OCTAVA CLASE






    En la clase de hoy vamos a hablar del 17 de Octubre.


    Como recordaran, en nuestras primeras clases habíamos estudiado a los actores del Peronismo: Perón y su Pueblo, pero no nos conformaremos con estudiarlos a ellos aisladamente, sino que hemos tratado de mirarlos a través de las perspectivas de la historia universal y de todos los personajes que han tenido una actuación preponderante en las revoluciones que significaron algo para la humanidad.


    De allí hemos deducido que tenemos un Conductor poseedor de todas las virtudes que en la historia han tenido los demás conductores. Yo creo que el General Perón, entre todos los genios de la humanidad, no tiene defectos.


    Anteriormente les dije que el defecto que yo encontraba en Perón era su gran corazón. ¡Benditos sean los defectos como ese!


    Parece que Dios, para salvar al mundo de su crisis más difícil hubiese considerado que era necesario poner en una sola alma -la de nuestro Conductor- todas las virtudes, que antes de una virtud por cada genio bastaban para salvar un siglo.


    También tenemos un Pueblo magnífico. En esto no podemos ni debemos ser tan excluyentes con nuestro líder. Si en materia de conductores afirmamos que no nacen más de uno por siglo y por lo tanto no hay más que un perón en este siglo, en materia de pueblos, si bien es cierto que hay pueblos más o menos dignos de un destino mejor, nosotros, los justicialistas aceptamos y sostenemos que todos los pueblos del mundo son magníficos.


    Los pueblos que tienen sus errores son aquellos que, para desgracia de ellos mismos, son manejados en sus destinos por gente que no ausculta, ni interpreta, ni se interesa por los problemás morales, materiales y espirituales de esos pueblos.


    ¿Por qué tenemos los justicialistas tan fervorosa admiración, respeto y cariño por los pueblos, cualquiera sea su raza, su credo, su bandera?


    Son varias razones, todas muy sencillas: Porque los pueblos tienen el sentido innato de la Justicia.


    Por eso Perón sostiene que para suprimir las guerras injustas los gobiernos deben consultar a sus pueblos. Si se consultase a los pueblos no habría guerras, porque casi todas son injustas.


    Nosotros, los justicialistas no estamos en contra de las guerras cuando se pelea por la justicia, pero desgraciadamente en este mundo muy poco o nada se ha peleado por la justicia. Se ha peleado siempre por intereses económicos y muchas veces por imperialismos que son ajenos a nosotros, ya que solamente nos interesa la justicia de los pueblos.


    Los pueblos llevan en sí mismos, todos sin excepción, sentimientos de generosidad, de amor, de altruismo, de solidaridad… De ahí el éxito que tienen en los pueblos las doctrinas generosas.


    Las doctrinas triunfan en este mundo según la dosis de amor que lleven infundida en su espíritu, por eso triunfará el Justicialismo, que empieza afirmando que es una doctrina de amor y termina diciendo que el amor es lo único que construye.


    Cuando más grande es una doctrina más se la niega, más se la combate, por eso nosotros, los justicialistas, debemos sentirnos orgullosos de que los incapaces, los vendepatrias, los venales, los que no están con los intereses patrióticos, la combatan desde adentro y desde afuera.


    Muy grande ha de ser nuestra doctrina cuando se la teme, se la combate y se la trata de destruir así.


    De allí el valor de las mujeres en el Movimiento Peronista, que será cada vez menos político, menos frío y más generoso, más humano y más justicialista.


    Yo quisiera que las mujeres escucharan siempre estas palabras mías y dejaran de lado los intereses mezquinos, subalternos y materiales, para ennoblecer con su aporte el movimiento político.


    No he de menospreciar al hombre, porque él trae su inteligencia y nosotras el corazón, ya que paralelamente con inteligencia y corazón, podemos colaborar, como lo estamos haciendo, apoyando al General, para construir una Patria más feliz, más justa y más soberana. También podemos dar al mundo el espectáculo magnífico de que, hombres y mujeres, luchando paralelamente por ideales comunes, aportando inteligencia y corazón, se muestren capaces de construir una humanidad más feliz.


    Muchas veces me han oído hablar de Perón en estas clases. Yo sé que he tenido que hacer sufrir al General en su humildad diciendo en su presencia cosas que dirán de él cien generaciones de argentinos, bendiciendo su nombre. Me he anticipado a la historia, nada más, y he interpretado a nuestro gran Pueblo argentino, a los humildes.


