En mis clases anteriores he hablado de la historia
universal, refiriéndome a las dos historias: la de los hombres y la de las
masas en su afán por convertirse en pueblo, y a la historia de los grandes
hombres hasta llegar a Perón. Aquí nos hemos detenido, como quien se detiene
luego de haber recorrido la noche, contemplando en las estrellas la aurora que
luego llega con el sol.
Recorrimos la historia de las masas, en su afán por
convertirse en pueblo, o sea en sus luchas de superación, hasta llegar al 17 de
Octubre, que tal vez es la historia más formidable de un pueblo defendiendo su
propio destino.
¿Qué es el pueblo para un peronista? Yo creía que había
agotado el tema en la clase anterior y había dispuesto hablar hoy de la
historia del capitalismo, pensando que así, por contraste de luz y sombras, nos
entenderíamos mejor y entenderíamos mejor al peronismo, pero meditando el tema
de mi última clase, advertí que todavía no había terminado y que quedaban
muchos puntos, para mí de fundamental importancia. No quiero dejar de insistir
sobre el tema de las masas y los pueblos en la historia, porque, para mí, quien
no entienda y sienta bien lo que es el pueblo, no podrá ser jamás un auténtico
peronista.
Yo siempre digo que los tres grandes amores de un
peronista son el pueblo, Perón y la Patria, y vean ustedes, si un peronista
puede ser peronista sin tener esos tres grandes amores, tal como lo siento yo,
y no solamente como una linda palabra.
El amor es sacrificio, y aunque parezca esto el título
de una novela sentimental, es una verdad grande como el mundo y como la
historia. No hay amor sin sacrificio, pero nadie se sacrifica por algo que no
quiera y nadie quiere algo que no conoce. Nosotros decimos muchas veces que
estamos dispuestos a morir por el pueblo, por la Patria y por Perón, pero
cuando llegue ese momento, si llega –y no seamos traidores, desleales y
vendepatrias-, tenemos que sentir verdaderamente esos tres grandes amores, y
por eso debemos conocerlos íntima y profundamente. Es necesario conocer, sentir
y servir al pueblo para ser un buen peronista. Hay muchos peronistas, ya lo
son; pero nosotros queremos peronistas en la práctica y no teóricos.
Es urgente que insistamos, dentro de nuestro
movimiento, en la necesidad que tenemos de hacer conocer y amar al pueblo –y
ustedes verán más adelante por qué es urgente, y más en nuestro movimiento- si
es que no queremos perder y malograr esta maravillosa doctrina que nos ha dado
el General Perón. Tal vez sea más necesario esto para hacerlo conocer y querer
más profundamente a Perón. El General tiene una grandeza espiritual tan
extraordinaria, que está siempre muy presente en nuestros sentimientos y en
nuestro corazón; pero mucho me temo que no suceda lo mismo con el pueblo, y a
veces pienso que no todos los peronistas me entienden y me creen cuando yo digo
que Perón es el pueblo.
No se han dado cuenta todavía de lo que eso significa; no han advertido que eso significa que para quererlo a Perón hay que quererlo al pueblo; que no se puede ser peronista sin conocer, sin sentir y sin querer al pueblo –pero quererlo profundamente- y, sobre todo, servir la causa del pueblo. Un peronista que no conozca, que no sienta y que no sirva al pueblo, para mí no es peronista.
No se han dado cuenta todavía de lo que eso significa; no han advertido que eso significa que para quererlo a Perón hay que quererlo al pueblo; que no se puede ser peronista sin conocer, sin sentir y sin querer al pueblo –pero quererlo profundamente- y, sobre todo, servir la causa del pueblo. Un peronista que no conozca, que no sienta y que no sirva al pueblo, para mí no es peronista.
Yo voy a demostrar en esta clase de hoy que la mejor
manera de conocer si un peronista es verdaderamente peronista consiste en
establecer si tiene un concepto peronista de lo que es el pueblo; si se siente
él mismo parte del pueblo y no tiene ambiciones de privilegios; si sirve
lealmente al pueblo.
Ustedes dirán que en lugar de dar mi clase de historia
del peronismo yo estoy dictando más bien moral peronista. No es eso. Había
dicho en la clase anterior que iba a hablar de capitalismo, pero creí que era
necesario primero dar una clase sobre ética peronista y, especialmente, sobre
oligarquía, para después pasar al capitalismo. Y para no ser oligarca y ser un
buen peronista, tenemos que basarnos en un amor profundo por el pueblo y por
Perón, sustentado en valores espirituales y en un gran espíritu de sacrificio y
de renunciamiento, no proclamados sino hondamente sentidos.
Todas estas cosas no las digo porque sí, ni porque me
gusta el tema. Ustedes saben que decir la verdad me ha costado muchos dolores
de cabeza, y puedo decir con orgullo que nunca he sido desleal con los que han
sido leales a Perón. Pero también puedo decir con orgullo que jamás he
mantenido mi amistad en un círculo ni en un grupo, sino nada más que hacia la
lealtad, y la lealtad no me compromete nada más que mientras se es leal a
Perón, que es ser leal al pueblo y al movimiento.
