CUARTA CLASE DICTADA EL 12 DE ABRIL DE 1951




En mis clases anteriores he hablado de la historia universal, refiriéndome a las dos historias: la de los hombres y la de las masas en su afán por convertirse en pueblo, y a la historia de los grandes hombres hasta llegar a Perón. Aquí nos hemos detenido, como quien se detiene luego de haber recorrido la noche, contemplando en las estrellas la aurora que luego llega con el sol.

Recorrimos la historia de las masas, en su afán por convertirse en pueblo, o sea en sus luchas de superación, hasta llegar al 17 de Octubre, que tal vez es la historia más formidable de un pueblo defendiendo su propio destino.

¿Qué es el pueblo para un peronista? Yo creía que había agotado el tema en la clase anterior y había dispuesto hablar hoy de la historia del capitalismo, pensando que así, por contraste de luz y sombras, nos entenderíamos mejor y entenderíamos mejor al peronismo, pero meditando el tema de mi última clase, advertí que todavía no había terminado y que quedaban muchos puntos, para mí de fundamental importancia. No quiero dejar de insistir sobre el tema de las masas y los pueblos en la historia, porque, para mí, quien no entienda y sienta bien lo que es el pueblo, no podrá ser jamás un auténtico peronista.

Yo siempre digo que los tres grandes amores de un peronista son el pueblo, Perón y la Patria, y vean ustedes, si un peronista puede ser peronista sin tener esos tres grandes amores, tal como lo siento yo, y no solamente como una linda palabra.

El amor es sacrificio, y aunque parezca esto el título de una novela sentimental, es una verdad grande como el mundo y como la historia. No hay amor sin sacrificio, pero nadie se sacrifica por algo que no quiera y nadie quiere algo que no conoce. Nosotros decimos muchas veces que estamos dispuestos a morir por el pueblo, por la Patria y por Perón, pero cuando llegue ese momento, si llega –y no seamos traidores, desleales y vendepatrias-, tenemos que sentir verdaderamente esos tres grandes amores, y por eso debemos conocerlos íntima y profundamente. Es necesario conocer, sentir y servir al pueblo para ser un buen peronista. Hay muchos peronistas, ya lo son; pero nosotros queremos peronistas en la práctica y no teóricos.

Es urgente que insistamos, dentro de nuestro movimiento, en la necesidad que tenemos de hacer conocer y amar al pueblo –y ustedes verán más adelante por qué es urgente, y más en nuestro movimiento- si es que no queremos perder y malograr esta maravillosa doctrina que nos ha dado el General Perón. Tal vez sea más necesario esto para hacerlo conocer y querer más profundamente a Perón. El General tiene una grandeza espiritual tan extraordinaria, que está siempre muy presente en nuestros sentimientos y en nuestro corazón; pero mucho me temo que no suceda lo mismo con el pueblo, y a veces pienso que no todos los peronistas me entienden y me creen cuando yo digo que Perón es el pueblo. 


No se han dado cuenta todavía de lo que eso significa; no han advertido que eso significa que para quererlo a Perón hay que quererlo al pueblo; que no se puede ser peronista sin conocer, sin sentir y sin querer al pueblo –pero quererlo profundamente- y, sobre todo, servir la causa del pueblo. Un peronista que no conozca, que no sienta y que no sirva al pueblo, para mí no es peronista.

Yo voy a demostrar en esta clase de hoy que la mejor manera de conocer si un peronista es verdaderamente peronista consiste en establecer si tiene un concepto peronista de lo que es el pueblo; si se siente él mismo parte del pueblo y no tiene ambiciones de privilegios; si sirve lealmente al pueblo.

Ustedes dirán que en lugar de dar mi clase de historia del peronismo yo estoy dictando más bien moral peronista. No es eso. Había dicho en la clase anterior que iba a hablar de capitalismo, pero creí que era necesario primero dar una clase sobre ética peronista y, especialmente, sobre oligarquía, para después pasar al capitalismo. Y para no ser oligarca y ser un buen peronista, tenemos que basarnos en un amor profundo por el pueblo y por Perón, sustentado en valores espirituales y en un gran espíritu de sacrificio y de renunciamiento, no proclamados sino hondamente sentidos.

