manera que esta experiencia es extraordinaria.

¿Y qué dice nuestra experiencia? Nos dice que cuando a las organizaciones gremiales se les ha exigido su prescindencia política, como dicen algunos, aquellas han mantenido su unidad gremial pero también han mantenido su unidad política. Es inseparable lo gremial de lo político.

No pueden dividir. Claro, los que han intentado dividir la acción social de la acción política han querido hacerlo precisamente para debilitar el factor de poder que representan las organizaciones sindicales.

Renunciar a la política es renunciar a la lucha, y renunciar a la lucha es renunciar a la vida, porque la vida es lucha, precisamente. Por eso creo que nosotros hemos alcanzado el desideratum en este aspecto del equilibrio político social: una Confederación General del Trabajo cuya misión neta es la defensa de los intereses profesionales y la del manejo y conducción de una gran organización sindical unida y solidaria. Esa es la misión de la Confederación General del Trabajo. Y una 62 organizaciones que, en estrecho contacto y absoluta inteligencia, manejan la política sindical. Con esto aún conformaremos a los que no quieren que los sindicatos se metan en política.

Señores: en este sentido la política es bien simple, considerada desde el punto de vista sindicalista. Cada uno de los ciudadanos que conforman la organización es libre de pensar, sentir y practicar la ideología y la política que se le ocurra, porque eso es intrascendente para la organización. La organización no puede ser suicida apoyando a los sectores organizados que están realmente contra la política que la Confederación o la organización sindical deben seguir en beneficio de todos sus asociados.

¿Cómo no va a tener una política la Confederación General del Trabajo en representación de todos sus adherentes, si precisamente esa política es la que va a decidir su destino? Y ¿por qué razón van a renunciar las organizaciones a tener sus representantes en los tres poderes del Estado que son realmente los que gobiernan, dirigen y conducen la Nación? ¿O es que los obreros no tienen derecho a ser partícipes de esa conducción, que si la hacen los demás ellos tendrán muy poco que agradecerles?

EL FUTURO

Y llegamos, compañeros, a un punto muy importante, que es el analizar la evolución en el pasado y en el presente, para así, intuitivamente, penetrar en el futuro y poderlo prever.

Esa evolución está marcando –no solo aquí sino en el mundo entero- una nueva etapa. Desde que el hombre comenzó a tener sentido como habitante de la tierra, todas las evoluciones se han hecho hacia integraciones mayores. Siendo el hombre aislado, la primera fue la familia; a continuación vino el clan, la unión de varias familias; después vino la tribu, reunión mayor; luego vino el Estado primitivo; más tarde la ciudad; después vino el Estado feudal luego vino la nacionalidad, las naciones; ahora vienen los continentes integrados y es muy probable que, siguiendo esta escala de evoluciones, lleguemos pronto al universalismo: es decir, a la integración total de los habitantes de la Tierra.

Nosotros, los hombres, nos creemos que somos los que hacemos evolucionar al mundo y a la humanidad. Estamos equivocados. Hay un determinismo histórico, un fatalismo histórico, que es el que actúa subterráneamente, con fuerzas invisibles, empujando esa evolución. Los hombres le vamos colocando arriba y periféricamente un sistema para acompañar a esa evolución. Eso es lo que más podemos hacer.

La edad media se caracterizó por un sistema: el feudalismo. La edad moderna ha tenido un sistema: el demoliberalismo-capitalista. El continentalismo se está caracterizando por un cambio total en las estructuras y en los sistemas hacia un profundo contenido social.

Así como el acento fue cargado sobre lo político, en la etapa demoliberal-capitalista; en la nueva etapa lo está en profundidad sobre lo social. Es decir, que ya hoy en el mundo priva lo social. Este es un asunto que se explica perfectamente. El demoliberalismo-capitalista, no podemos negarlo, en los últimos dos siglos de existencia hizo avanzar la ciencia y la técnica más que cualquier otro sistema de los otros diez siglos precedentes. Eso no lo puede negar nadie. Pero tampoco se puede negar que todo ese inmenso esfuerzo fue realizado sobre el sacrificio de los pueblos, ¿o no?