Si hablo de estas cosas, es porque sé que al mismo
General le preocupa el tema, y nos debe preocupar a todos los que queremos
profundamente al movimiento y anhelamos que sea un movimiento permanente. Le
preocupa, sobre todo, que todavía haya peronistas que, por su afán de obtener
privilegios, más bien parecen oligarcas que peronistas. Mis ataques a la
oligarquía ustedes los conocen bien, porque los habrán oído no una, sino muchas
veces en mis discursos.
Y estoy segura que algunos de ustedes habrán pensado lo
que otros ya me han dicho tantas veces: ¿"Por qué se preocupa tanto,
señora, si esa clase de gente no volverá más al gobierno?".
No; yo ya sé que la oligarquía, la del 17 de Octubre,
la que estuvo en la plaza San Martín, ésa ya no volverá más al gobierno, pero
no es ésa la que a mí me preocupa que pueda volver. Lo que a mí me preocupa es
que pueda volver. Lo que a mí me preocupa es que pueda retornar en nosotros el
espíritu oligarca. A eso es a lo que le tengo miedo, mucho miedo, y para que
eso no suceda he de luchar mientras tenga un poco de vida –y he de luchar
mucho- par que nadie se deje tentar por la vanidad, por el privilegio, por la
soberbia y por la ambición.
Yo le tengo miedo al espíritu oligarca, por una simple
razón. El espíritu oligarca se opone completamente al espíritu del pueblo. Son
dos cosas totalmente distintas, como el día y la noche, como el aceite y el
vinagre.
Vamos a demostrar el espíritu oligarca en la historia,
trayendo algunos ejemplos. Yo, en mis luchas diarias –y ustedes lo habrán
visto- para ser una buena peronista, trato de ser más humilde, trato de arrojar
fuera de mí cualquier vanidad que pudiera albergar mi corazón.
Yo no podría ser la esposa del General Perón, ni buena peronista, si tuviera vanidad, orgullo y, sobre todo, ambición, porque la ambición es el espíritu oligarca que perdería completamente a nuestro movimiento.
Yo no podría ser la esposa del General Perón, ni buena peronista, si tuviera vanidad, orgullo y, sobre todo, ambición, porque la ambición es el espíritu oligarca que perdería completamente a nuestro movimiento.
Yo no sé qué pensarán de mi los historiadores y los que
comentan la historia, pero yo creo firmemente –y de esta idea no me podrán
sacar- que la causa de todos los males de la historia de los pueblos es,
precisamente, el predominio del espíritu oligarca sobre el predominio del
espíritu del pueblo.
¿Cuál es el espíritu oligarca? Para mí, es el afán de
privilegio, es la soberbia, es el orgullo, es la vanidad y es la ambición; es
decir, lo que hizo sufrir en Egipto a millares y millares de esclavos que
vivían y morían construyendo las pirámides; es el orgullo, la soberbia y la
vanidad de unos cuantos privilegiados que hacían sufrir en Grecia y en Roma a
los ilotas y a los esclavos; es el espíritu de oligarca de unos pocos
espartanos y aristócratas y de unos pocos patricios que gobernaban a Esparta, a
Atenas y a Roma; el sufrimiento de millones y millones de hindúes se debió al
orgullo de las sectas dominantes; el dolor de la Edad Media se debió a la
soberbia de los señores feudales, de los reyes y de los emperadores ambiciosos,
que sólo pensaban en dominar a sus iguales; el sufrimiento que provocó la
rebeldía del pueblo francés en 1789, la Revolución Francesa, tiene su causa en
los privilegios de la nobleza y del alto clero; la Rusia de los zares, que hizo
nacer en el mundo la revolución comunista, es otra expresión más de los
sufrimientos que ha provocado el espíritu oligarca, la vanidad, la ambición, el
egoísmo y el orgullo de unos pocos aplastando a las masas.
El peronismo que nace el 17 de Octubre es la primera
victoria real del espíritu del pueblo sobre la oligarquía. La Revolución
Francesa, tal como la historia lo atestigua –y yo trato de profundizarla y de
leer mucho de lo que se ha escrito- no fue realizada por el pueblo, sino por la
burguesía. Esto no lo recordamos muy frecuentemente.
La burguesía explotó el desquicio real en ese pueblo
hambriento, desposeído y es por eso que preferimos recordar de la Revolución
Francesa tres palabras de su lema: Libertad, Igualdad y Fraternidad, tres
hermosas palabras de los intelectualoides franceses que decían cosas muy hermosas,
pero que realizaban muy poco. Y es por eso que nos olvidamos de algo
extraordinario. Nos olvidamos que la Constitución de 1789 prohibía la
agremiación.