Todas estas cosas no las digo porque sí, ni porque me gusta el tema. Ustedes saben que decir la verdad me ha costado muchos dolores de cabeza, y puedo decir con orgullo que nunca he sido desleal con los que han sido leales a Perón. Pero también puedo decir con orgullo que jamás he mantenido mi amistad en un círculo ni en un grupo, sino nada más que hacia la lealtad, y la lealtad no me compromete nada más que mientras se es leal a Perón, que es ser leal al pueblo y al movimiento.

Si hablo de estas cosas, es porque sé que al mismo General le preocupa el tema, y nos debe preocupar a todos los que queremos profundamente al movimiento y anhelamos que sea un movimiento permanente. Le preocupa, sobre todo, que todavía haya peronistas que, por su afán de obtener privilegios, más bien parecen oligarcas que peronistas. Mis ataques a la oligarquía ustedes los conocen bien, porque los habrán oído no una, sino muchas veces en mis discursos.

Y estoy segura que algunos de ustedes habrán pensado lo que otros ya me han dicho tantas veces: ¿"Por qué se preocupa tanto, señora, si esa clase de gente no volverá más al gobierno?".

No; yo ya sé que la oligarquía, la del 17 de Octubre, la que estuvo en la plaza San Martín, ésa ya no volverá más al gobierno, pero no es ésa la que a mí me preocupa que pueda volver. Lo que a mí me preocupa es que pueda volver. Lo que a mí me preocupa es que pueda retornar en nosotros el espíritu oligarca. A eso es a lo que le tengo miedo, mucho miedo, y para que eso no suceda he de luchar mientras tenga un poco de vida –y he de luchar mucho- par que nadie se deje tentar por la vanidad, por el privilegio, por la soberbia y por la ambición.

Yo le tengo miedo al espíritu oligarca, por una simple razón. El espíritu oligarca se opone completamente al espíritu del pueblo. Son dos cosas totalmente distintas, como el día y la noche, como el aceite y el vinagre.

Vamos a demostrar el espíritu oligarca en la historia, trayendo algunos ejemplos. Yo, en mis luchas diarias –y ustedes lo habrán visto- para ser una buena peronista, trato de ser más humilde, trato de arrojar fuera de mí cualquier vanidad que pudiera albergar mi corazón. 


Yo no podría ser la esposa del General Perón, ni buena peronista, si tuviera vanidad, orgullo y, sobre todo, ambición, porque la ambición es el espíritu oligarca que perdería completamente a nuestro movimiento.

Yo no sé qué pensarán de mi los historiadores y los que comentan la historia, pero yo creo firmemente –y de esta idea no me podrán sacar- que la causa de todos los males de la historia de los pueblos es, precisamente, el predominio del espíritu oligarca sobre el predominio del espíritu del pueblo.

¿Cuál es el espíritu oligarca? Para mí, es el afán de privilegio, es la soberbia, es el orgullo, es la vanidad y es la ambición; es decir, lo que hizo sufrir en Egipto a millares y millares de esclavos que vivían y morían construyendo las pirámides; es el orgullo, la soberbia y la vanidad de unos cuantos privilegiados que hacían sufrir en Grecia y en Roma a los ilotas y a los esclavos; es el espíritu de oligarca de unos pocos espartanos y aristócratas y de unos pocos patricios que gobernaban a Esparta, a Atenas y a Roma; el sufrimiento de millones y millones de hindúes se debió al orgullo de las sectas dominantes; el dolor de la Edad Media se debió a la soberbia de los señores feudales, de los reyes y de los emperadores ambiciosos, que sólo pensaban en dominar a sus iguales; el sufrimiento que provocó la rebeldía del pueblo francés en 1789, la Revolución Francesa, tiene su causa en los privilegios de la nobleza y del alto clero; la Rusia de los zares, que hizo nacer en el mundo la revolución comunista, es otra expresión más de los sufrimientos que ha provocado el espíritu oligarca, la vanidad, la ambición, el egoísmo y el orgullo de unos pocos aplastando a las masas.

El peronismo que nace el 17 de Octubre es la primera victoria real del espíritu del pueblo sobre la oligarquía. La Revolución Francesa, tal como la historia lo atestigua –y yo trato de profundizarla y de leer mucho de lo que se ha escrito- no fue realizada por el pueblo, sino por la burguesía. Esto no lo recordamos muy frecuentemente.