Ahora los pueblos, a través de los mismos medios que la ciencia y la técnica han puesto en sus manos, se han esclarecido. Hoy, el paisano que vive en la Patagonia y que no ve a nadie por un mes o dos, con su radio a transistores en la oreja escucha lo que pasa en el mundo. Todo ese proceso que se realiza a través de los medios de difusión masiva de los medios técnicos modernos ha permitido el esclarecimiento de los pueblos. Como dirían nuestros muchachos, han avivado a todo el mundo.

Ya los pueblos no pueden ser felices si se los somete a un sacrificio, porque se rebelan. A eso estamos asistiendo en el mundo actual.

¿Qué es lo que hay que hacer? Hay que suprimir esos sacrificios. Es necesario un esfuerzo, porque sin él nada andaría ni para atrás ni para adelante; pero ese esfuerzo debe ser sin sacrificio; o sea que debe ser realizado con intensidad y capacidad y justamente compensado por los beneficios que acarrea. Este debe ser el trabajo moderno.

Si se consigue conciliar perfectamente ese esfuerzo, los pueblos lo realizarán conscientemente y con alegría. Pero ya no es posible seguir imponiéndoles sacrificio, porque al mismo se lo ha disimulado de cincuenta maneras distintas. Todos decían: “Trabajemos diez años para que nuestros hijos después sean felices”. No fueron nunca felices.

EL GOBIERNO

El sistema demoliberal-capitalista no ha practicado lo que lógicamente debe ser el concepto del gobierno. El que ha sido elegido para gobernar, los hombres que tienen que gobernar, deben tener bien arraigado el concepto de que es el esfuerzo el que debe llevar adelante la comunidad y no el sacrificio. Muchos han sacrificado a los pueblos para alcanzar un alto objetivo político y de desarrollo del país. Otros, en cambio, quizá porque no han sacrificado a su pueblo no han desarrollado un esfuerzo suficiente. Esos son los dos extremos. Lo justo es un pueblo que, alcanzando un índice suficiente de felicidad y de dignidad, elabora la grandeza de la Nación sin apuros y sin hesitaciones; sin obligar a nadie a hacer lo que no quiere y no debe. Es decir, que en esto hay un término justo.

Los hombres que enfrentan esto cada día son los que van obteniendo el éxito. Antes, para lograrlo había que plegarse a las imposiciones de los imperialismos o de la burguesía, y el que no lo hacía fracasaba. Hoy, esa situación ha cambiado totalmente; hoy triunfan los que saben llevar adelante los pueblos y conducirlos dignamente. Aquellos que no lo hacen son los que fracasan. Por eso esta evolución que va imponiendo al mundo nuevos módulos de acción es la que nosotros hemos venido llamando desde hace treinta años una comunidad organizada, una comunidad donde no sea posible la injusticia y en la que el régimen de acción no pueda ni deba ser el sacrificio.

Si alcanzamos eso, cada día constituiremos un pueblo más feliz y con un pueblo feliz se puede labrar la grandeza de la Nación. Con un pueblo infeliz, de poco valdría. Yo prefiero un pequeño país de hombres felices y no un gran país de hombres desgraciados.

Observemos que en el mundo ni los países burgueses ni los países totalitarios han alcanzado una felicidad completa para su pueblo. Pero pienso que frente a una larga experiencia de la humanidad, se ha logrado un mayor grado de dignidad y de felicidad para los pueblos, a través de la evolución y no de una catástrofe social y política.

No son los procesos destructores los que pueden armar un sistema que permita obtener el grado de felicidad y dignidad que soñamos para nuestro pueblo. Eso es lo que conseguiremos con un trabajo fecundo y digno, para hacer la felicidad de ese pueblo que la elabora.

Ese es el mejor camino para alcanzarlo. No es necesario ningún sacrificio, ni de los que trabajan ni de los que dirigen, y tampoco de los que gobiernan. Nadie tiene necesidad de sacrificarse si cada uno pone su buena voluntad, su deseo y su esfuerzo para construir. De lo contrario, es llevar a los pueblos y las naciones a la destrucción que, desde hace siglos, nosotros venimos presenciando. Hace pocos días terminó en Medio Oriente uno de esos ultrajes en los cuales los intereses de los espurios imperialistas que actúan allí han intervenido a través de dos pobres pueblos que se están exterminando, para ver al final quién se queda con el petróleo.