¿Puede una revolución ser del pueblo, cuando dicta una Constitución prohibiendo la agremiación? El pueblo siguió a la burguesía, pero ésta no respondió honrada y lealmente a ese pueblo, que se jugó la vida en la calle.
¿Puede una revolución ser del pueblo, cuando dicta una Constitución prohibiendo la agremiación? El pueblo siguió a la burguesía, pero ésta no respondió honrada y lealmente a ese pueblo, que se jugó la vida en la calle.
La Revolución Francesa quiso suprimir, y lo consiguió,
hasta con la guillotina, al privilegio aristocrático, pero trajo al mundo el
concepto de la libertad individual absoluta, creando con ese concepto otros
privilegios, como el de la riqueza, que condujo luego rápidamente al
capitalismo.
La revolución rusa también quiso suprimir a la
oligarquía aristocrática, utilizando para ello al pueblo, cuya reacción
violenta provocó también la muerte de los zares. Pero después se creó en Rusia
una nueva oligarquía: la de unos cuantos hombres que no consultan al pueblo,
sino que simplemente lo llevan hacia donde quieren. Ellos no hacen lo que el
pueblo quiere, sino que el pueblo tiene que hacer lo que ellos quieren. Creo
que hay una pequeña diferencia...
Tan oligárquico es el sistema feudal como el
absolutismo de los reyes, como el sistema de casta que imperó en nuestro país,
sistema cerrado con la "Yale" de los apellidos ilustres que nosotros
conocemos. Tanto más ilustres esos apellidos cuanto más dinero tenían en el
Banco. Tan oligárquico es el sistema capitalista que domina desde Wall Street
como el sistema comunista imperante en Rusia.
Por ello, afirmo que el peronismo nacido el 17 de
Octubre es una victoria del auténtico pueblo sobre la oligarquía. Y para que
esa victoria no se pierda, como se perdió la Revolución Francesa y la
revolución rusa, es necesario que los dirigentes del movimiento peronista no se
dejen influenciar por el espíritu oligarca. Es necesario, para ello, que todas
estas cosas que decimos no caigan en el vacío. Yo a veces observo que cuando se
dicen cosas importantísimas, nos las aplauden, si tenemos razón, pero en la
práctica hacen esos mismos que aplaudieron todo lo contrario. Hay que aplaudir
y gritar menos y actuar más. Claro que al decir esto hablo en general.
Nuestro movimiento es muy serio, porque tenemos un
hombre, el General Perón, que está quemando su vida por legarnos consolidada su
doctrina y por entregarnos y depositar en nuestras manos la bandera
justicialista y una Patria socialmente justa, económicamente libre y
políticamente soberana.
Eso era para nosotros un sueño. Era un sueño para los
argentinos pensar que algún día, en nuestro país, un hombre, con sentido
patriótico, un hombre extraordinario, y sobre todo con una gran valentía,
pudiera anunciarlo y realizarlo.
Pero es que hay que reconocer que el hombre que ha
creado su doctrina y que ha realizado esa obra tan extraordinaria, es un hombre
de unos valores morales extraordinarios.
Nosotros vemos en Perón a la humildad, a un hombre
sencillo, a un hombre que no es vanidoso ni orgulloso, a un hombre que siente
alergia por los privilegios. Entonces nosotros, que lo queremos a Perón,
tratamos de acercarnos, tratamos de igualarnos a él, tratamos de sentirnos
humildes, de no ser ambiciosos, de no sentir orgullo ni vanidad.
En esto es en lo único en que podemos tratar de
igualarnos a Perón, y, si lo logramos, va a ser tan grande que habremos
desterrado del peronismo el peligro del espíritu oligarca que, de lo contrario,
terminaría con nosotros. Perón no ha venido a implantar otra casta; él ha
venido a implantar al pueblo, para que sea soberano y gobierne. Por eso,
nosotros tenemos que sentirnos humildes y consultar al pueblo en todo, pero
consultarlo también en su humildad. No sentirnos, cuando el movimiento nos
llama a una función, importantes ni poderosos.
A mí me preocupa extraordinariamente esta cuestión. He
tenido una gran desilusión con gente a la que aprecio, cuando la he visto
envanecerse como pavos reales, cuando las he visto sentirse importantes. No hay
más importancia, más privilegio, ni más orgullo, que el sentirse pueblo. Pero
algunos se sienten señores; ¡y el señor no se siente, el señor se nace, aun en
los más humildes! Cuando los he visto en personajes, me ha entrado frío, miedo,
angustia y una profunda tristeza. Pero las fuerzas y la esperanza me renacen
cuando miro a Perón trabajando incansablemente y al pueblo colaborando con él.
Yo lo observo al General, porque no quiero dentro del
movimiento ser nada más que una buena alumna suya; quiero servir al movimiento
y no servirme de él. Si actuáramos así siempre, la humanidad sería más feliz y
nosotros seríamos mucho más útiles a los pueblos.