La burguesía explotó el desquicio real en ese pueblo hambriento, desposeído y es por eso que preferimos recordar de la Revolución Francesa tres palabras de su lema: Libertad, Igualdad y Fraternidad, tres hermosas palabras de los intelectualoides franceses que decían cosas muy hermosas, pero que realizaban muy poco. Y es por eso que nos olvidamos de algo extraordinario. Nos olvidamos que la Constitución de 1789 prohibía la agremiación. 


¿Puede una revolución ser del pueblo, cuando dicta una Constitución prohibiendo la agremiación? El pueblo siguió a la burguesía, pero ésta no respondió honrada y lealmente a ese pueblo, que se jugó la vida en la calle.

La Revolución Francesa quiso suprimir, y lo consiguió, hasta con la guillotina, al privilegio aristocrático, pero trajo al mundo el concepto de la libertad individual absoluta, creando con ese concepto otros privilegios, como el de la riqueza, que condujo luego rápidamente al capitalismo.

La revolución rusa también quiso suprimir a la oligarquía aristocrática, utilizando para ello al pueblo, cuya reacción violenta provocó también la muerte de los zares. Pero después se creó en Rusia una nueva oligarquía: la de unos cuantos hombres que no consultan al pueblo, sino que simplemente lo llevan hacia donde quieren. Ellos no hacen lo que el pueblo quiere, sino que el pueblo tiene que hacer lo que ellos quieren. Creo que hay una pequeña diferencia...

Tan oligárquico es el sistema feudal como el absolutismo de los reyes, como el sistema de casta que imperó en nuestro país, sistema cerrado con la "Yale" de los apellidos ilustres que nosotros conocemos. Tanto más ilustres esos apellidos cuanto más dinero tenían en el Banco. Tan oligárquico es el sistema capitalista que domina desde Wall Street como el sistema comunista imperante en Rusia.

Por ello, afirmo que el peronismo nacido el 17 de Octubre es una victoria del auténtico pueblo sobre la oligarquía. Y para que esa victoria no se pierda, como se perdió la Revolución Francesa y la revolución rusa, es necesario que los dirigentes del movimiento peronista no se dejen influenciar por el espíritu oligarca. Es necesario, para ello, que todas estas cosas que decimos no caigan en el vacío. Yo a veces observo que cuando se dicen cosas importantísimas, nos las aplauden, si tenemos razón, pero en la práctica hacen esos mismos que aplaudieron todo lo contrario. Hay que aplaudir y gritar menos y actuar más. Claro que al decir esto hablo en general.

Nuestro movimiento es muy serio, porque tenemos un hombre, el General Perón, que está quemando su vida por legarnos consolidada su doctrina y por entregarnos y depositar en nuestras manos la bandera justicialista y una Patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

Eso era para nosotros un sueño. Era un sueño para los argentinos pensar que algún día, en nuestro país, un hombre, con sentido patriótico, un hombre extraordinario, y sobre todo con una gran valentía, pudiera anunciarlo y realizarlo.

Pero es que hay que reconocer que el hombre que ha creado su doctrina y que ha realizado esa obra tan extraordinaria, es un hombre de unos valores morales extraordinarios.

Nosotros vemos en Perón a la humildad, a un hombre sencillo, a un hombre que no es vanidoso ni orgulloso, a un hombre que siente alergia por los privilegios. Entonces nosotros, que lo queremos a Perón, tratamos de acercarnos, tratamos de igualarnos a él, tratamos de sentirnos humildes, de no ser ambiciosos, de no sentir orgullo ni vanidad.

En esto es en lo único en que podemos tratar de igualarnos a Perón, y, si lo logramos, va a ser tan grande que habremos desterrado del peronismo el peligro del espíritu oligarca que, de lo contrario, terminaría con nosotros. Perón no ha venido a implantar otra casta; él ha venido a implantar al pueblo, para que sea soberano y gobierne. Por eso, nosotros tenemos que sentirnos humildes y consultar al pueblo en todo, pero consultarlo también en su humildad. No sentirnos, cuando el movimiento nos llama a una función, importantes ni poderosos.

