En
el curso que hemos dado sobre Historia del Peronismo he querido dar mi
impresión más o menos exacta de cómo interpretaba la Historia del Peronismo,
tomada en su parte filosófica, y hoy, al dictar la última clase, quiero
decirles que hubo una gran unidad espiritual de acción, porque creo que si a
cualquiera de nosotros nos hubiera tocado como materia la Historia del
Peronismo, hubiésemos coincidido en estas diez clases sobre los puntos tratados.
Es
ésta la última clase del primer curso de la Escuela Superior Peronista, y
trataré de realizar una síntesis final de todo cuanto he dicho.
En
esta última clase, como una conclusión final, definitiva, de todo cuanto hemos
dicho, quiero establecer en qué medida la Historia del Peronismo se proyecta en
la misma Historia Nacional, a tal punto que no puede comprenderse la Historia
del Peronismo si no se tiene una visión clara y objetiva de la Historia
Nacional, con el gran despertar de nuestro pueblo y su gran revolución, su
genial conductor, sus luchas y sus victorias.
Pero tampoco puede comprenderse la Historia Nacional si no se aceptan como
definitivas nuestras revoluciones, nuestras fechas gloriosas y nuestras
conquistas, si no se acepta como una cosa también definitiva la reacción de
nuestro pueblo, que ha retomado el camino de su dignidad y de su soberanía si
no se acepta por fin, la grandeza de su Conductor, cuyo nombre no podrá ser
nunca separado ni de su pueblo ni de su patria, porque su pueblo lo recordará
eternamente como el realizador de la justicia social, base fundamental de la
felicidad; como el realizador de la independencia económica y como el celoso
guardián de la soberanía de la Patria.
Su pueblo lo recordará también como al dignificador de todos los argentinos, y
su patria no lo olvidará jamás mientras en el último rincón de su tierra haya
una bandera y un argentino dispuesto a morir por ella, y que, sosteniéndola, la
quiera económicamente libre, políticamente soberana y socialmente justa.
Nosotros hemos visto, a través de estas clases, cómo la Historia del Peronismo
y su Conductor no sólo tienen su raíz en la Historia Nacional, sino también en
la historia de las masas, en su afán permanente de conseguir personalidad,
organización y conciencia social, para merecer así el nombre de pueblos con
soberanía y con dignidad.
Eso es lo que hemos realizado.
De
nuestra masa hemos formado un pueblo con conciencia social, con un celoso
espíritu de soberanía y también con una ambición de engrandecer a la Patria y
dejarla más grande, más próspera y más feliz de lo que la encontramos.
El general Perón ha realizado también una obra ciclópea, que agiganta su figura
entre las de los grandes hombres, no sólo nacionales, sino universales.
Nuestro
líder y nuestro conductor, el general Perón, figura en un lugar privilegiado
entre los grandes hombres que han conducido las masas hacia grandes destinos.
Por
estos caminos hemos llegado a nuestro pueblo y hemos probado que todos los
grandes pueblos y todos los grandes hombres han sido precursores del peronismo
y de Perón, y nuestro movimiento y nuestro líder han venido a realizar, en esta
hora amarga y difícil de la historia del mundo, los sueños y las esperanzas de
los pueblos de todos los tiempos y de los genios de todos los siglos.
A esta altura de nuestra materia, puedo decir, con absoluta certeza, que la
Historia del Movimiento Peronista ya ha entrado en los anchos caminos de la
historia universal. El movimiento peronista ya no nos pertenece con
exclusividad. El Justicialismo de Perón es una solución realizada en el mundo y
no puede ser negada al mundo, que está ya hastiado del capitalismo, y que no
quiere hundirse en la etapa cruenta del comunismo.
Nosotros
los argentinos gozamos del privilegio de tenerlo a Perón, y la verdad
justicialista no la puede negar ningún argentino ni ningún extranjero, porque
algún día la humanidad podría señalarnos como traidores si mientras el mundo se
debate en una noche sin esperanza, buscando una solución, no le diésemos la fórmula
justicialista que ya hemos practicado con tanto éxito y con tanta felicidad los
argentinos.