El General Perón es humilde a pesar de todo su poder, y
no digo poder por ser él el Presidente de la República, sino por su poder
espiritual, porque él es mucho más poderoso que por sus títulos, sus galones y
sus derechos, porque reina sobre el corazón de millones de argentinos.
Yo lo he visto al General, no con ese empaque humilde y
fingido que a veces ustedes advierten en algunos hombres en los pequeños
detalles, más que en los grandes, y que es el teatro que hacen muchos políticos
que aparecen como humildes para que los vea un grupo, pero que en el fondo son
déspotas, soberbios, vanidosos y fríos. A Perón, en cambio, que ha hecho obras
extraordinarias, lo veo todas las mañanas, al llegar a la Casa de Gobierno
–para dar un ejemplo, porque, como decía Napoleón, un ejemplo lo aclara todo-
tocar el timbre y decir, siempre, al ordenanza que acude: "Buenos días,
hijo; ¿quiere hacerme el favor de traerme un cafecito?". Y cuando se lo
trae, así esté con un embajador, con un ministro o con quien fuera, le da un
abrazo agradeciéndole; pero eso es normal en él, le sale de adentro. Eso no es
teatro: le sale del corazón. Y yo pienso, entonces, si todos los peronistas
seríamos capaces de hacer otro tanto. No podemos tener el privilegio de ser genios
y grandes como Perón, pero sí podemos proponernos ser buenos como él.
La gente se olvida muy fácilmente del pueblo, y
nosotros, los peronistas, que decimos que queremos a Perón, que amamos
profundamente su figura, su nombre, su doctrina y su movimiento, no podemos ni
debemos jamás olvidar al pueblo, porque si no traicionamos a Perón,
traicionamos su preocupación más grande. No olviden que Perón trabaja, lucha,
sueña y se sacrifica por un ideal: su pueblo.
Es que algunos peronistas no se dan cuenta de que todo
lo que somos se lo debemos a Perón y al Pueblo, y a veces nos creemos que
llegamos por nosotros mismos, nos consideramos importantes e insustituibles, y
hasta nos creemos a veces directores de orquesta. ¿De qué orquesta somos
directores?
La humildad debe ser una de nuestras grandes
preocupaciones, como la bondad, la falta de vanidad y la ausencia de ambición.
No debemos tener más que una sola ambición: la de desempeñar bien nuestro cargo
dentro del movimiento. Dijo el General Perón hace unos días: no son los cargos
los que dignifican a los hombres, sino los hombres los que honran a los cargos.
Nosotros debemos aspirar a ocupar un cargo de lucha, no importa cual fuere,
pero cumplirlo honradamente, con espíritu de sacrificio y de renunciamiento,
que nos haga ante nuestros compañeros dignos del movimiento y nos eleve en la
consideración de todos.
Así cumpliremos con el pueblo y con el movimiento. No nos olvidemos del hombre que trabaja de diana hasta ponerse el sol, para construir la felicidad de todo el pueblo argentino y la grandeza de la Nación, y nosotros, bajo su sombra maravillosa, no debemos amargar sus sueños de patriota, con ambiciones mezquinas y desmesuradas como las de algunos peronistas que ya se creen dirigentes importantes.
Así cumpliremos con el pueblo y con el movimiento. No nos olvidemos del hombre que trabaja de diana hasta ponerse el sol, para construir la felicidad de todo el pueblo argentino y la grandeza de la Nación, y nosotros, bajo su sombra maravillosa, no debemos amargar sus sueños de patriota, con ambiciones mezquinas y desmesuradas como las de algunos peronistas que ya se creen dirigentes importantes.
La característica exclusiva del peronismo, lo que no ha
hecho hasta ahora ningún otro sistema, es la de servir al pueblo y, además, la
de obedecerlo. Cuando en cada 17 de Octubre, Perón pregunta al pueblo si está
satisfecho de su gobierno, tal vez por tenerlo a Perón demasiado cerca, no nos
detenemos a pensar en las cosas tan grandes a que nos tiene acostumbrados, a
algo que no pasa en la humanidad. ¿Cuándo algún gobernante, alguna vez en el
mundo, una vez al año reúne a su pueblo para preguntarle si está conforme con
su gobierno? ¿Cuándo algún gobernante en el mundo dijo que n o habrá sino lo
que el pueblo quiera? En cambio, Perón puede hablar porque tiene su corazón
puesto junto al corazón del pueblo. La actitud argentina del General Perón en
la Conferencia de Cancilleres: "No saldrán tropas al exterior sin
consultar previamente al pueblo", no se ha visto nunca en el mundo,
¿Cuándo algún gobernante ha preguntado, antes de enviar tropas al exterior, si
el pueblo está conforme? Nunca loa han hecho, porque cuando han querido, han
enviado las tropas en nombre del pueblo sin consultarlo jamás.