A mí me preocupa extraordinariamente esta cuestión. He tenido una gran desilusión con gente a la que aprecio, cuando la he visto envanecerse como pavos reales, cuando las he visto sentirse importantes. No hay más importancia, más privilegio, ni más orgullo, que el sentirse pueblo. Pero algunos se sienten señores; ¡y el señor no se siente, el señor se nace, aun en los más humildes! Cuando los he visto en personajes, me ha entrado frío, miedo, angustia y una profunda tristeza. Pero las fuerzas y la esperanza me renacen cuando miro a Perón trabajando incansablemente y al pueblo colaborando con él.

Yo lo observo al General, porque no quiero dentro del movimiento ser nada más que una buena alumna suya; quiero servir al movimiento y no servirme de él. Si actuáramos así siempre, la humanidad sería más feliz y nosotros seríamos mucho más útiles a los pueblos.

El General Perón es humilde a pesar de todo su poder, y no digo poder por ser él el Presidente de la República, sino por su poder espiritual, porque él es mucho más poderoso que por sus títulos, sus galones y sus derechos, porque reina sobre el corazón de millones de argentinos.

Yo lo he visto al General, no con ese empaque humilde y fingido que a veces ustedes advierten en algunos hombres en los pequeños detalles, más que en los grandes, y que es el teatro que hacen muchos políticos que aparecen como humildes para que los vea un grupo, pero que en el fondo son déspotas, soberbios, vanidosos y fríos. A Perón, en cambio, que ha hecho obras extraordinarias, lo veo todas las mañanas, al llegar a la Casa de Gobierno –para dar un ejemplo, porque, como decía Napoleón, un ejemplo lo aclara todo- tocar el timbre y decir, siempre, al ordenanza que acude: "Buenos días, hijo; ¿quiere hacerme el favor de traerme un cafecito?". Y cuando se lo trae, así esté con un embajador, con un ministro o con quien fuera, le da un abrazo agradeciéndole; pero eso es normal en él, le sale de adentro. Eso no es teatro: le sale del corazón. Y yo pienso, entonces, si todos los peronistas seríamos capaces de hacer otro tanto. No podemos tener el privilegio de ser genios y grandes como Perón, pero sí podemos proponernos ser buenos como él.

La gente se olvida muy fácilmente del pueblo, y nosotros, los peronistas, que decimos que queremos a Perón, que amamos profundamente su figura, su nombre, su doctrina y su movimiento, no podemos ni debemos jamás olvidar al pueblo, porque si no traicionamos a Perón, traicionamos su preocupación más grande. No olviden que Perón trabaja, lucha, sueña y se sacrifica por un ideal: su pueblo.

Es que algunos peronistas no se dan cuenta de que todo lo que somos se lo debemos a Perón y al Pueblo, y a veces nos creemos que llegamos por nosotros mismos, nos consideramos importantes e insustituibles, y hasta nos creemos a veces directores de orquesta. ¿De qué orquesta somos directores?

La humildad debe ser una de nuestras grandes preocupaciones, como la bondad, la falta de vanidad y la ausencia de ambición. No debemos tener más que una sola ambición: la de desempeñar bien nuestro cargo dentro del movimiento. Dijo el General Perón hace unos días: no son los cargos los que dignifican a los hombres, sino los hombres los que honran a los cargos. Nosotros debemos aspirar a ocupar un cargo de lucha, no importa cual fuere, pero cumplirlo honradamente, con espíritu de sacrificio y de renunciamiento, que nos haga ante nuestros compañeros dignos del movimiento y nos eleve en la consideración de todos. 


Así cumpliremos con el pueblo y con el movimiento. No nos olvidemos del hombre que trabaja de diana hasta ponerse el sol, para construir la felicidad de todo el pueblo argentino y la grandeza de la Nación, y nosotros, bajo su sombra maravillosa, no debemos amargar sus sueños de patriota, con ambiciones mezquinas y desmesuradas como las de algunos peronistas que ya se creen dirigentes importantes.

