Presbítero Raúl Sánchez
Abelenda (*)
PRIMERA PARTE: ORDEN GENERAL
La Iglesia católica
hoy está sumergida en múltiples problemas. Lamentablemente estos problemas se
han ido encarnando de quince años a esta parte y ya está institucionalizado,
han tomado carta de ciudadanía y forman parte de la mentalidad de la gente. Ahora
es muy difícil sacarla de allí. Cuando el último Cónclave, hablaba con amigos
de Buenos Aires, y les decía que, si por un milagro Dios nos diera un Papa como
San Pío X, que con mano enérgica y con celo quisiera arreglar las cosas,
restituyendo, por ejemplo, el verdadero culto, que está en la Misa de siempre y
cuya existencia tiene por lo menos, 1500 años (...) si quisiera arreglar eso,
ese Sumo Pontífice se quedaría con diez personas, porque la misma gente que
quiere que las cosas estén bien ya tiene la mentalidad cambiada. En la nueva
misa, por ejemplo, lo único que no quieren es que haya guitarras, y el problema
de la nueva mis nunca fue de guitarras. El problema es si se conserva o no se
conserva el rito (...).
A raíz del Concilio
Vaticano II, que fue la eclosión de algo muy sedimentado, la Iglesia se ha
empapado de liberalismo, y no constituye una ofensa para nadie decirlo, porque
en las mismas proclamas de las autoridades oficiales está el liberalismo. Incluso
algunas emplean fórmulas que son marxistas, como la del "hombre
nuevo", pero el hombre nuevo que ahora se menciona, nunca es colocado en
una perspectiva sobrenatural, a ese "hombre nuevo" (también San Pablo
habla del "hombre nuevo", pero el hombre nuevo que ahora se menciona,
nunca es colocado en una perspectiva sobrenatural, a ese "hombre
nuevo" que simplifican ponen
siempre en cosas temporales.
Dentro de ese
liberalismo, decía, que tiene carta de ciudadanía en la Iglesia, está el
llamado "liberalismo de tercer grado".
El
"liberalismo de primer grado" es el laicismo. El de "segundo
grado", que fue el que primó en los últimos ochenta años de nuestra
cultura argentina, consistía en respetar un catolicismo de conciencia (que se
enseñara el catolicismo en las parroquias, en las escuelas públicas después de
las horas de clase, y también alguna provincia admitió la enseñanza religiosa,
etc. etc.) De manera que se trata de un "liberalismo católico".
Ahora bien, el
"liberalismo de tercer grado" es el catolicismo liberal, y el
catolicismo liberal ha sido condenado por la Doctrina de la Iglesia, y me
remito a los Papas Gregorio XVI con la Mirari Vos, Pío IX con la Quanta cura y
con el Sylabus (proposición 80).
Yo coloco al Opus
Dei en el "liberalismo de tercer grado": es un catolicismo liberal, y
entre el liberalismo y el catolicismo no hay acuerdo posible. Me remito a la
obra, que sigue vigente, El liberalismo es pecado", de Sardá y Salvany, y
también a la formidable obrita del Cardenal Billot "El error del
liberalismo".
Y las tres
tentaciones de nuestro Señor Jesucristo dan sentido a los múltiples problemas
que vive la Iglesia. Fijémonos que el demonio no puede presentar la última
tentación de golpe, tuvo, en cambio, que ir gradualmente (...) El demonio no
pudo presentarle abiertamente la tercera tentación a Cristo; en cambio, es muy
fácil que un católico con cierta espiritualidad, ejercitando vencer las
pasiones, rehuya las tentaciones sensibles y no pueda resistirse a la
invitación a "conquistar el mundo". El diablo le dice entonces:
"¡Conquista el mundo, porque tú, cuando conquistes el mundo, lo
conquistarás para Cristo!
Entonces yo
pregunto: ¿con qué tipo de tentación está mechado el Opus Dei? Está mechado con
la tercera tentación, que el diablo no puede presentar abiertamente ante
nosotros. No se olviden de que eso de querer ganar al mundo para Cristo,
aparece como muy apostólico...
Yo sostengo que el
Opus Dei hace una síntesis de tres cosa que no son cristianas, y me remito en esto
a la historia. ¿Cuáles fueron los enemigos clásicos de Jesucristo mientras
vivió su vida pública? El fariseísmo, el saduceísmo y el herodianismo. Los
herodianos aparecen menos, sin embargo dialectizan la obra de Jesucristo.