Estos tres ejemplos nos demuestran la grandeza de
Perón, la honradez de sus procedimientos, el amor profundo y entrañable que él
siente por el pueblo y el respeto por "el soberano", que de soberano
no tenía, hasta Perón, más que el nombre, porque jamás fue respetado. Eso lo
hace el General, y si él lo hace, tratando de auscultar las inquietudes del
pueblo, ¿cómo nosotros los peronistas que lo acompañamos y pretendemos
ayudarlo, no vamos a extremas nuestras energías y nuestro esfuerzo para
acercarnos a él en el deseo de servir leal, honrada y humildemente?
Ese debe ser un deber de los peronistas. Nosotros
debemos pensar siempre que el General Perón respeta al pueblo, no sólo en las
cuestiones fundamentales sino también en las pequeñas.
Dijo yo los otros días que la masa no hace más que
sentir, que no piensa. Por eso los totalitarismos, sean fascistas o comunistas,
organizan al pueblo como un militar adiestra al soldado, para que éste sirva
mejor a la patria. Perón, en cambio, favorece la agremiación y la organización
del pueblo, no para que el pueblo sirva al peronismo, sino para que el
peronismo pueda servir mejor al pueblo, entre lo cual hay una gran diferencia.
A fin de que el pueblo conserve y conquiste sus derechos, Perón trata al
pueblo, no como un militar a sus soldados, sino como un padre a sus hijos. Lo
que hace Perón, sirviendo al pueblo, debemos hacerlo nosotros cada día más.
Yo quisiera que a esta clase –y esto es un deseo
ferviente mío- ustedes la tengan siempre muy presente en su corazón y en su
mente para tratar todos los días de inculcarla a los peronistas y nosotros
mismos adoptarla en nuestros procedimientos, y así nos sentiremos más
tranquilos en nuestra conciencia de peronistas, de argentinos, de mujeres y
hombres del pueblo.
Nuestra consigna debe ser la de servir al pueblo y no
servir a nuestro egoísmo, que en el fondo todos tenemos, ni a nuestra ambición,
porque eso sería tener lo que yo llamo espíritu oligarca.
Vamos a dar un ejemplo de espíritu oligarca, aunque ya
he dado muchos: el funcionario que se sirve de su cargo es oligarca. No sirve
al pueblo sino a su vanidad, a su orgullo, a su egoísmo y a su ambición. Los
dirigentes peronistas que forman círculos personales sirven a su egoísmo y a su
desmesurada ambición. Para mí, ésos no son peronistas. Son oligarcas, son
ídolos de barro, porque el pueblo los desprecia, ignorándolos y a veces hasta
compadeciéndolos.
La oligarquía del 17 de Octubre, la que derrotamos ese
día, para mí, está muerta. Por eso es que le tengo más miedo a la oligarquía
que pueda estar dentro de nosotros que a esa que vencimos el 17 de Octubre,
porque aquélla ya la combatimos, la arrollamos y la vencimos.
En tanto que ésta puede nacer cada día entre nosotros. Por eso los peronistas debemos tratar de ser soldados para matar y aplastar a esa oligarquía donde quiera que nazca.
En tanto que ésta puede nacer cada día entre nosotros. Por eso los peronistas debemos tratar de ser soldados para matar y aplastar a esa oligarquía donde quiera que nazca.
Nosotros decimos, con Perón, que no queremos ni
reconocemos más que una sola clase de hombres: la de los que trabajan. Esto
quiere decir que para nosotros no existe más que una sola clase de argentinos,
la que constituye el pueblo, y el pueblo es auténticamente trabajador.
¿Qué diferencia hay entre esta nueva clase y la clase
oligárquica que gobernó hasta 1943? Es muy fácil explicarla.
La oligarquía era una clase cerrada, o sea, como lo
dije anteriormente, una casta. Nadie podía entrar en ella. El Gobierno les
pertenecía, como si nadie más que la oligarquía pudiese gobernar el país. En
realidad, como que a ellos los dominaba el espíritu de oligarquía, que es
egoísta, orgulloso, soberbio y vanidoso, todos estos defectos y malas
cualidades los llevaron poco a poco a los peores extremos y terminaron
vendiéndolo todo, hasta la Patria, con tal de seguir aparentando riqueza y
poder.
Cuando vemos a un político que no quiere que nadie más
que sus amigos entren en el círculo, pensamos que también él es un oligarca.
Ese también se quiere preparar otra casta para él, pero se olvida que hay
muchos soldados y servidores del General que lo interpretamos, que lo seguimos
honradamente, que tendremos el privilegio de ser los eternos vigías de la
Revolución.
Por lo tanto, estaremos en guardia permanente para
destrozarlos y aplastarlos a esos señores que ustedes conocen, como dije
anteriormente.
El peronismo es un movimiento abierto a todo el mundo.
Ustedes ven que cualquiera que llega a mí, sea un dirigente de esto o de lo
otro, siempre le digo que él, para mí, no es más que un dirigente de Perón.