La característica exclusiva del peronismo, lo que no ha hecho hasta ahora ningún otro sistema, es la de servir al pueblo y, además, la de obedecerlo. Cuando en cada 17 de Octubre, Perón pregunta al pueblo si está satisfecho de su gobierno, tal vez por tenerlo a Perón demasiado cerca, no nos detenemos a pensar en las cosas tan grandes a que nos tiene acostumbrados, a algo que no pasa en la humanidad. ¿Cuándo algún gobernante, alguna vez en el mundo, una vez al año reúne a su pueblo para preguntarle si está conforme con su gobierno? ¿Cuándo algún gobernante en el mundo dijo que n o habrá sino lo que el pueblo quiera? En cambio, Perón puede hablar porque tiene su corazón puesto junto al corazón del pueblo. La actitud argentina del General Perón en la Conferencia de Cancilleres: "No saldrán tropas al exterior sin consultar previamente al pueblo", no se ha visto nunca en el mundo, ¿Cuándo algún gobernante ha preguntado, antes de enviar tropas al exterior, si el pueblo está conforme? Nunca loa han hecho, porque cuando han querido, han enviado las tropas en nombre del pueblo sin consultarlo jamás.

Estos tres ejemplos nos demuestran la grandeza de Perón, la honradez de sus procedimientos, el amor profundo y entrañable que él siente por el pueblo y el respeto por "el soberano", que de soberano no tenía, hasta Perón, más que el nombre, porque jamás fue respetado. Eso lo hace el General, y si él lo hace, tratando de auscultar las inquietudes del pueblo, ¿cómo nosotros los peronistas que lo acompañamos y pretendemos ayudarlo, no vamos a extremas nuestras energías y nuestro esfuerzo para acercarnos a él en el deseo de servir leal, honrada y humildemente?

Ese debe ser un deber de los peronistas. Nosotros debemos pensar siempre que el General Perón respeta al pueblo, no sólo en las cuestiones fundamentales sino también en las pequeñas.

Dijo yo los otros días que la masa no hace más que sentir, que no piensa. Por eso los totalitarismos, sean fascistas o comunistas, organizan al pueblo como un militar adiestra al soldado, para que éste sirva mejor a la patria. Perón, en cambio, favorece la agremiación y la organización del pueblo, no para que el pueblo sirva al peronismo, sino para que el peronismo pueda servir mejor al pueblo, entre lo cual hay una gran diferencia. A fin de que el pueblo conserve y conquiste sus derechos, Perón trata al pueblo, no como un militar a sus soldados, sino como un padre a sus hijos. Lo que hace Perón, sirviendo al pueblo, debemos hacerlo nosotros cada día más.

Yo quisiera que a esta clase –y esto es un deseo ferviente mío- ustedes la tengan siempre muy presente en su corazón y en su mente para tratar todos los días de inculcarla a los peronistas y nosotros mismos adoptarla en nuestros procedimientos, y así nos sentiremos más tranquilos en nuestra conciencia de peronistas, de argentinos, de mujeres y hombres del pueblo.

Nuestra consigna debe ser la de servir al pueblo y no servir a nuestro egoísmo, que en el fondo todos tenemos, ni a nuestra ambición, porque eso sería tener lo que yo llamo espíritu oligarca.

Vamos a dar un ejemplo de espíritu oligarca, aunque ya he dado muchos: el funcionario que se sirve de su cargo es oligarca. No sirve al pueblo sino a su vanidad, a su orgullo, a su egoísmo y a su ambición. Los dirigentes peronistas que forman círculos personales sirven a su egoísmo y a su desmesurada ambición. Para mí, ésos no son peronistas. Son oligarcas, son ídolos de barro, porque el pueblo los desprecia, ignorándolos y a veces hasta compadeciéndolos.

La oligarquía del 17 de Octubre, la que derrotamos ese día, para mí, está muerta. Por eso es que le tengo más miedo a la oligarquía que pueda estar dentro de nosotros que a esa que vencimos el 17 de Octubre, porque aquélla ya la combatimos, la arrollamos y la vencimos. 


En tanto que ésta puede nacer cada día entre nosotros. Por eso los peronistas debemos tratar de ser soldados para matar y aplastar a esa oligarquía donde quiera que nazca.
Nosotros decimos, con Perón, que no queremos ni reconocemos más que una sola clase de hombres: la de los que trabajan. Esto quiere decir que para nosotros no existe más que una sola clase de argentinos, la que constituye el pueblo, y el pueblo es auténticamente trabajador.

¿Qué diferencia hay entre esta nueva clase y la clase oligárquica que gobernó hasta 1943? Es muy fácil explicarla.