    He llegado a decir que Perón es el compendio maravilloso de las mejores y más altas virtudes que han adornado el alma de todos los genios que ha tenido la humanidad.


    Tal vez alguien haya pensado que eran exageraciones producto de mi fanatismo -y eso entre nosotros- porque los de afuera dirán que estoy a punto de perder el equilibrio, o que estoy completamente desequilibrada. Si el sabio no aprueba, malo, pero si el necio aprueba, peor. Así es que cuanto más me combaten, o nos combaten, más seguros estamos de ir por la senda del bien, caminando hacia un futuro mejor.


    A mí me interesa lo que pueda pensar algún Peronista, nada más. Y quiero darles una explicación, una humilde explicación, aunque crea que todos los Peronistas coinciden totalmente conmigo, o tal vez yo no interprete todo el fuego sagrado que llevan ellos en su corazón hacia el General Perón.


    Nosotros pensamos que los Peronistas somos fanáticos porque la causa del General Perón es grande y muchas veces he dicho que solo las grandes causas pueden tener fanáticos, porque de otro modo no existirían ni santos ni héroes.


    En primer lugar, ningún Peronista tiene derecho a creer que no estoy convencida de lo que digo con respecto a Perón. Si no estuviera convencida no solo no lo diría, sino que no perdería el tiempo trabajando día y noche por una causa en la que no estuviera plenamente convencida.


    Por otra parte, el tiempo dirá que no di un solo paso ni realicé un solo sacrificio por mí. Por eso apelo a la historia, que es el mejor crítico a quien podemos apelar. Todo lo que hice, lo hice únicamente por Perón y por nuestro pueblo. Únicamente por ellos.


    Yo he dicho que Perón es mi luz, mi cielo, que es el aire, que es mi vida. Pero no solamente lo he dicho; he procedido como si así lo fuese.


    Por eso nadie puede dudar de que Perón sea para mí todo lo que afirmo.

    Pero todavía hay más. Me habría bastado decirlo una sola vez, o dos o tres veces. Pero, ¿por qué lo digo todos los días, sesenta veces por hora, sesenta veces por minuto, en cada segundo y en cada minuto, a cualquiera que quiera oírme y a los que no me quieren oír también?


    Sobre todo, se lo digo a los Peronistas, y en particular a ustedes, que se están formando en esta Escuela Superior para ser los apóstoles de Perón.


    Yo tengo una razón fundamental, que quiero que ustedes comprendan. Perón ha conquistado una gloria que será eterna, y él, en su generosidad magnífica y maravillosa, la ha puesto en nuestras manos, dándonos su nombre: por eso nos llamamos Peronistas.


    Ser Peronista no es solamente una dignidad superior. Es tener la responsabilidad de un hombre que ya tiene para sí toda la gloria de un hombre que ha salvado a su pueblo, que lo ha hecho libre, justo y soberano, y que ha creado una doctrina que abre horizontes y esperanzas a una humanidad sufrida y desalentada.


    Es la historia del nombre de Perón lo que debe pesar sobre nuestra conducta de Peronistas.


    Yo pienso algunas veces que los Peronistas no nos damos cuenta de la responsabilidad enorme que tenemos, al llevar el nombre ilustre del general Perón; que ni todos nosotros, por más mal que nos portásemos, podríamos ensombrecer su gloria. Pero sí podríamos ensombrecernos nosotros mismos, porque nuestros hijos y nuestros nietos dirían que no fuimos dignos de un líder como el general Perón.


    Y, como digo, aunque nuestros errores y pecados de Peronistas no restarán nada a la gloria misma de Perón, tenemos, no obstante, la inmensa responsabilidad de conducirla intacta, pura y limpia, hacia el porvenir, para que la historia la aprecie en su justo valor, o sea en su maravillosa y magnífica grandeza genial y sobrehumana.


    Hace pocos momentos hemos escuchado al General en una disertación que, además de ser sobre Conducción, fue una alocución patriótica de un hombre que lleva sobre sus espaldas la enorme responsabilidad de conducirnos, no sólo a un destino feliz en lo material, sino también en lo espiritual, y en lo más sagrado que hay para todos los argentinos: a la soberanía de nuestra patria.