Cuando me dicen que Fulano es un dirigente que responde a Mengano o a Zutano,
pienso que no es un dirigente, sino un sinvergüenza, porque bajo el lema
Justicialista, el pueblo y la Patria toda constituyen una gran familia, en la
que todos somos iguales, felices y contentos, respondiendo sólo a Perón.
Dentro de nuestro movimiento no se necesita tener
títulos universitarios, ser intelectual, ni tener cuatro apellidos para
integrar el gobierno de Perón. Al lado de él hay hombres de todas las
condiciones sociales: médicos, abogados, obreros, ricos y pobres, de todas las
clases, pero sin ese espíritu oligarca que es la negación de nuestro
movimiento. Por lo menos aspiramos a eso. En ese sentido, tenemos una ardua y
larga tarea que realizar.
Cualquier peronista puede llegar a ocupar los más altos cargos dentro de nuestro movimiento. Si trabaja honradamente, puede aspirar a cualquiera, y en este sentido debemos tener en cuenta una frase del General Perón que se debería grabar en el corazón de todos los peronistas: "Sean todos artífices del destino común, pero ninguno instrumento de la ambición de nadie".
Cualquier peronista puede llegar a ocupar los más altos cargos dentro de nuestro movimiento. Si trabaja honradamente, puede aspirar a cualquiera, y en este sentido debemos tener en cuenta una frase del General Perón que se debería grabar en el corazón de todos los peronistas: "Sean todos artífices del destino común, pero ninguno instrumento de la ambición de nadie".
No sean tontos, aquí no necesitan padrinos; aquí lo
único que los valoriza es el sacrificio, la eficacia y el trabajo. Yo siempre
he sentido alergia por los recomendados. Siempre los he atendido muy bien y les
he solucionado el asunto, pero siempre me ha dado una profunda pena que esas
personas no sepan que no necesitan de la recomendación. En nuestro movimiento
no hay más recomendación que la de ser peronista. Es por eso que cualquier
peronista, por humilde que sea, puede aspirar, como ya lo he dicho, a los más
altos cargos, con sólo tratar de interpretar las inquietudes del General Perón.
Esto es fundamental para que nosotros podamos formar un movimiento permanente,
consolidado en el espacio y en el tiempo. Nuestro movimiento es el más profundo
y maravilloso de todos, porque tiene una doctrina perfecta y un conductor
genial como el General Perón.
Yo, que he tenido la debilidad de estudiar
profundamente a todos los grandes de la historia, y ustedes, que lo habrán
hecho tanto como yo, sabemos que en todos los grandes hombres hay errores y
defectos, que se les perdonan porque son genios, y a los genios se les perdona
todo. Pero –a veces a los argentinos nos parece mentira- Perón es un genio que
no tiene defectos, y si tuviera uno, sería uno solo: tener demasiado corazón,
que sería el más sublime de todos los defectos, ya que Cristo perdonó a quienes
lo crucificaron. Nosotros debemos pensar en eso, en la grandeza, en las
virtudes y en las condiciones morales del General Perón y, sobre todo, en su
humildad, que es lo que lo hace más grande.
Deberíamos nosotros elevar todos los días nuestra mirada y nuestro recuerdo hacia la figura patricia del General Perón; seríamos entonces cada día más buenos. Y al acostarnos, deberíamos realizar un balance de lo que hemos hecho, y ver si hemos tratado bien a un compañero, si hemos servido honradamente al pueblo, si hemos cumplido con humildad, con desinterés y con sacrificio nuestra labor. Entonces, nos podremos acostar tranquilos, porque hemos cumplido con la Patria, con Perón y con el Pueblo.
Deberíamos nosotros elevar todos los días nuestra mirada y nuestro recuerdo hacia la figura patricia del General Perón; seríamos entonces cada día más buenos. Y al acostarnos, deberíamos realizar un balance de lo que hemos hecho, y ver si hemos tratado bien a un compañero, si hemos servido honradamente al pueblo, si hemos cumplido con humildad, con desinterés y con sacrificio nuestra labor. Entonces, nos podremos acostar tranquilos, porque hemos cumplido con la Patria, con Perón y con el Pueblo.
Yo he pretendido que mi despacho sea lo más popular y
lo más descamisado; no en sus paredes –porque nosotros no nos vestimos de
harapos para recibir al pueblo, sino que nos vestimos de gala para recibirlo
con los mejores honores, como se merece-, pero sí descamisado por el cariño, el
corazón, la humildad y el espíritu de sacrificio y de renunciamiento. A veces
me parece que éstos no son suficientemente grandes como para merecer yo ser la
esposa del General Perón; pero pienso que no puedo asemejarme al General,
porque Perón hay uno solo, pero trato por lo menos de merecer el cariño y la
consideración del General y de los peronistas, trabajando con un gran espíritu
de desinterés, de sacrificio, de renunciamiento y de amor. Y es por eso que
cuando llegan a mi despacho los ministros, yo me alegro, porque los veo
mezclados con los obreros y con los pobres, es decir, con nuestro auténtico
pueblo. Y yo creo que así, viéndome trabajar a mí confundida con el pueblo, y
viendo lo maravilloso que nuestro pueblo es, no se harán oligarcas.