La oligarquía era una clase cerrada, o sea, como lo dije anteriormente, una casta. Nadie podía entrar en ella. El Gobierno les pertenecía, como si nadie más que la oligarquía pudiese gobernar el país. En realidad, como que a ellos los dominaba el espíritu de oligarquía, que es egoísta, orgulloso, soberbio y vanidoso, todos estos defectos y malas cualidades los llevaron poco a poco a los peores extremos y terminaron vendiéndolo todo, hasta la Patria, con tal de seguir aparentando riqueza y poder.

Cuando vemos a un político que no quiere que nadie más que sus amigos entren en el círculo, pensamos que también él es un oligarca. Ese también se quiere preparar otra casta para él, pero se olvida que hay muchos soldados y servidores del General que lo interpretamos, que lo seguimos honradamente, que tendremos el privilegio de ser los eternos vigías de la Revolución.

Por lo tanto, estaremos en guardia permanente para destrozarlos y aplastarlos a esos señores que ustedes conocen, como dije anteriormente.

El peronismo es un movimiento abierto a todo el mundo. Ustedes ven que cualquiera que llega a mí, sea un dirigente de esto o de lo otro, siempre le digo que él, para mí, no es más que un dirigente de Perón. Cuando me dicen que Fulano es un dirigente que responde a Mengano o a Zutano, pienso que no es un dirigente, sino un sinvergüenza, porque bajo el lema Justicialista, el pueblo y la Patria toda constituyen una gran familia, en la que todos somos iguales, felices y contentos, respondiendo sólo a Perón.

Dentro de nuestro movimiento no se necesita tener títulos universitarios, ser intelectual, ni tener cuatro apellidos para integrar el gobierno de Perón. Al lado de él hay hombres de todas las condiciones sociales: médicos, abogados, obreros, ricos y pobres, de todas las clases, pero sin ese espíritu oligarca que es la negación de nuestro movimiento. Por lo menos aspiramos a eso. En ese sentido, tenemos una ardua y larga tarea que realizar. 


Cualquier peronista puede llegar a ocupar los más altos cargos dentro de nuestro movimiento. Si trabaja honradamente, puede aspirar a cualquiera, y en este sentido debemos tener en cuenta una frase del General Perón que se debería grabar en el corazón de todos los peronistas: "Sean todos artífices del destino común, pero ninguno instrumento de la ambición de nadie".

No sean tontos, aquí no necesitan padrinos; aquí lo único que los valoriza es el sacrificio, la eficacia y el trabajo. Yo siempre he sentido alergia por los recomendados. Siempre los he atendido muy bien y les he solucionado el asunto, pero siempre me ha dado una profunda pena que esas personas no sepan que no necesitan de la recomendación. En nuestro movimiento no hay más recomendación que la de ser peronista. Es por eso que cualquier peronista, por humilde que sea, puede aspirar, como ya lo he dicho, a los más altos cargos, con sólo tratar de interpretar las inquietudes del General Perón. Esto es fundamental para que nosotros podamos formar un movimiento permanente, consolidado en el espacio y en el tiempo. Nuestro movimiento es el más profundo y maravilloso de todos, porque tiene una doctrina perfecta y un conductor genial como el General Perón.

Yo, que he tenido la debilidad de estudiar profundamente a todos los grandes de la historia, y ustedes, que lo habrán hecho tanto como yo, sabemos que en todos los grandes hombres hay errores y defectos, que se les perdonan porque son genios, y a los genios se les perdona todo. Pero –a veces a los argentinos nos parece mentira- Perón es un genio que no tiene defectos, y si tuviera uno, sería uno solo: tener demasiado corazón, que sería el más sublime de todos los defectos, ya que Cristo perdonó a quienes lo crucificaron. Nosotros debemos pensar en eso, en la grandeza, en las virtudes y en las condiciones morales del General Perón y, sobre todo, en su humildad, que es lo que lo hace más grande. 


Deberíamos nosotros elevar todos los días nuestra mirada y nuestro recuerdo hacia la figura patricia del General Perón; seríamos entonces cada día más buenos. Y al acostarnos, deberíamos realizar un balance de lo que hemos hecho, y ver si hemos tratado bien a un compañero, si hemos servido honradamente al pueblo, si hemos cumplido con humildad, con desinterés y con sacrificio nuestra labor. Entonces, nos podremos acostar tranquilos, porque hemos cumplido con la Patria, con Perón y con el Pueblo.