Por lo tanto, éste no es solamente un movimiento nacional. Es un movimiento
humano que irremediablemente ganará a toda la humanidad.
Alguien
podrá pensar –siempre hay quien todo lo ve con malos ojos: ven las espinas del
rosal, no las rosas-, y al decir esto en este momento, entrando al tema del
peronismo en la Historia Nacional, pensará que intento subestimar toda la
gloria de nuestra gesta emancipadora y toda la gloria de nuestra tradición.
A
todos ésos les digo: el peronismo es un movimiento universal, porque no ha
hecho otra cosa que retomar el camino que señaló San Martín, y como en los
tiempos de San Martín, sin preocuparnos demasiado del ladrido de los perros en
el camino.
Hemos
salido al mundo, cruzando nuestras fronteras, y como San Martín y nuestros
granaderos, no hemos salido a crear un imperio ni a doblegar la cabeza del
vencido: hemos salido a compartir con los hombres humildes de todos los pueblos
del mundo esta felicidad que nos ha dado la doctrina justicialista de Perón.
Sean
bienvenidos a nuestro movimiento todos los hombres, cuales quiera sean su
credo, su raza, su religión; todas las personas bien intencionadas que
quieran construir juntos con los peronistas una comunidad más feliz y más
humana.
Con esto hemos seguido cumpliendo nuestra vocación histórica de servir al
mundo, y por esta misma razón podemos decir con orgullo que el peronismo es un
movimiento universal, precisamente porque es un movimiento profundamente
nacional, profundamente argentino, y así como San Martín pertenece a América,
por haberle dado libertad a media América, Perón pertenece al mundo, por haber
lanzado al mundo su doctrina de justicia y de amor. Perón pertenece a toda la
humanidad.
En un mundo de odios, en un mundo que se debate entre dos imperialismos de
izquierda y de derecha, que no buscan más que un predominio político y
económico para satisfacer sus ansias imperialistas; en un mundo donde los
factores hombre y felicidad son secundarios, Perón levantó su bandera
justicialista para que todos unidos en un engranaje nacional o universal
podamos construir la grandeza de nuestras patrias y ser celosos de nuestras
soberanías, pero no a base de la miseria y del hambre de sus ciudadanos, sino a
base de su felicidad, porque no habrá patria ni mundo feliz, digno y grande, si
no empezamos por tener pueblos y hombres dignos como los quiere el general
Perón.
Dejo yo a todos que hagan un análisis de conciencia y piensen que ya la figura
de Perón no nos pertenece. Perón no es un político; Perón es un conductor, es
un genio, es un maestro, es un guía, no ya de los argentinos sino de todos los
hombres de buena voluntad; de los humildes, de los que sufren la entrega al
capitalismo y al comunismo, porque sobre sus débiles espaldas se apoyan los
imperialistas de un crudo materialismo que no ha traído soluciones, sino
lágrimas y dolores al mundo.
Perón, en un momento negro de la humanidad, levantó su palabra de justicia, y
mientras algunos ciegos lo juzgan loco, otros, que lo ven, lo quieren y lo
siguen. La de Perón, como todas las grandes doctrinas, ha sido combatida, ha
sido difamada.
Y
podrán terminar con Perón, pero no podrán terminar con la doctrina peronista.
La Historia del Peronismo no se comprende sino como una coronación definitiva
de toda la Historia Nacional. La Historia Nacional es, en síntesis, la historia
de todas las luchas de nuestro pueblo por alcanzar su felicidad y su grandeza,
y esa felicidad y esa grandeza solamente puede poseerlas un pueblo cuando es
socialmente justo, económicamente libre y políticamente soberano.