"¿Hay que pagar el tributo al César?"... Se lo cuestionaron los
herodianos, porque no querían la dominación romana, y entonces dialectizan a
Nuestro Señor con los problemas de este mundo, y Nuestro Señor, la Sabiduría
infinita, manda "dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios". O sea, que esa dialéctica entre lo temporal y lo sobrenatural, es
de cuño herodiano.
El Opus Dei, dice
Monseñor Escrivá de Balaguer, tiene que volcarse al mundo y secularizarse, y
agrega que no debe haber dialéctica entre progresismo e integrismo, entre mundo
y espiritualidad (...)
¿Cuáles son las
objeciones que los saduceos le ponen a Jesucristo? los saduceos no creen en la
resurrección de la carne (...) El saduceísmo es algo puramente temporal, y el
Opus Dei tiene un cuño saduceísta con esa apetencia de lo temporal, de los
poderes de la política, de la economía, el poder que da el dinero, etc., etc.
Y el fariseísmo,
como dice el Padre Castellani repitiendo a San Gregorio Papa, es la corrupción
de lo religioso. Y creer que yo me salvo porque pertenezco al Opus Dei, acusa
una religiosidad muy malsana.
Pero pienso que,
entre este herodianismo, este saduceísmo y este fariseísmo, la clave la da (y
esto se le puede escapar a la gente del Opus Dei y a los que simpatizan con él)
el saduceísmo. El saduceísmo fue algo que ya en tiempos de Jesucristo se
arrastraba del Antiguo Testamento; por eso, al decir que el Opus Dei propugna
un neo saduceísmo en los católicos militantes o practicantes, decimos que el
Opus Dei está resucitando algo del Antiguo Testamento.
Y el saduceismo,
aunque existan matices, viene a ser un sinónimo del calvinismo., El calvinismo
aparece en el siglo XVI, recoge la reforma luterana, con su cultura clásica se
propone darle un sentido clásico a eso burdo y salvaje que fue la doctrina de
Lutero, y fundamenta la salvación estableciendo la predestinación.
¿Cómo hace Calvino
para fundamentar esa predestinación? De un modo gráfico, él se pregunta:
"¿Cómo me consta a mí, o cómo les consta a los cristianos calvinistas, que
estoy, o que están salvados?" Se vale de, y recoge un contexto del Antiguo
Testamento. Ustedes saben que Nuestro Señor tuvo que aplicar con los judíos,
que eran de dura cerviz, una pedagogía que iba de lo interno a lo externo, de
lo sensible a lo espiritual (pedagogía que luego irá depurando). Así, hacía uso
de bienes materiales: quien es fiel a Dios, tiene bienes materiales (que en esa
época estaban representados por la prole, manadas de ovejas, campos,
embarcaciones, etc.). La bendición de Dios, en ese contexto, se manifiesta con
bienes materiales, otorga poder.
Y en el libro de
Job, encontramos un ejemplo claro. El protagonista, que no es hebreo, puede ser
semita, y los especialistas sostienen que pudo haber sido idumeo, es probado
por Dios. Dios permite que se quemen sus campos, que se mueran sus animales y
sus hijos, que hasta se vuelva leproso y termine rascándose las úlceras con una
teja en un estercolero, mientras sus amigos le reprochan: "Tú que fuiste
siempre tan bueno con Dios y tan fiel a la Ley, ¿cómo es que Dios te
castiga?" Claro ante sus contemporáneos, Job aparecía como maldito, ya que
la señal de estar bendecido por Dios era ser rico. Job reniega del día de su
nacimiento, pero -como dicen las Sagradas Escrituras. nunca pecó. Pasada la
prueba, Dios bendice a Job devolviéndole aquello de lo que lo había privado,
pero multiplicado. De manera que, en el Antiguo Testamento, el bendecido por
Dios, era el hombre favorecido temporalmente. Y esto nos lleva a Calvino.
Max Weber señala al
protestantismo como promotor del capitalismo liberal. Pero, ¿qué
protestantismo? El protestantismo calvinista: no en balde el calvinismo influyó
mucho en Inglaterra -dueña de dos mares y de la Commonwealth-, y en los Estados
Unidos, tanto en su constitución como en su sistema de gobierno, y luego en su
espíritu imperialista, que los impulsó a buscar extenderse hacia el oeste y
hacia dominios mejicanos, españoles, etc.
Así entonces, el
calvinismo recoge la figura del Antiguo Testamento y sostiene que el
cristianismo calvinista (el "cristianismo verdadero") que cree en el
poder temporal, podrá sentirse seguro de estar salvado. La señal, entonces, es
tener poder de las finanzas, los controles de la cultura, integrar un gabinete,
fundar universidades, integrar los directorios de bancos, etc., etc. El
calvinismo es una expresión depurada, y un poquito refinada, de ese saduceísmo
brutal que existía en tiempos de Nuestro Señor, y que forma parte de la
mentalidad judía.