Yo he pretendido que mi despacho sea lo más popular y lo más descamisado; no en sus paredes –porque nosotros no nos vestimos de harapos para recibir al pueblo, sino que nos vestimos de gala para recibirlo con los mejores honores, como se merece-, pero sí descamisado por el cariño, el corazón, la humildad y el espíritu de sacrificio y de renunciamiento. A veces me parece que éstos no son suficientemente grandes como para merecer yo ser la esposa del General Perón; pero pienso que no puedo asemejarme al General, porque Perón hay uno solo, pero trato por lo menos de merecer el cariño y la consideración del General y de los peronistas, trabajando con un gran espíritu de desinterés, de sacrificio, de renunciamiento y de amor. Y es por eso que cuando llegan a mi despacho los ministros, yo me alegro, porque los veo mezclados con los obreros y con los pobres, es decir, con nuestro auténtico pueblo. Y yo creo que así, viéndome trabajar a mí confundida con el pueblo, y viendo lo maravilloso que nuestro pueblo es, no se harán oligarcas.

Eso significa que nosotros queremos una sola clase de argentinos. No quiere decir que queramos que no haya ricos, o que no haya intelectuales ni hombres superiores. Todo lo contrario: lo grande del peronismo es que todos los argentinos pueden llegar a ser lo que quieran, incluso hasta Presidente de la República. Prueba de que el peronismo quiere eso, es que tenemos un ministro obrero, agregamos obreros en las embajadas, obreros en las Cámaras, obreros en todas partes; y también en el aspecto cultural tenemos el teatro obrero y salones de arte obrero, aunque en este aspecto tenemos mucho, mucho que hacer, para cumplir con los deseos y con las inquietudes del General Perón.

Gracias al General Perón, nosotros hemos logrado tener las universidades abiertas a todo el pueblo argentino. Eso nos demuestra la preocupación del gobierno argentino por elevar la cultura del pueblo y por qué nuestro pueblo pueda llegar a las universidades, que ya no estén reservadas a unos pocos privilegiados. Ahora los humildes pueden ser abogados o médicos, según sean sus inclinaciones. Ellos, con su sentido de pueblo serán más humanos y las futuras generaciones podrán agradecernos que los hayamos comprendido y apoyado.

Ser peronista, para hacer la síntesis de todo lo que he hablado, requiere tener los tres amores a que yo hice mención al principio: el pueblo, Perón y la Patria. El peronismo es la primera victoria del pueblo sobre la oligarquía; por eso hay que cuidarlo y no desvirtuarlo jamás. El peronismo sólo se puede desvirtuar por el espíritu oligarca que pueda infiltrarse en el alma de los peronistas, y perdonen, chicas y muchachos, que les repita tanto esto, pero si así lo hago es porque quisiera que lo llevaran siempre profundamente grabado en su corazón. Es fundamental para nuestro movimiento.

Para evitar que se desvirtúe el peronismo, hay que combatir los vicios de la oligarquía con las virtudes del pueblo. Los vicios de la oligarquía son: en primer término, el egoísmo.
Podríamos tomar como ejemplo el de las damas de beneficencia. Hacían caridad, pero una caridad denigrante. Para dar, hay que hacerse perdonar el tener que dar. Es más lindo recibir que dar, cuando se sabe dar, pero las damas trataban siempre de humillar al que ayudaban. Tras la desgracia de tener que pedir, lo humillaban en el momento de darle la limosna, con la que ni siquiera le solucionaban el problema. En segundo lugar está la vanidad. La vanidad trae consigo la mentira y la simulación, y cuando entra en la mentira y en la simulación, el hombre deja de ser constructivo dentro de la sociedad. En último término, tenemos la ambición y el orgullo, con los cuales se completan los cuatro vicios de la oligarquía: egoísmo, vanidad, ambición y orgullo.

Las virtudes del pueblo son: en primer término, generosidad. Todos ustedes habrán advertido el espíritu de solidaridad que hay entre los descamisados. Cuando un compañero de fábrica cae en desgracia, en seguida se hace una colecta para ayudarlo, cosa que no ocurre en otros ambientes. Lo mismo es el caso de los obreros y la Fundación. Ellos vieron que la Fundación iba directamente al pueblo, a diferencia de las dama de beneficencia que se guardaban ochenta y daban el veinte de cada cien que recibían, con lo que el pueblo había perdido la esperanza y la fe. ¿Cómo iba a tener prestigio una cosa en la que el pueblo no creía? Cuando vieron que la Fundación realizaba el camino nuevo del peronismo, de ayudar y de defender los centavos como si fueran pesos, los obreros se aglutinaron y desinteresadamente contribuyeron a una obra que iba a servir, honrada y lealmente, a sus propios compañeros. Es así que se ha dado el milagro de que las masas trabajadoras sean las verdaderas creadoras de la obra de la Fundación.

