Discurso pronunciado en la ceremonia de clausura de la “Semana Nacional de Seguridad Social”, realizada en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, el 30 de noviembre de 1973
"Señores: Es para mí un verdadero placer poder intervenir en esta forma, aunque sea indirecta, en un acto que presupone retomar pasos ya dados hace muchos años.
Dice Plutarco que un día pasaba un circo cerca de donde estaba Licurgo y le invitaron a ver la función. Preguntó entonces Licurgo qué tenía de notable ese circo, y le respondieron: “Hay un hombre que imita maravillosamente al ruiseñor”. “Sí yo he oído al ruiseñor”, expresó Licurgo, como única contestación.
Al tratarse de esto, señores, yo creo que puedo hacer también oír al ruiseñor, porque hace treinta años –ya cumplido el pasado 27 – fui designado secretario de Trabajo y Previsión. Esto sucedía por primera vez, en un país donde había un Ministerio de Agricultura para cuidar a los animales y a los vegetales y no había uno de Salud Pública para cuidar a los hombres. Eso hacía cierto aquello de que teníamos toros gordos y peones flacos. Vale decir que en 1943, cuando comenzamos a trabajar en todos los aspectos de la previsión social, el país carecía totalmente de ella.
Hace treinta años, por primera vez en la República, se habló de previsión social. Ya entonces había muchos que eran partidarios del seguro; pero el seguro, precisamente, es la consecuencia de imprevisión social. La previsión social hace inútil el seguro, ya que ella es un seguro colectivo, que el país tiene la necesidad y la obligación de dar a la comunidad para satisfacer los riesgos que ningún seguro va a cubrir en forma completa.
Recuerdo que en aquella época los obreros, especialmente en la campaña, atravesaban una situación verdaderamente dolorosa. El salario mensual era, término medio, de treinta pesos por mes, y había una gran cantidad de peones del campo argentino que ganaban diez pesos por mes.
O sea, peor que en la época de la esclavitud, porque por lo menos en esos tiempos el amo tenía la obligación de mantener y cuidar al esclavo cuando envejecía. En cambio a los peones de campo, cuando se ponían viejos, los largaban como caballos, para que se murieran en el campo.
No exagero nada si digo que era tal la incuria en este aspecto que no había sino dos o tres cajas que se sostenían mediante el esfuerzo de sus propios componentes, en la Policía y algunos sectores estatales. Los demás quedaban librados a la suerte o a la desgracia de su propio futuro.
Nosotros comenzamos a estudiar estos problemas cuando todos nuestros viejos estaban abandonados. Fuimos, poco a poco, organizando las distintas cajas, que se fueron escalonando desde las de los industriales y las de los comerciantes que también necesitan cajas, porque no todos ellos se hacen ricos; algunos se funden, y quedan más pobres que nadie.
Se trataba de que existiera una cobertura de los riesgos; de la vejez, de la invalidez y de las enfermedades, tanto para unos como para otros. Es decir, que en la comunidad nadie quedara abandonado a su propia suerte y que un sentido de solidaridad social permitiera que todos los hombres que trabajaban para la grandeza del país pudieran, en un momento de infortunio, tener cubiertos los riesgos para poder seguir viviendo dentro de un margen de felicidad y tranquilidad que es consustancial a la vida humana.
La tarea no fue fácil. Se trabajó durante diez años duramente para organizar todo esto. No quisimos hacer un sistema provisional estatal, porque yo conocía –lo he visto ya en muchas partes- que estos servicios no suelen ser eficaces ni seguros. Preferimos instituirlos administrados y manejados por las propias fuerzas que habrían de utilizarlos, dejando al Estado libre de una obligación que siempre cumple mal. Esta es la experiencia que tengo en este sentido, porque estos sistemas los he visto en varias partes. De manera que organizamos cajas que se manejaban, se dirigían, se financiaban y se mantenían por sí mismas. Llegamos a crear el Instituto de Reaseguros para esas cajas, para que mediante un fondo común se auxiliaran mutuamente. Jamás tuvimos el mínimo inconveniente, y las cajas se capitalizaron de una manera extraordinaria. Y ningún jubilado tuvo jamás que quejarse porque le liquidaran mal, tarde o nunca, como suele suceder.
Algunos riesgos que no se cubrían con la previsión social se cubrieron con los requisitos exigidos. Pero había que pensar que, cumpliéndose los requisitos o no, los pobres tenían necesidades que cubrir.
Fue así posible llegar a un sistema previsional perfecto, que nada escapó.
Desaparecieron los niños y los viejos que pedían limosnas; las sociedades se fortalecieron y la asistencia social se montó sobre una cantidad de policlínicos, fueran sindicales, de la Fundación o del Estado, que proporcionaron la asistencia social indispensable a todos esos sectores.