    No seríamos soberanos, no seríamos económicamente libres, ni un país socialmente justo, si no cuidásemos lo que Perón nos dio y que nosotros debemos mantener por ser un pueblo digno. Porque la grandeza y la soberanía de la Nación únicamente las pueden crear y mantener los pueblos dignos.


    Nuestro pueblo lo es, y nosotros los peronistas también lo somos, porque estamos del lado de la luz y de la verdad, porque no actuamos en la sombra ni en la antipatria en que, por desgracia, están todavía algunos argentinos.


    Nosotros no somos venales; no nos vendemos por cuatro monedas a los intereses foráneos.


    Nosotros somos los que vamos a dejar el alma y la vida para defender el ideal del general Perón, que no es la soberanía tan declamada en todos los tiempos para engañar al pueblo, sino una soberanía practicada con honradez y con lealtad.


    Para hacer efectiva esa soberanía, el general Perón jamás ha pedido, hasta el presente, un sacrificio a ningún argentino, pero los argentinos tenemos la obligación de dar la vida por esa soberanía en cualquier momento.


    Nosotros los Peronistas –y en eso creo interpretar al pueblo argentino- somos una gran familia.


    Una vez le hemos demostrado al general Perón que somos capaces de dar la vida por él.


    Fue el 17 de Octubre.


    En esta época de bonanza que nos ha dado el general Perón, como si fuese nuestro padre, sin que nosotros lo soñásemos, brindándonos tantos beneficios en lo material como en lo espiritual y en lo moral, no hemos sacrificado ninguna cuestión personal en beneficio del movimiento. Eso lo realiza el tiempo; el desplazamiento de los ambiciosos, que va produciéndose.


    Le decía yo el otro día a un grupo de amigos que me hablaban sobre ciertas humildes cuestiones mías que soy amiga íntima de todos los Peronistas, y que un Peronista puede escalar una posición importantísima y ser una esperanza.


    Pero tengo un camino: no la lealtad declarada, sino la lealtad practicada para colaborar con el líder de la nacionalidad, pero no para utilizarlo como trampolín.


    El que se desvíe recibirá el mismo pago con que paga el pueblo: el olvido y el desprecio que se puede tener hacia los hombres que, habiendo sido puestos en el camino del bien, se van por el camino de la ambición y de los intereses bastardos.


    Para nosotros, los Peronistas, no debe haber más amigos que los amigos de Perón.


    Cuando un amigo nuestro no interpreta bien la doctrina, debe decírsele: “Camine por el otro lado, que me compromete. Allá usted con su suerte, que yo sigo con la mía. Usted dirá que soy un lírico, pero yo prefiero ser un lírico a ser un traidor”.


    Por lo tanto, es necesario que todos los Peronistas no nos hagamos ilusiones más que con el General, y que mantengamos esta opinión: del General para abajo todos somos iguales, y estamos a una distancia sideral de él.


    Y así seremos lo que debemos ser: un pueblo digno y un movimiento maravilloso, como lo quiere nuestra masa y como nosotros tenemos la obligación de ser: misioneros, no sólo en la palabra, sino también en la acción, honrados, desinteresados hasta el renunciamiento. 

Misioneros del general Perón ante el pueblo, para ayudarlo, no solamente en lo material, es decir, en lo numérico, sino también para ayudarlo en lo moral.


    Los grandes hombres tienen una sensibilidad extraordinaria, y como ellos están concentrados en la empresa grande, les duele, les duele y les rompe el corazón que haya hombres que se desvíen y que no sepan interpretar la divisa de la Patria y del Pueblo.


    Claro está que al decir hombres hablo también de las mujeres.


    Aunque a no nos ha tocado aún actuar, y no hemos tenido todavía mujeres que se hayan desviado, es necesario que tengamos mucho cuidado, porque ello sería menos perdonable en nosotras, ya que hemos tenido el ejemplo de los hombres para poder aprender.


    Por lo tanto, nosotras nos equivocaríamos a sabiendas, y eso no tendría perdón de Dios.


    No debemos amargar al alma del Líder; no debemos amargar al hombre que está trabajando y tejiendo la felicidad y la grandeza de la Patria; hay que dejarlo marchar feliz y contento.


    Para nosotros, Perón debe ser una bandera, y a las banderas se las sigue hasta la muerte, o no se las sigue.


    Perón debe ser para nosotros algo intocable.