Es la característica
del Opus Dei: esa apetencia de dominar lo temporal, para luego, mediante ese
dominio de lo temporal, hacer apostolado. Obviamente ellos no lo van a decir
claramente porque suena un poco fuerte, pero sí van a insistir en que su
espiritualidad es laical, es secular, en que hay que lograr una armonía con el
mundo.
Bien, si yo procuro
una armonía con el mundo, tengo que servirme de todo lo que me da el mundo. Es
cierto que "para santificarlo", como dice el Opus Dei, pero no puedo
dejar de valerme de aquello que no solamente me brinda, sino que constituye la
estructura del mundo. ¿Y cual es esa estructura que constituye el mundo? El
poder.
El poder del
dinero, de la cultura, de las influencias. El mundo es poder. Porque el mundo
sabe que, después de él, no hay nada más. Decía San Pablo que "si no
resucitamos para nuestra fe, comamos y bebamos" o sea, vivamos el espíritu
del mundo, vivamos el poder, el poder material... con mucho
"equilibrio", por cierto, con mucha eutrapelia (buen humor), pero son
esas las cosas "del mundo", y esa es la postura del Opus Dei, que
insiste en una espiritualilidad laical y en un compromiso con el mundo.
Se puede hacer
frente a esto con tres frases del Evangelio. En primer lugar, Jesucristo pone
como norma de oro que rige nuestra conducta aquello de "buscar primero el
Reino de Dios", su ordenamiento, su santidad, eso significa la justicia,
que es el objetivo de todo cristiano, lo que me hace justo ante Dios, y me hace
justo porque la Sabiduría de Dios (no la voluntad de Dios), lo ha establecido
como justo (la Sabiduría de Dios lo establece y la Voluntad divina lo impera),
y lo demás "se dará por añadidura". El espíritu secular, mundano,
calvinista, insiste y pone el tono en la "añadidura", más que en el
"Reino de Dios".
¿De manera que yo
busco primero la añadidura, canonizo, santifico, primordializo la añadidura,
para luego buscar el Reino de Dios y su justicia? ¡Jesucristo no nos ha
enseñado eso!
Otra frase del
Señor: "No ruego por el mundo, sino por estos que están en el mundo".
Fueron las palabras testamentarias de Nuestro Señor, las que usó en su sermón
de despedida con sus íntimos, cuando el Corazón del Salvador se abrió de par en
par, antes de entregarse con plena libertad y por amor a su Padre y a nosotros,
a su Pasión.
Y aquélla otra
frase que pertenece a Nuestro Señor, aunque la dice San Pablo: "No queráis
conformaros con este siglo". Esto lo dice la Palabra Revelada, y junto a
ella, todas las éticas cristianas, tan múltiples, tan variadas, desde los
Padres del desierto, pasando por todas las corrientes de espiritualidad
legítimas, algunas muy fieles, otras quizás no tanto, han presentado esta
separación del mundo.
Cuando la Iglesia
orienta correctamente al individuo, evitando el clericalismo, siempre le dice
que el cristiano, si bien tiene que cumplir sus tareas, sus deberes de estado
en este mundo, no puede identificar su fin, su salvación eterna, su felicidad
total, con el espíritu del mundo, O sea que el cristiano, aunque está en el
mundo, no debe dejarse avasallar por el espíritu del mundo, porque el espíritu
del mundo es contagioso y nos aparta del espíritu de Cristo.
Ahora bien, el
calvinismo tiene otra inflexión, que resulta un poco más sutil.
El calvinismo se
caracteriza por un voluntarismo. La teología y la filosofía cristianas, siempre
han defendido la primacía de la inteligencia sobre la voluntad. No el primado
racionalista cartesiano, que ya corresponde al mundo moderno (...)
"Voluntas sequitur intellectum", es decir, "la voluntad sigue al
entendimiento", es un adagio, un apotegma de la filosofía y de la teología
católica. El objeto de la voluntad es el bien, pero la voluntad no lo conoce,
quien le presenta a la voluntad el bien para que lo desee, lo apetezca y lo
alcance, es la inteligencia. La sana teología, y la espiritualidad se basa
siempre en una sana teología, no es voluntarista, es intelectualista.
El calvinismo, por
el contrario, se basa en un voluntarismo a ultranza. El voluntarismo ya empezó
a manifestarse en la decadencia de la Edad Media, sobre todo el la obra de Guillermo Ockam. Todo el pensamiento moderno no surge de pronto y por obra de
René Descartes, sino que se arrastra de la misma corrupción de la escolástica
medieval (en ella tuvo su causa y su proceso).