Eso significa que nosotros queremos una sola clase de
argentinos. No quiere decir que queramos que no haya ricos, o que no haya
intelectuales ni hombres superiores. Todo lo contrario: lo grande del peronismo
es que todos los argentinos pueden llegar a ser lo que quieran, incluso hasta
Presidente de la República. Prueba de que el peronismo quiere eso, es que
tenemos un ministro obrero, agregamos obreros en las embajadas, obreros en las
Cámaras, obreros en todas partes; y también en el aspecto cultural tenemos el
teatro obrero y salones de arte obrero, aunque en este aspecto tenemos mucho,
mucho que hacer, para cumplir con los deseos y con las inquietudes del General
Perón.
Gracias al General Perón, nosotros hemos logrado tener
las universidades abiertas a todo el pueblo argentino. Eso nos demuestra la
preocupación del gobierno argentino por elevar la cultura del pueblo y por qué
nuestro pueblo pueda llegar a las universidades, que ya no estén reservadas a
unos pocos privilegiados. Ahora los humildes pueden ser abogados o médicos,
según sean sus inclinaciones. Ellos, con su sentido de pueblo serán más humanos
y las futuras generaciones podrán agradecernos que los hayamos comprendido y apoyado.
Ser peronista, para hacer la síntesis de todo lo que he
hablado, requiere tener los tres amores a que yo hice mención al principio: el
pueblo, Perón y la Patria. El peronismo es la primera victoria del pueblo sobre
la oligarquía; por eso hay que cuidarlo y no desvirtuarlo jamás. El peronismo
sólo se puede desvirtuar por el espíritu oligarca que pueda infiltrarse en el
alma de los peronistas, y perdonen, chicas y muchachos, que les repita tanto
esto, pero si así lo hago es porque quisiera que lo llevaran siempre
profundamente grabado en su corazón. Es fundamental para nuestro movimiento.
Para evitar que se desvirtúe el peronismo, hay que
combatir los vicios de la oligarquía con las virtudes del pueblo. Los vicios de
la oligarquía son: en primer término, el egoísmo.
Podríamos tomar como ejemplo el de las damas de beneficencia. Hacían caridad, pero una caridad denigrante. Para dar, hay que hacerse perdonar el tener que dar. Es más lindo recibir que dar, cuando se sabe dar, pero las damas trataban siempre de humillar al que ayudaban. Tras la desgracia de tener que pedir, lo humillaban en el momento de darle la limosna, con la que ni siquiera le solucionaban el problema. En segundo lugar está la vanidad. La vanidad trae consigo la mentira y la simulación, y cuando entra en la mentira y en la simulación, el hombre deja de ser constructivo dentro de la sociedad. En último término, tenemos la ambición y el orgullo, con los cuales se completan los cuatro vicios de la oligarquía: egoísmo, vanidad, ambición y orgullo.
Podríamos tomar como ejemplo el de las damas de beneficencia. Hacían caridad, pero una caridad denigrante. Para dar, hay que hacerse perdonar el tener que dar. Es más lindo recibir que dar, cuando se sabe dar, pero las damas trataban siempre de humillar al que ayudaban. Tras la desgracia de tener que pedir, lo humillaban en el momento de darle la limosna, con la que ni siquiera le solucionaban el problema. En segundo lugar está la vanidad. La vanidad trae consigo la mentira y la simulación, y cuando entra en la mentira y en la simulación, el hombre deja de ser constructivo dentro de la sociedad. En último término, tenemos la ambición y el orgullo, con los cuales se completan los cuatro vicios de la oligarquía: egoísmo, vanidad, ambición y orgullo.
Las virtudes del pueblo son: en primer término,
generosidad. Todos ustedes habrán advertido el espíritu de solidaridad que hay
entre los descamisados. Cuando un compañero de fábrica cae en desgracia, en
seguida se hace una colecta para ayudarlo, cosa que no ocurre en otros
ambientes. Lo mismo es el caso de los obreros y la Fundación. Ellos vieron que
la Fundación iba directamente al pueblo, a diferencia de las dama de
beneficencia que se guardaban ochenta y daban el veinte de cada cien que
recibían, con lo que el pueblo había perdido la esperanza y la fe. ¿Cómo iba a
tener prestigio una cosa en la que el pueblo no creía? Cuando vieron que la
Fundación realizaba el camino nuevo del peronismo, de ayudar y de defender los
centavos como si fueran pesos, los obreros se aglutinaron y desinteresadamente
contribuyeron a una obra que iba a servir, honrada y lealmente, a sus propios
compañeros. Es así que se ha dado el milagro de que las masas trabajadoras sean
las verdaderas creadoras de la obra de la Fundación.