    Hasta el general Perón no deben llegar las miserias; no deben llegar egoísmos. Hasta el general Perón no sólo no pueden llegar esas cosas, que son demasiado subalternar y miserables, sino que tampoco deben llegarle preocupaciones, porque mientras más tranquila mantengamos al alma del Líder, más bien hacemos, no para nosotras, que nada somos en este momento, sino para la Patria, que lo necesita.


    En nuestras clases anteriores habíamos analizado las causas del Justicialismo. Es decir, al capitalismo como causa del comunismo y a ambos como causa indirecta del Justicialismo.


    Digo causa indirecta porque la causa directa del Justicialismo es Perón, únicamente Perón.


    Si en el mundo no hubiera existido el capitalismo y el comunismo, Perón lo mismo sería justicialista, porque él nos ha enseñado que el conductor debe tener el sentido innato de la justicia, y él es el conductor por excelencia.


    De manera que cuando hablamos de las causas que provocaron la aparición del Peronismo en el mundo, y nos referimos al comunismo y al capitalismo, se entiendo que los aludimos solamente como a causas indirectas.


    Resulta, más o menos, como si dijésemos que la causa del día es la noche. Esto puede aceptarse como una causa indirecta, ya que si no hubiese noche no podríamos apreciar la luz del día.


    Pero la verdadera causa del día es el sol, y por eso la causa del Peronismo es Perón, que ilumina como un sol este magnífico y brillante mediodía de los argentinos.


    Los argentinos tenemos la responsabilidad de jugarnos la vida por Perón, porque si Perón no llegase a conducir los destinos de la Nación, quedaríamos en una plena medianoche, sin llegar jamás al mediodía que los argentinos tenemos la obligación de alcanzar, y que no podemos alcanzar sin Perón.


    También en las clases anteriores hemos estudiado el escenario donde nació el Peronismo, o sea el momento histórico en que surgió a la vida, en medio de un mundo que se debate en la lucha más inhumana y cruel de todos los tiempos.


    Ahora nos toca hacer el análisis de los hechos históricos del Peronismo, a través de sus pocos años de existencia, que son de una fecundidad tan extraordinaria, que ya han recorrido todos los caminos de la humanidad.


    Pero antes quiero hacer una breve aclaración.


    Creo que, más que hacer un relato de los acontecimientos de la historia Peronista, debería limitarse, simplemente, a dar una explicación de los hechos fundamentales.


    Relatar la historia sería dar fechas y nombres. Las fechas son muy pocas: 27 de noviembre de 1943, creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión; 17 de octubre de 1945; 24 de febrero de 1946; 1° de marzo de 1947, día de la nacionalización de los ferrocarriles, ese filón de la Independencia Económica; 11 de marzo de 1949, sanción de la Constitución Justicialista; 1° de Mayo, día de los trabajadores, día de la victoria del pueblo y de Perón unidos en un solo corazón, y 8 de octubre de 1895, momento en que nace a la faz del mundo el más grande genio que haya tenido la Nación.


    Esta última es la fecha inicial del Peronismo, el 8 de octubre de 1895, en que nace a la faz del mundo el genio más puro que tuvo la Argentina.


    Si las fechas son pocas, menos aún son los nombres que yo podría citar en la historia de nuestro movimiento.


    Yo no podría citar más que dos nombres: el de Perón y el del Pueblo.


    La gloria de Perón es irreversible. Es decir, que ni el mismo Perón podría disminuirla, aunque se lo propusiera. Pero no podemos decir lo mismo de quienes van con él en esta etapa histórica.


    A Perón podemos anticiparle un lugar primerísimo no sólo en la creación de la historia Peronista, sino en lo más alto de la historia argentina.


    En la historia Peronista iremos escribiendo otros nombres, pero tan por debajo del nombre de Perón, que recién podrán escribirlos cuando nosotros hayamos desaparecido.


    Eso nos lo dice la experiencia de cinco años, para que no cometamos el error de escribirlos prematuramente.


    ¿Por qué ocurre esto?


    Porque un hombre hace una etapa magnífica durante dos o tres años, y después se pierde y resulta un malvado o un sinvergüenza.


    Entonces, aunque nosotros escribamos el nombre de ese Peronista, la historia, con su juicio inexorable, no lo va a escribir.


    Nosotros sabemos, por lo tanto, que el único nombre que se va a escribir en la historia es el magnífico nombre de Perón.


    Los demás sólo lograrán que se inscriban cuando hayamos muerto, si es que durante esa trayectoria hemos sido honrados, leales, justos, disciplinados, capaces del sacrificio y el renunciamiento.