El sacrificio de los ciudadanos no es, como algunos creen, solamente en el taller, sino que el sacrificio más grave, más peligroso y más doloroso es el que se libra en los campos de batalla, donde normalmente no son los intereses los que privan. Allí no se lucha ni por la justicia ni por la libertad, ni por la democracia, como se ha dicho muchas veces. Se lucha únicamente por el cochino interés inmediato y directo.

Esos son los verdaderos sacrificios que la humanidad ha venido soportando durante tantos siglos, y que sólo la organización de los pueblos podrá impedir en el futuro.

Por eso, compañeros, pienso que así como esa evolución nos lleva hacia organizaciones políticas continentales en beneficio de los pueblos, nosotros tenemos que ir hacia organizaciones gremiales continentales. Es decir, si los políticos se unen los gremialistas también deben unirse. Si algún día integramos el Continente Latinoamericano, la base de esa integración ha de ser la de los pueblos. No se construyen pirámides empezando por la cúspide, sino que es menester hacerlo comenzando por la base, y la base, para mí, son las organizaciones gremiales y las organizaciones sindicales.

Quiere decir, compañeros, que de la organización sindical no pueden estar ausentes ni la política interna, ni la política internacional, porque ambas son las que le dan el carácter y el tono. Es necesario que nosotros, que hemos alcanzado una organización sindical como la que tenemos, comencemos a tomar contacto y a establecer relaciones directas con los demás compañeros del continente, pensando como los peronistas, que para un trabajador no debe haber nada mejor que otro trabajador.

Finalmente, compañeros, y para no alargar este tema, del que he tratado de tocar los puntos más importantes, quiero poner un acento especial en lo que se refiere a la organización sindical argentina; a la organización sindical argentina encuadrada en dirigentes capaces y honestos, sin estridencias y sin revoluciones, que son generalmente teóricas y que se hacen cuando se está en la oposición y no cuando se está en el bando de uno.

La revolución, en el orden gremial, debe terminar cuando la organización sindical constituye un verdadero factor de poder dentro de la comunidad. ¿Por qué? Porque es entonces cuando la organización sindical, que es el pueblo organizado, hace sentir el acento no sólo de sus intereses sino también de sus aspiraciones y ambiciones, que asimismo son una fuerza motriz en la acción política.

Las organizaciones sindicales no sólo no pueden renunciar a su acción social política sino que incluso la deben administrar inteligentemente para que jamás ese factor de poder que invisten se debilite por el apartamiento de una función que es fundamental para la base popular a la que representan. Es decir, señores, que cuando los obreros hayan renunciado a intervenir en los destinos del país, ese será un sentimiento suicida para su propia clase y para sus propias organizaciones. En esto no se puede renunciar al destino, y hay que mantener siempre una organización férreamente unida y solidaria, en cuyo cenáculo pueda discutirse de la manera más libre, cualquier tema ideológico o doctrinario; y cuando después de la discusión se haya acordado por mayoría una decisión habrá que salir a la calle aún como si fuera la propia decisión de cada uno de los argentinos.

Siempre se ha pensado, durante la etapa de demoliberalismo-burgués, que los obreros estaban organizados. Esa es una mentira. Los que han estado organizados han sido los poderes que han manejado la política.

¿Y qué poderes han manejado la política? Ha sido la burguesía, las aristocracias o las plutocracias. Sólo ellas lo han hecho en su propio beneficio y siempre en perjuicio del pueblo. Si el pueblo quiere liberarse para siempre de esa amenaza no tiene más remedio que mantenerse orgánicamente poderoso. El hombre cede más al poder que a la razón; por eso hay que tener la razón y apoyarla en el poder.

EQUILIBRIO

En nuestro país, compañeros, aspiramos al más profundo equilibrio entre lo político, lo social, lo económico, lo cultural, etc. Pero para que ese equilibrio exista hay que hacer como con la balanza: es necesario poner en cada platillo algo que pese con la misma intensidad que pesa el otro.