Creo no exagerar si digo que, como sistema provisional, ha sido lo más perfecto que yo he conocido en mi vida. No sé si existiría en alguna otra parte del mundo, pero lo cierto es que aquí era el mejor que he visto; y lo mejor que he visto porque para mí el sistema provisional más perfecto es aquél que cubre todos los riesgos. El que deja sectores sin cubrir no es un régimen provisional; donde haya una necesidad, tiene que haber un auxilio. Ese es un deber ineludible de la comunidad.
Bien, señores. ¿Qué pasó después? En 1956 el Estado, acuciado quizá por las necesidades, echó mano de los capitales acumulados por las cajas. Es decir, se apropió de ellos. Para mí, eso es simplemente un robo, porque el dinero no era del Estado sino de la gente que había formado esas sociedades y organizaciones. Claro que las descapitalizaron. He visto un decreto secreto en virtud del cual se les sacaron sesenta y cinco mil millones de pesos para auxiliar a quienes no tenían nada que ver con las cajas de jubilaciones y pensiones que habíamos creado. Es decir, se las asaltó, porque fue un asalto. Y naturalmente que, después de ese asalto, los pobres jubilados comenzaron a sufrir las consecuencias de una inflación que no podía paliar ningún salario ni ninguna jubilación.
Cuando nosotros dejamos el gobierno en el año 1955, el dólar en el mercado libre estaba a catorce con cincuenta, y ahora estos pobres tenían que cobrar a razón de un dólar a mil cuatrocientos pesos. Entonces era lógico que, cualquiera hubiera sido el arreglo que se hiciera, esto no tenía arreglo.
¿Qué pasaba? Habían desfalcado las cajas; las habían asaltado. Y las cajas, que como todas las organizaciones económicas y financieras tienen su límite – el límite está indicado por su capital- una vez que le sacaron el capital, era inútil que se pretendiera buscarle soluciones de otra manera, y el Estado tuvo que hacerse cargo de todas las prestaciones.
Indudablemente, el Estado fue también impotente para atender la enorme cantidad de prestaciones. Las sirvió mal, tarde y, en fin, con déficit en perjuicio de los pobres jubilados.
Bien Señores: no vamos a resolver nada con lamentos y pensar que esos pobres jubilados han sufrido las consecuencias de semejante marranadas.
No los vamos a resarcir, porque muchos de ellos se han muerto y otros han sufrido las consecuencias en su salud y en otros aspectos. Lo único que podemos hacer es tratar de remediar de la mejor manera posible estas deficiencias naturales de una falta de administración.
Afortunadamente, el Ministerio de Bienestar Social, que tomó a su cargo todas estas obligaciones, ha comenzado ya la tarea hace 180 días, que no es mucho tiempo. Todos los grandes problemas que se habían presentado han sido ya resueltos en lo fundamental, y podremos pensar que nuestros jubilados comenzarán a percibir lo que por derecho les corresponde, y que les había sido negado por la impotencia de un Estado impotente no solamente por falta de medios, sino más que nada por falta de una administración apropiada. La prueba está en que todos esos males ya han sido en gran parte remediado y se están dando ahora los últimos pasos para resolver definitivamente esos problemas.
Al firmar hoy este decreto hemos dado fin a un programa de seguridad social que es un complemento necesario de los convenios firmados anteriormente sobre precios y salarios y luego sobre economía.
Lógicamente, faltaba el aspecto social que le agregamos ahora a esos factores determinante de la vida nacional.
A mí me llena de satisfacción el haber firmado en este acto el decreto por el cual se aprueba el programa de Seguridad Social, justamente con las fuerzas del trabajo y del sector empresarial. De esta manera todos nos comprometemos a mancomunar esfuerzos en pro del engrandecimiento del país, promoviendo y desarrollando integralmente la seguridad social, a fin de que la llegue por igual a todos los habitantes, sea cual fuere el lugar donde se encuentren. De esta manera, cerramos con profunda satisfacción la Semana de la Seguridad Social, que ha establecido el Ministerio de Bienestar Social, el que ha realizado una obra enjundiosa.
Muchos miles de jubilados, pensionados, inválidos y niños, han visto convertirse en realidad una esperanza que empalidecía con el tiempo.
Pero aún subsisten problemas e injusticias que deberemos reparar.
Tenemos 711.000 hombres y mujeres que están percibiendo 61.500 pesos y hay otros 101.800 jubilados que no pudieron percibir ni un solo peso de aumento, porque cobraban más de 100.000 pesos. Es decir, que esta clase pasiva volvió a tener que sacrificarse y esperar una nueva oportunidad para ampliar sus recursos, ya bastantes escasos e insuficientes para vivir dignamente.
En ciento ochenta días, como dije, el gobierno, trabajando fuerte y con honradez, ha logrado normalizar, las recaudaciones jubilatorias.