    Por encima de todo hemos de tener tres cosas sagradas: la Patria, el Pueblo y Perón.


    Los nombres de algunos de nosotros que entren en la historia no serán los de quienes se habla ahora; serán los de quienes mantengan una línea de conducta en toda la trayectoria de su vida.


    Eso no se hace con propaganda. Se hace con hechos.


    Por eso sólo podremos saber dentro de mucho tiempo quiénes serán los que tengan ese privilegio de quedar en la historia.


    Por el momento, pues, el único que entra en la historia es Perón.


    Como dispongo de poco tiempo, y como tampoco quiero abusar de ustedes, voy a darles el significado del 17 de Octubre en una síntesis muy apretada, ya que para hablar del 17 de Octubre tendríamos que emplear días enteros.


    Yo sé lo que fue y lo que es el 17 de Octubre para nosotros, porque lo he vivido en las calles, en las fábricas y en los hogares de muchos humildes descamisados.


    He de referirme hoy a la fecha más querida para nosotros; la más querida, indudablemente, para todos los peronistas. A tal punto lo es, que si alguno, diciéndose peronista, sostuviera que, después del día del nacimiento del General, hay otra fecha más grande que el 17 de Octubre, nosotros tendríamos que considerar que ése no es tan peronista como dice.


    El 17 de Octubre puede ser analizado como episodio y en su significación.


    Como valor histórico, tiene valor en sí mismo, por sus consecuencias.


    En sí mismo, el 17 de Octubre es algo excepcional, que no se ha dado en la historia de la humanidad. Yo creo que en ningún momento de la humanidad.


    Yo no niego que haya habido otros movimientos populares de tanta magnitud como el que realizó el pueblo argentino el 17 de Octubre de 1945 pero nuestro movimiento los superó a todos en dos cosas: fue un movimiento pacífico y aun fue alegre.


    Porque el pueblo llevaba una gran esperanza y tenía una gran seguridad. Porque habrían tenido que pasar por encima de los cadáveres del Pueblo si no volvía el Coronel, ya que no volverían a su casa sin conseguirlo.


    Por lo tanto, estaban seguros de que iban a triunfar en su empresa, y en eso residió su alegría. Es decir, que tenían la alegría del triunfo presentido.


    Y fue un movimiento de gratitud hacia un hombre aparentemente vencido.


    Hagan ustedes un recorrido fugaz por todos los episodios extraordinarios.


    ¿Qué pueblo ha salido a defender a un hombre vencido?


    Ninguno.


    ¡Solamente el pueblo argentino!


    ¡Vean ustedes si habrá sido y será grande Perón!


    Cuando él estaba aparentemente vencido, el pueblo salió a la calle con su bandera.


    Porque en ese momento, al decir Perón, decían Patria.


    Ningún movimiento de tanta magnitud y trascendencia –una trascendencia que abarca ya más de seis años- se ha hecho en la historia, sin derramamientos de sangre, como el 17 de Octubre.


    Hemos recordado ya la revolución rusa y la Revolución Francesa.


    Ambas no fueron más que muerte y destrucción de valores no sólo materiales, sino también humanos.


    Fueron muertos los mejores hombres y hubo como ya he dicho, innumerables víctimas, sin que en momento alguno llegasen a ser movimientos de multitudes tan grandiosos como el nuestro.


    El 17 de Octubre nos probó la grandeza del pueblo argentino, pues él no se jugó por sí mismo, sino por su líder.


    ¿Por qué no se jugó por sí mismo?


    Porque si lo hubiese hecho habría pedido el gobierno para Perón, para que su esperanza se cristalizara.


    Salió como sale el pueblo, que es hidalgo, generoso, altruista, maravilloso, a buscar la libertad de un hombre que le había dado luz y que le había devuelto la esperanza.


    ¡El líder de un pueblo tan maravilloso no podía ser menos maravilloso!


    Y allí está la grandeza de Perón, que en esos momentos habría podido apoderarse del gobierno, y que prefirió hacerlo por la voluntad libre y democrática de su pueblo, porque en esa forma cumpliría con sus esperanzas y nadie podría decir jamás que él ambicionaba algo.


    Para Perón, el camino del gobierno no ha sido más que un camino de sacrificios, de sinsabores, y ha ido dejando jirones de su vida, no de su bandera, en un sacrificio constante para formar una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.