Eso de sacrificar el poder está en todas las bocas, pero no en todos los corazones. Nosotros debemos seguir el consejo de “irle a Dios rogando pero con el mazo dando”.

Compañeros: esto quizá en muchos aspectos resulte redundante. Piensen ustedes cómo se tomarían estas cosas hace treinta años, cuando comenzamos a anunciarlas y a realizarlas desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Yo en ese sentido ya estoy como el chino que ha cumplido con su destino, compró el ataúd y está listo para meterse adentro. Porque, felizmente, he cumplido las grandes etapas que han permitido al Justicialismo afirmarse dentro del país como una ideología y una doctrina justa que hoy ya tampoco la discuten, sino algunos tontos sueltos que andan por allí y que discuten todo.

Pero ya no hay muchos argentinos que los escuchen. Es decir, hemos vuelto a una nueva etapa de nuestras realizaciones, que representen la verdadera revolución Justicialista, que tiende a cambiar por reemplazo de las viejas estructuras, un sistema que ya no resiste el tiempo.

Hay muchos que dicen: “Yo soy demoliberal”. No es raro. Yo he encontrado a algunos tontos que todavía están enamorados del sistema feudal, del medioevo; de manera que si hay tontos que todavía están en el siglo XV, cómo no vamos a pensar que no existen otros que están el siglo XIX o a comienzos del XX. Pero esos son los últimos resquicios que van quedando de una etapa injusta que recibió la alabanza de todos los intelectuales del mundo.

Hoy los nuevos intelectuales comienzan ya a pensar de otra manera y a concebir las cosas en otra medida. Es a esa evolución a la que contribuimos con nuestra organización. Pueden estar ustedes seguros que si en la República Argentina no existiese una organización sindical como la que tenemos nosotros, seríamos mucho menos respetados en este momento.

El Justicialismo con nuestra acción ha cumplido sus objetivos. Ahora queda en manos de todos ustedes, especialmente los jóvenes, la tarea de tomar el testimonio; y seguir corriendo.

Yo estoy seguro que si se realiza esa tarea escolástica en la formación de los dirigentes que salen de la masa y a quienes se puede ir perfeccionando, dándoles la mayor capacidad posible, las organizaciones sindicales no han de ceder en nada a la acción destructora del tiempo, ni ante los ataques que puedan sufrir en el porvenir.

Cuando yo hablaba todas las semanas en la Confederación General del Trabajo, siempre les decía a los muchachos y a los dirigentes: “Estén atentos, miren que el enemigo no duerme; vean que los enemigos existen; un día podemos caer nosotros”. “Nunca, nunca”, gritaban. Sin embargo, caímos. Si hemos vuelto, tal vez no sea porque hemos sido demasiado buenos sino porque los que nos sucedieron fueron muy malos. Por eso nos trajeron de nuevo.

UNA DOCTRINA

Finalmente, compañeros, para terminar, les quiero expresar que nosotros tenemos una doctrina que fija perfectamente y con claridad una ideología que no está en contra de nadie pero que tampoco está a favor de las concepciones ajenas a nuestro pueblo y a nuestro país.

Somos simplemente justicialistas; respetamos a los demás pero queremos que los demás también nos respeten. He dicho varias veces a organismos especiales de la República que no queremos que sean políticamente favorables a nosotros, pero que tampoco sean contrarios. Dentro de esta concepción seguiremos esta regla imperturbablemente: nosotros respetamos a los que nos respetan; queremos a los que nos quieren y luchamos por alcanzar objetivos que desde hace treinta años nos han venido dando la razón.

No tenemos de qué arrepentirnos; de nada de cuanto hayamos hecho, y eso en la vida de los hombres es mucho decir.

Les pido a ustedes, que son los dirigentes delegados del interior, que éstas, mis palabras, las lleven a los compañeros junto con mis saludos que con tanta sinceridad y tanto afecto les hago llegar desde esta Central Obrera, que para mí es como mi propia casa.”




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