De tal voluntarismo
se valdrá Calvino para fundamentar la teoría de la predestinación.
La teoría de la
salvación calvinista es horrorosa, porque hace depender la salvación del antojo
de Dios. Dios hace nacer a algunos hombres para que se condenen y a otros para
que se salven. El que está destinado a salvarse, aunque sea un granuja, se
salva; y el que está destinado al infierno, aunque sea un santo varón, se
condena.
La predestinación
calvinista ha sido condenada por la Iglesia católica, felizmente y con términos
claros, como debe proceder la autoridad cuando condena algo, y se debe proceder
"dogmáticamente", no "pastoralmente" (que es un término que
han inventado ahora y que se presta a cualquier cosa). Cuando se defiende algo,
se debe precisar la tesis y se debe obligar a los fieles, por lo menos
intrínsecamente, a seguir esa definición si se quiere seguir siendo católico.
Pues bien, hay una
predestinación católica, por supuesto que la hay, a ustedes les basta con ver
el prólogo de esa bellísima carta de San Pablo a los Efesios. ¿Cómo Dios va a
ignorar, en su acto simplísimo de saber, Dios que conoce la omnipotencia de su
Sabiduría los futuros contingentes, si alguien está salvado o no? Y quienes se
salvan, se salvan por los méritos de Jesucristo. ¿Qué diferencia la
predestinación católica de la luterana? La predestinación católica salva la
justicia divina: la Sabiduría divina rige a la voluntad divina, aunque todo se
aúne en la simplicidad divina.
En cambio, para
Calvino, la voluntad divina está sobre y se impone a la inteligencia divina. Y
eso se manifiesta al comparar a Dios como legislador y como juez. Para
nosotros, los católicos, y conforme a la doctrina d Santo Tomás de Aquino, Dios
primero es Legislador, en el orden natural y en el orden sobrenatural. La
inteligencia divina ha establecido un orden en el mundo. Creó al mundo y al
hombre, rey de la creación, conforme a un orden. Un orden querido por Dios,
pero no querido arbitrariamente. Cuando se dice orden, se está haciendo alusión
directa a la inteligencia: es propio, y le corresponde al sabio, al que conoce,
ordenar (...) De manera entonces que en la concepción católica permanece Dios
como Legislador. Dios es nuestro juez, juzgará si nosotros, haciendo buen uso
de la libertad en el tiempo, hemos o no hemos cumplido su ley. Dios nos juzgará
en virtud de las leyes que nos hadado. No estamos obligados a obedecer
ciegamente sus leyes: nos ha hecho libres de acatar o no sus órdenes. Si las
hemos acatado, si hemos observado la ley divina, nos juzgará premiándonos. Si
no la hemos observado (somos libres de no hacerlo), en ese caso, y no por un
antojo, seremos condenados.
En Calvino las
cosas se invierten: prevalece el "Dios-juez" sobre el
"Dios-legislador". Incluso extenderá esta idea a la concepción del
Derecho, y llega a decir que al Derecho "lo hace la voluntad de los
jueces". No hay normas objetivas en el Derecho, aún en el Derecho humano,
y con mayor razón no las habrá en el divino.
Este calvinismo
voluntarista tiene que refugiarse en algo que implique y asegure el ejercicio
del poder, del dominio, en una concepción prometeica y voluntarista del hombre,
porque la base de esa horrible predestinación de Calvino es su concepción
voluntarista de Dios y de la economía de la salvación. Entonces Dios condena
porque prevalece en Él la voluntad y hace lo que se le antoja, y lo que Dios
hace es santísimo e inapelable.
(*) R.P. Raúl Sánchez Abelenda
Nació en 1929 en Nogoyá, Entre Ríos, Argentina.
Fue ordenado Sacerdote en 1953. Obtuvo el Doctorado en
Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y a partir del año
1968 pasó a la depender de la Arquidiócesis de Buenos Aires.
Durante el Concilio Vaticano II defendió las tesis tradicionales frente al avance
modernista.
Su defensa se plasmó no sólo en las letras sino en su
indeclinable defensa y permanencia en la Misa Tridentina.
Activo en la docencia y en la vida pública nacional, ocupó
el cargo de decano de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Nacional de Buenos Aires, durante el gobierno justicialista derrocado en marzo
de 1976.
Apasionado defensor de la Fe de Siempre, falleció en 1996.
Sus restos descansan en el Seminario Nuestra Señora Corredentora de La Reja.