    Lo ha hecho contra la incomprensión de los de afuera y, lo que no esperábamos, también contra los de adentro, lo cual constituye una traición, que es lo que más amarga: ver que en este momento crucial para la humanidad haya argentinos tan descastados, tan degenerados, que por el ansia de poder quieran crucificar al hombre más grande que ha tenido la Argentina.


    Pensemos que a Cristo, que no era terrenal, lo crucificaron. ¿Qué va a ser del general Perón, que es terrenal, aunque tiene tanto de sublime y de genial en su obra?


    ¡Bendito sea el Justicialismo si por él se está cometiendo el crimen de amargar y de difamar a lo más puro que tenemos hoy los argentinos: al general Perón!


    Eso demuestra que muchos va a la cruz por hacer el bien, ya sea material o moralmente.

    El movimiento popular de los descamisados del 17 de Octubre no es grande sólo por sí mismo, sino también por sus consecuencias.

    Desde ese día el pueblo tiene conciencia de su valer y de su fuerza.


    Sabe que él puede imponer su voluntad soberana en cualquier momento, siempre que mantenga organizados los cuadros de sus agrupaciones sindicales. Porque ésa es la única fuerza con que el pueblo argentino podrá mantener su soberanía frente a cualquier eventualidad.


    Desgraciadamente, en los cuadros políticos no tenemos la misma fuerza que en los cuadros sindicales.


    Frente a la antipatria, los obreros pueden paralizar el país. Ellos pueden decir: “Hasta que se vayan, no hay luz ni hay nada”. ¿Y qué van a hacer entonces? La antipatria tiene que ceder.


    Por eso, lo fundamental es que se mantengan organizados los cuadros sindicales, porque de ese modo podemos tener una seguridad –la única, por cierto- de respaldar cualquier acción contra la antipatria, como respaldaron la del 17 de Octubre.


    Desde entonces, gracias al sindicalismo, gracias al pueblo argentino, estamos viviendo esta aurora de felicidad y de grandeza.


    Hay que hacer justicia con esta apreciación, porque de otro modo no seríamos justicialistas.


    Por eso quiero rendir, en esta clase, mi más ferviente homenaje a los trabajadores de la Patria, a todas las mujeres y a todos los hombres de buena voluntad, que adhirieron a las columnas del pueblo que constituyeron el ejército de nacionalidad, y que dieron a muchos una lección que nosotros comprendemos, y que no importa que haya algunos que no quieran comprender.


    Debo, pues, hacer honor a la verdad.


    Siempre he dicho la verdad, aunque con ello no me conquiste muchas simpatías, porque la verdad, aunque duela, hay que decirla.


    Yo viví esa realidad como una más, porque, no vamos a engañarnos si no hubiese sido por las fuerzas sindicales y por el pueblo argentino, no habríamos podido hacer nada por el general Perón sino debatirnos en la impotencia.


    Pero como una más en esa columna maravillosa de pueblo, ese día juré pagar mi deuda de gratitud hacia el pueblo argentino, siguiendo con los humildes de la Patria, para trabajar incesantemente por su felicidad y por su grandeza.


No sé si habré logrado mi propósito, pero en todo caso estoy satisfecha, lo confieso, con todo lo que he hecho, porque puedo decir que no me he desviado del camino del General, que es el camino del pueblo y el de los trabajadores.


    Por eso, haciendo un poco de historia, debo decir que aquel día el pueblo argentino no se agrupó alrededor de ninguna bandera política.


    Aquel día, los estandartes fueron sindicales, como deben recordarlo ustedes, que, al igual que yo estaban en la calle.


    Nuestro partido no había nacido, por desgracia, y los peronistas estábamos allí con estandartes sindicales.


    Pero otros que tuvieron la oportunidad maravillosa de estar de pie y dar su “presente” a la patria, no estuvieron.


    Eso no interesa: lo que interesa es que el pueblo estuvo presente.


    Desde aquel día, Perón y su pueblo son inseparables. Recuerden ustedes las palabras de Perón.


    Yo voy a recordarles algunas frases.


    Dijo el general Perón, entre otras cosas:


    “Que sepan hoy los indignos, farsantes, que este pueblo no traiciona a quien no lo engaña”.


    Y al final dijo otra cosa que yo quiero recordársela al General, porque ese discurso del 17 de Octubre es, para nosotros, una declaración al pueblo argentino que le recordaremos al General en el preciso momento.