Cuando San Martín luchaba en Chile y en el Perú, ya peleaba directa o
indirectamente por todo esto que ahora tenemos gracias a Perón. En esta edad
peronista de la Patria, todos los argentinos tenemos la dignidad que soñaron
para nosotros Belgrano, San Martín y todos nuestros próceres ilustres y
esforzados, y la Patria mira de frente el presente y el porvenir, tal como
ellos lo desearon en esos tiempos de lucha, sacrificándolo todo, su vida y sus
esfuerzos, tal como ellos lo soñaron, y tal vez no creyeron que se podía
realizar esa felicidad y esa dignidad hasta que llegara un argentino que
retomara los hilos de la Patria que había dejado San Martín y que había dejado
Belgrano.
Es
el mismo pueblo que reclamó otra vez, como lo hiciera en 1810, la libertad y el
derecho de hacer su propia voluntad, ya que si en 1810 su voluntad era ser
libre y soberano, para eso en 1945 necesitaba echar abajo a la oligarquía y
seguirlo a Perón, y para seguirlo a Perón lo necesitaba libre y presente allí,
ante sus ojos.
Así como San Martín, que por su genio militar y sus virtudes civiles se hizo
acreedor al cariño de su pueblo, el general Perón ha sabido merecer el cariño
apasionado y fanático de todos los hombres y mujeres humildes del pueblo.
Parece
que la historia de nuestra gesta emancipadora se repitiese en nuestros
tiempos.
Algunos
nos acusan de comparar nuestros hechos victoriosos con los suyos. Es que
cualquier argentino que hace una obra de bien, ha de sentirse orgulloso de
querer compararse con los héroes de la nacionalidad.
Sin
embargo, no es así: lo único que nosotros hicimos, gracias a Perón,
que nos conducía, fue retomar el camino que se perdió en la sombra de un siglo
de oligarquía, de entrega, de fraude, de peculado y de traición.
Nosotros no queremos compara a Perón con nadie. Perón tiene luz propia.
Queremos seguir su ruta, porque hemos encontrado un capitán que piensa, como
San Martín, en la felicidad de su pueblo y en la grandeza de la Nación, y que
no se conforma con seguir los caminos de la mediocridad, sino que lanza su
idealismo hasta las alturas en que sólo vuelan los cóndores, cerca de las
estrellas y cerca de Dios.
Como en los tiempos de San Martín, los gorriones, cuyo vuelo es bajo y cuyo
nido es sucio, envidiosos de la lejanía del cóndor, quisieron que bajase a
volar con ellos y a mezclarse con el polvo de sus caminos, que, por ser caminos
de la antipatria, eran sucios, oscuros y mezquinos. Nosotros, como una
respuesta anticipada, les hemos dicho, desde estas clases, que el peronismo no
tiene nada que ver con ellos.
Es demasiado grande, y a nuestro Conductor ya no podrá molestarlo la sombra de
ningún gorrión. Está demasiado lejos de cualquiera de nosotros, y si ha hecho
todo cuanto ha podido sin envanecerse ni aprovecharse de la gloria, del poder
ni del cariño de su pueblo, es porque Dios está con él.
Y
porque él está cerca de Dios, a despecho de todos sus enemigos. Porque Dios,
que es infinito en su amor y en su justicia, no puede complicarse con las almas
mediocres y prefiere, en cambio, la compañía de las almas generosas, que sólo
piensan en la justicia, en el amor, y que dan todos los días, como Perón, un
poco de su vida por los demás.
Podemos
afirmar, pues, como una conclusión definitiva, que sin los años del peronismo,
hubiese quedado trunca la Historia Nacional. Al 25 de Mayo de 1810 le
hubiese faltado, quién sabe hasta cuándo, la respuesta genial del 17 de Octubre
de 1945.
El 9 de julio de 1816 se hubiese quedado sin la respuesta del 9 de julio de
1947. A la independencia política nuestro Presidente respondió con la
proclamación de la independencia económica, pero sobre la realidad de los
hechos.
La
Constitución de 1853 no tendría su corona de gloria, que es la Constitución de
1949.