Tenemos luego la sinceridad. La sinceridad es la virtud innata de nuestro pueblo, que habla de su franqueza.

El desinterés: ustedes ven que el descamisado es puro corazón, es desinteresado. Y la humildad, que debemos tenerla tan presente.

Por lo tanto, las virtudes del pueblo son: generosidad, sinceridad, desinterés y humildad. 


La humildad debe ser la virtud fundamental del peronista. El peronista nunca dice "yo". Ese no es peronista. El peronista dice "nosotros". El peronista nunca se atribuye sus victorias, sino que se las atribuye siempre a Perón, porque si hacemos algo es por el General, no nos engañemos. Y cuando en el movimiento hay un fracaso, observamos a menudo –ustedes que andan por la calle lo habrán notado mejor que yo- que se dice: "Y, la culpa la tuvo Fulano", siempre viene de "arriba". Los éxitos son de ellos, que tanto influyeron y tanto hicieron, lo trabajaron tanto, que lo consiguieron... El fracaso es siempre de arriba, según ellos. El fracaso, desgraciadamente, es debido a la incomprensión, es producto del caudillismo, de que todavía los peronistas no nos hemos podido desprender, pero de los que nos desprenderemos, cueste lo que cueste...

No me refiero, por lo tanto, a esos que dicen que los fracasos vienen de arriba, sino a los peronistas. Los fracasos son nuestros, desgraciadamente. Yo a veces pienso, cuando me equivoco –también yo cometo grandes errores, ya que nadie está exento de ellos, pues el que no se equivoca nunca es porque no hace nada-, pienso cuánto mal le hago al General. 


Únicamente los genios como Perón no se equivocan nunca. Pero el pueblo no está poblado de héroes ni de genios, y menos de genios que de héroes.

Repito que los fracasos son nuestros. El peronista se debe atribuir siempre los fracasos, y al decir "peronista" lo decimos en la extensión de la palabra. Las victorias, en cambio, son del movimiento, o sea, de Perón. ¿Habría hecho yo todo lo que hecho en la Fundación, si Perón no nos hubiese salvado de la oligarquía? ¿Habría hecho yo todo el bien que hago a los humildes de la Patria, la colaboración que les presto a los gremios del país, si Perón no hubiera hecho en nuestro país esta revolución social tan extraordinaria, independizándonos de la oligarquía, dándonos, además, la justicia social, la independencia económica, la soberanía política y su maravillosa doctrina? ¿Existiría Eva Perón si no hubiera venido Perón? No. Por eso yo digo que el peronismo empieza con Perón, sigue a Perón y termina en Perón.

Ni aun después podrán desplazar al General, porque el General Perón no será desplazado jamás del corazón del pueblo. El día en que alguno, en su ambición y en sus intereses mezquinos y bastardos, piense que él puede ser bandera del movimiento, ese día él habrá terminado.

Por eso yo digo que no tenemos nada más que a Perón, y nosotros, para consolidar y colaborar en su obra, debemos ser buenos predicadores de su doctrina. Cuando alguien se enoja y se lamenta de errores entre los católicos, yo les contesto que la doctrina cristiana es lo más grande que hay, que los malos son los predicadores y no la doctrina. Aquello es eterno. En esto, que es terrenal, tenemos que tener además de buenos predicadores, también buenos realizadores.

La doctrina de Perón es genial; los malos seremos nosotros, ya que de barro somos, pero tenemos que tratar de ser cada día más superiores y más dignos del maravilloso pueblo y del ilustre apellido de argentinos. Por eso es que nosotros aspiramos, cada día más, a ser buenos y mejores predicadores de la doctrina de General, pero no sólo buenos en la prédica, sino también en la práctica. Para lograrlo, el peronista debe ser siempre de una gran humildad, reconocer que él no significa nada y que Perón y el pueblo lo son todo.


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