    Y yo me voy a anticipar a ello. Entre otras cosas, dijo el coronel Perón:


    “Necesito un descanso para repones mis fuerzas y volver a luchar codo a codo con ustedes, hasta quedar exhausto. Si es preciso, hasta dar la vida.”


    Aquella noche quedó sellada la unidad del pueblo con Perón; unidad que ya había nacido en la Secretaría de Trabajo y Previsión.


    El día 17 de Octubre, el pueblo argentino volvió por primera vez a la Plaza de Mayo, de 1810, y como en 1810 quiso saber de qué se trataba; pero, como en 1810, ya llevaba su decisión soberana para hacerla respetar.


    El mismo Coronel lo recordó en sus palabras de aquella noche histórica diciendo:


    Este es el pueblo. Este es el pueblo que representa el dolor de la madre tierra, al que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la Patria, el mismo que en la histórica plaza pidió frente al Cabildo, que se respetasen su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal por que no habrá perfidia ni maldad humanas que puedan contaminar a esta masa grandiosa en sentimientos y en números”. Eso dijo el coronel Perón.


    Recordé recién que el 17 de Octubre dio al pueblo conciencia de su valer y de su fuerza. El mismo Coronel dijo aquella noche, y perdonen que traiga estos recuerdos, que para mí son sagrados:


    “Desde hoy sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Nación”.


    Eso dijo el coronel Perón una noche, después de seis días de prisión, fatigado y enfermo, y con una profunda emoción en su alma. Eso es lo que lo ha mantenido en sus seis años de gobierno; la unidad de todos los argentino, de todos los trabajadores, que él ha proclamado y por la cual lucha.


    Nosotros estamos con él en ese camino; la escoria ha quedado a un lado.


    Nosotros seguimos tras un estandarte y una divisa: la Patria, el Pueblo y Perón.


    Ya que hemos estado comentando las palabras de Perón, recuerden una cosa importante: cómo supo callar los nombres de quienes lo habían traicionado, dándonos una magnífica lección de generosidad que solamente puede brotar de su espíritu de hombre superior y de genio.


    Yo confieso que no me hubiera callado.


    Yo empecé por decirles que después de Perón todos somos iguales y estamos a una distancia sideral de él. Nosotros, los que luchamos, tenemos que ser los guardaespaldas, los vigías del General.


    En esta oportunidad les dijo el Coronel:


    “Les pido que no me pregunten ni me recuerden cuestiones que ya he olvidado, porque los hombres que no son capaces de olvidar no merecen ser queridos ni respetados por sus semejantes, y yo aspiro a ser querido por ustedes y no quiero empañar este acto con ningún mal recuerdo”.


    El Coronel no sabía que ya esa noche los argentinos le habían levantado un altar en el corazón, y que ese altar que levantaron los argentinos es hoy más grande y más fuerte, porque Perón se agranda cada día más.


    Desde aquel 17 de Octubre de 1945, todo lo que ha sucedido en el país es una consecuencia de la unidad magnífica que el Pueblo selló con Perón.


    La justicia social ha sido realizada totalmente, sigue en marcha y fue consolidada por la independencia económica y por la soberanía política.


    La Nación es más grande y -¡qué maravilloso!- el pueblo es más feliz.


    Todo lo que el pueblo esperaba de Perón aquella noche se ha cumplido con exceso. Y más aún: el pueblo argentino esperaba y no le pidió nada; Perón no le ofreció nada; y se comprendieron.


    Se comprendieron porque había un algo superior que los unía. Y se encontraron porque se vieron con los ojos del alma, que son los únicos ojos que no nos hacen equivocar.


    Pero el 17 de Octubre no es solamente trascendente por lo que desde entonces han hecho Perón y su pueblo.


    Es trascendente por lo que ha de venir. No solamente porque el pueblo argentino tendrá en el porvenir un recuerdo emocionado del 17 de Octubre, sino porque Perón ha creado una doctrina que será universal, le pese a quien le pese.


    El Justicialismo es hoy la solución del mundo, que ya no puede esperar nada del comunismo ni del capitalismo.


    Cuando el mundo ve pasar hoy la bandera de los argentinos –decía yo hace días- se acuerda de la esperanza como de una novia perdida que ha vuelto vestida de blanco y celeste para enseñarle el camino de la felicidad.