Este es un mérito que yo reconozco y aplaudo en el Ministerio de Bienestar Social. Ha obtenido recursos genuinos que permiten encarar el futuro de los jubilados y pensionados con una mayor esperanza y seguridad.
Cuando recibimos el gobierno el 25 de mayo de 1973, la Secretaría de Seguridad Social tenía una disponibilidad de dieciocho mil millones de pesos moneda nacional: pero, junto a ello, también recibió una deuda con el Instituto de Jubilados y Pensionados y con el Fondo Nacional de la Vivienda que llegaba a los cincuenta y seis mil millones de pesos. Además, se debía a los jubilados una retroactividad de sesenta mil millones de pesos.
Al cumplirse los ciento ochenta días de nuestro gobierno, tengo el placer de anunciar que no solamente se ha otorgado mejoras del 28 y el 33 por ciento inspiradas por el pacto social, sino que se han pagado todas las deudas mencionadas.
Se han cumplimentado los pagos de las retroactividades atrasadas, que se están liquidando en este último bimestre. También se han firmado convenios con modernos policlínicos para la atención médica de jubilado y pensionados.
Se han establecido convenios de corresponsabilidad con la C.G.T., para que los mismos obreros controlen oficialmente si los aportes se pagan en término o no. Se están agregando días al calendario de pagos, para que cada jubilado llegue a percibir su pago al mes vencido, y no a dos o más meses atrasados. Se ha agilizado la forma de cobros, para evitar esas largas y angustiosas colas frente a un banco determinado. Ahora pueden hacerlo en el que más le convenga y cerca de su domicilio.
Se está trabajando arduamente para facilitar el Turismo Social de jubilados y pensionados, de manera que puedan gozar de un descanso reparador y merecido para quienes trabajaron mucho a lo largo de toda su existencia.
Se han mejorado las pensiones para los internados en asilos y dependencias de rehabilitación o atención médica, colocándolos en situación muy mejorada con respecto al pasado.
El gobierno no desea que la Semana de Seguridad Social termine sin un verdadero broche de oro que lleve la alegría a todos los hogares –un millón y medio- de jubilados y pensionados del Sistema Nacional de Previsión Social. A partir del primero de enero de 1974 tendrán un aumento del 30 por ciento sobre los haberes que cobran al 31 de diciembre de 1973.
Para que el público en general tenga una idea de la real situación de los jubilados, les diremos que cuando recibimos el gobierno la jubilación mínima era de 46.200 pesos, y a partir del primero de enero de 1974 será de 80 mil pesos, lo que equivale a decir el 80 por ciento del salario vital, mínimo y móvil.
Señores: es para mí un deber agradecer y felicitar en nombre del gobierno, a los funcionarios que han hecho posible la realización de todas las conquistas, dirigidas hacia un sector que todos tenemos la obligación de cuidar. Los viejos y los niños, como ocurre en toda familia, son los que merecen nuestro cuidado. La familia vive y se mantiene cuando tanto unos como otros están debidamente protegidos.
La función de la previsión social, con su asistencia social y todos los demás menesteres, es parte de esa solidaridad que no sólo tenemos la obligación moral de mantener, sino también destacar que en nuestro país ya es una conquista que no puede ceder a la acción destructora del tiempo ni desvanecerse bajo las sombras del olvido.
En 1949 sancionamos una Constitución Justicialista, donde se dio status constitucional a los deberes y a los derechos de la ciudadanía. Entre esos derechos estaba el del trabajo, el de la familia, el de la ancianidad y el de la niñez. Han pasado muchos años; en 1956 esa Constitución, que estableció inalienablemente esos derechos, fue derogada por un bando. Yo no sé cómo puede hablarse de Derecho Constitucional en un país donde, por un bando, puede dejarse sin derecho una Constitución.
Tenemos que volver a dar status constitucional a esos derechos, porque ningún sistema constitucional podrá afirmarse en derechos que estén garantidos por una Constitución, que ha de ser inamovible para evolucionar sólo a lo largo de los tiempos y no al antojo de algunos trasnochados que encuentran mal todo lo que ellas no han sido capaces de realizar.
Señores: aprovecho también la oportunidad para agradecer, en nombre del gobierno, a toda la organización que, a través de la C.G.E. y de la C.G.T., han hecho posible que nuestra economía y nuestras finanzas puedan ponerse en pie y avanzar con la seguridad que dan los procedimientos honestos y capaces. Por eso al felicitar al Ministerio de Bienestar Social, quiero hacerlo extensivo al Ministerio de Economía, expresando mi reconocimiento a cada uno de los señores funcionarios por todo lo que se está haciendo en la República, dado que todo lo que se hace es producto de su preocupación, de su capacidad y de su entusiasmo."