Tenemos luego la sinceridad. La sinceridad es la virtud
innata de nuestro pueblo, que habla de su franqueza.
El desinterés: ustedes ven que el descamisado es puro
corazón, es desinteresado. Y la humildad, que debemos tenerla tan presente.
Por lo tanto, las virtudes del pueblo son: generosidad,
sinceridad, desinterés y humildad.
La humildad debe ser la virtud fundamental del peronista. El peronista nunca dice "yo". Ese no es peronista. El peronista dice "nosotros". El peronista nunca se atribuye sus victorias, sino que se las atribuye siempre a Perón, porque si hacemos algo es por el General, no nos engañemos. Y cuando en el movimiento hay un fracaso, observamos a menudo –ustedes que andan por la calle lo habrán notado mejor que yo- que se dice: "Y, la culpa la tuvo Fulano", siempre viene de "arriba". Los éxitos son de ellos, que tanto influyeron y tanto hicieron, lo trabajaron tanto, que lo consiguieron... El fracaso es siempre de arriba, según ellos. El fracaso, desgraciadamente, es debido a la incomprensión, es producto del caudillismo, de que todavía los peronistas no nos hemos podido desprender, pero de los que nos desprenderemos, cueste lo que cueste...
La humildad debe ser la virtud fundamental del peronista. El peronista nunca dice "yo". Ese no es peronista. El peronista dice "nosotros". El peronista nunca se atribuye sus victorias, sino que se las atribuye siempre a Perón, porque si hacemos algo es por el General, no nos engañemos. Y cuando en el movimiento hay un fracaso, observamos a menudo –ustedes que andan por la calle lo habrán notado mejor que yo- que se dice: "Y, la culpa la tuvo Fulano", siempre viene de "arriba". Los éxitos son de ellos, que tanto influyeron y tanto hicieron, lo trabajaron tanto, que lo consiguieron... El fracaso es siempre de arriba, según ellos. El fracaso, desgraciadamente, es debido a la incomprensión, es producto del caudillismo, de que todavía los peronistas no nos hemos podido desprender, pero de los que nos desprenderemos, cueste lo que cueste...
No me refiero, por lo tanto, a esos que dicen que los
fracasos vienen de arriba, sino a los peronistas. Los fracasos son nuestros,
desgraciadamente. Yo a veces pienso, cuando me equivoco –también yo cometo
grandes errores, ya que nadie está exento de ellos, pues el que no se equivoca
nunca es porque no hace nada-, pienso cuánto mal le hago al General.
Únicamente los genios como Perón no se equivocan nunca. Pero el pueblo no está poblado de héroes ni de genios, y menos de genios que de héroes.
Únicamente los genios como Perón no se equivocan nunca. Pero el pueblo no está poblado de héroes ni de genios, y menos de genios que de héroes.
Repito que los fracasos son nuestros. El peronista se
debe atribuir siempre los fracasos, y al decir "peronista" lo decimos
en la extensión de la palabra. Las victorias, en cambio, son del movimiento, o
sea, de Perón. ¿Habría hecho yo todo lo que hecho en la Fundación, si Perón no
nos hubiese salvado de la oligarquía? ¿Habría hecho yo todo el bien que hago a
los humildes de la Patria, la colaboración que les presto a los gremios del
país, si Perón no hubiera hecho en nuestro país esta revolución social tan
extraordinaria, independizándonos de la oligarquía, dándonos, además, la
justicia social, la independencia económica, la soberanía política y su
maravillosa doctrina? ¿Existiría Eva Perón si no hubiera venido Perón? No. Por
eso yo digo que el peronismo empieza con Perón, sigue a Perón y termina en
Perón.
Ni aun después podrán desplazar al General, porque el
General Perón no será desplazado jamás del corazón del pueblo. El día en que
alguno, en su ambición y en sus intereses mezquinos y bastardos, piense que él
puede ser bandera del movimiento, ese día él habrá terminado.
Por eso yo digo que no tenemos nada más que a Perón, y
nosotros, para consolidar y colaborar en su obra, debemos ser buenos
predicadores de su doctrina. Cuando alguien se enoja y se lamenta de errores
entre los católicos, yo les contesto que la doctrina cristiana es lo más grande
que hay, que los malos son los predicadores y no la doctrina. Aquello es
eterno. En esto, que es terrenal, tenemos que tener además de buenos
predicadores, también buenos realizadores.
La doctrina de Perón es genial; los malos seremos
nosotros, ya que de barro somos, pero tenemos que tratar de ser cada día más
superiores y más dignos del maravilloso pueblo y del ilustre apellido de
argentinos. Por eso es que nosotros aspiramos, cada día más, a ser buenos y
mejores predicadores de la doctrina de General, pero no sólo buenos en la prédica,
sino también en la práctica. Para lograrlo, el peronista debe ser siempre de
una gran humildad, reconocer que él no significa nada y que Perón y el pueblo
lo son todo.