El
pueblo de 1810 y de 1816 no se podría ver en el espejo de nuestro maravilloso
pueblo de 1951, y los sueños geniales de San Martín estarían todavía reclamando
un lugar en la Patria y en la historia si no hubiese surgido, con sus mismas
virtudes y con su mismo patriotismo, la figura genial del general Perón, para
realizar todo lo que San Martín fue soñando en el camino de sus glorias, de su
amargura y de su ostracismo, ostracismo que no fue voluntario, sino que fue
obligado por los vendepatria.
Todo esto nos da una inmensa responsabilidad. No solamente somos responsables
ante el movimiento peronista; no solamente somos responsables por la gloria
inmarcesible de Perón. Somos también responsables ante toda la Historia
Nacional y tenemos una responsabilidad ante el mundo.
Debemos
ser dignos del movimiento peronista, debemos ser dignos de Perón, debemos ser
dignos de la Patria; debemos ser dignos de llevar por el mundo la doctrina del
general Perón. Yo quise, al principio de mis clases, tratar de que ustedes
comprendiesen la inmensa responsabilidad que tenemos; infundirles un gran amor
por Perón y por la causa, que es, en último análisis, la Patria y el pueblo. No
quiero que sirvan por miedo ni por interés, sino por amor.
Por
eso, alguna vez pude haber caído, ante los mediocres, en el gran pecado de la
exageración y del fanatismo. Pero me consideraría debidamente compensada por
este esfuerzo mío si alguna vez oyese decir de ustedes lo mismo que he dicho en
estas clases.
Es que creo que solamente con fanáticos triunfan los ideales, con fanáticos que
piensen y que tengan la valentía de hablar en cualquier momento y en cualquier
circunstancia que se presente, porque el ideal vale más que la vida, y mientras
no se ha dado todo por un ideal, no se ha dado nada.
Y
todo es la vida misma.
Demasiado
intrascendente y mediocre sería vivir la vida si no se la viviese por un
ideal.
Los
hombres de nuestro tiempo, más que los de todos los tiempos de la historia,
necesitan quien les enseñe el camino; pero exigen que quien los quiera conducir
tenga algo más que buenas y grandes ideas. Necesitan un conductor
extraordinario.
Los
hombres de este siglo, tal vez por habérselos engañado tanto, necesitan de
genios para creer, porque entonces ellos verán por los ojos de su conductor y
maestro, oirán por los oídos él y hablarán por sus labios.
Y
así expresaremos al mundo una verdad justicialista, y muchas generaciones, no
ya de argentinos, sino de hombres de todas las latitudes, nos bendecirán por
haber tenido nosotros la valentía de acompañar a un hombre que ha nacido en
este pedazo de tierra argentina.
Ellos exigen que se los conduzca con el ejemplo, y para eso el que los quiera
conducir tiene que ser como una antorcha, encendida, tiene que llevar fuego en
el alma, fuego de amor para calentar el alma de los hombres fríos, helados y
casi petrificados.
Por
eso nosotros, los peronistas, para nuestros adversarios, que ya tienen el
castigo de su ceguera, le pedimos a Dios que les dé luz para que vean esta
realidad.
Se necesita fuego para encender el corazón de los mediocres, fuego de fanatismo
para terminar con la prudencia de los que quieren seguir siempre así, como
ahora, y con el exceso de sabiduría de los que no comprenden que pueda haber
ideales y sentimientos superiores.
Si
yo hubiese conseguido que ustedes quisieran a Perón con el fanatismo que yo lo
quiero, estoy segura de que aquí tendría cien antorchas para iluminar no sólo
esta escuela, sino todo el país.
Y
no sólo este año, sino todo el siglo, porque nosotros moriremos, pero nuestras
almas seguirán iluminando la figura genial e inmarcesible del general Perón.
Seremos
entonces como chispas del gran meteoro de Perón que está iluminando este siglo
peronista de la Historia Nacional y universal, pues, como los genios, Perón
es un meteoro que se quema para alumbrar su siglo.