    Cuando el pueblo entero sea feliz, gracias al Justicialismo de Perón, festejará el 17 de Octubre como ahora festeja el 1° de Mayo, que fue una esperanza que trajo muy pocas realidades, por desgracia, a los queridos trabajadores de la humanidad.


    ¿Y qué nos ha traído a nosotros nuestro genial conductor? Yo debía hablar sobre el descamisado y sobre mis recuerdos del 17 de Octubre. Pero para hacerlo más extensamente voy a dejar esto para la próxima clase.


    Estos dos temás no los voy a tratar hoy, aunque habría querido tocarlos en esta clase. Pienso que estamos viviendo un momento de enorme responsabilidad y de una trascendencia histórica de la que tal vez no nos demos cuenta.


    Pero nosotros, que como pueblo tenemos una intuición extraordinaria, sabemos que la Argentina tiene que luchar, al propio tiempo que en su interior, en la esfera universal, y que lucha por algo en que están empeñadas todas las patrias: en engrandecer sus países.


    Nosotros sabemos –debemos saberlo- que con Perón seremos más felices; que con Perón consolidaremos la independencia económica; que con Perón consolidaremos la grandeza de la Nación y la felicidad de todos los argentinos, y que formaremos así un pueblo digno ante la faz de todo el mundo.


    Y sabemos que gracias a Perón se han realizado estas tres maravillosas realidades.

    El coronel Perón escribió un día una carta que me enviaba, y he encontrado este mismo pensamiento en muchos de sus papeles.


    “Yo siempre soñé con una patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. Y por ella, por esa patria, he de quemar mi vida y he de entregar todos mis sacrificios y todos mis esfuerzos”.


    Yo propuse esta frase para que sirviera de pensamiento rector a los miembros de la Cámara de Diputados. Ella está en muchos manuscritos del general Perón. Yo guardo esos manuscritos –y el General me ha preguntado para qué los guardo-, porque creo que no nos pertenecen, ni les pertenecen al General, sino que son del país.

    Esta frase que me escribió a mí el coronel Perón en 1944 se cristalizó en el preámbulo de la Constitución de 1949.


    Es decir, que todo lo que ha hecho Perón ha ido cristalizando sus sueños y sus esperanzas, y que todo lo que ha realizado Perón lo tenía muy anidado en su corazón de patriota y de argentino de bien.


    Por eso nosotros, pese o no pese al General, no vamos a aceptar más banderas que Perón, porque sin él no estamos defendiendo al movimiento, que no son nuestras miserables conquistas materiales, sino algo que está muy por encima: los intereses de la Nación.


    Es del país, es de la Patria. Y el pueblo, que tiene intuición, sabe que los intrigantes internos e internacionales quieren desmoralizar al general Perón, sin pensar en que hay muchos millones de argentinos peronistas que lo avalan, y que no van a permitirlo desde ningún punto de vista. Antes vendría un caos en la Argentina, porque los argentinos no queremos nada más que a Perón.


    Si yo no pensara como pienso, como peronista, sino simplemente como esposa del general Perón, como una esposa mediocre, vacía, ajena a los intereses de la Patria, superficial e intrascendente –y digo esto a modo de comparación-, pensaría que sería muy lindo que el general Perón terminara este período y se fuera.


    Imagínense: entraría por la puerta ancha de la historia y todo lo demás que vendría aquí sería la “debacle”, porque nadie respaldaría ni conduciría al pueblo argentino, aunque el propio General lo dejara.


    Se rompería la unidad demasiado pronto.


    Yo decía que cuando los franceses morían por millares no decían “morimos por nuestra doctrina”, sino “morimos por Cristo”. Cuando los cristianos morían en las arenas de Roma, no decían “morimos por nuestra doctrina”, sino “morimos por Cristo”. Y nosotros, que no queremos más que a Perón, vamos a morir por Perón, porque no estamos defendiendo una cuestión personal, sino nacional.


    Yo, como esposa del General, entraría por el camino ancho. El ha hecho una obra extraordinaria, ciclópea; y yo no tendría que trabajar ni sacrificarme, porque he dicho una cosa, y la voy a mantener: el día que el general Perón deje el gobierno, yo no lo dejo después; lo dejo un minuto antes; por lo tanto, me iría y descansaría.


    Soy joven y con un marido maravilloso, respetado, admirado y amado por su pueblo. Me hallo en la mejor de las situaciones. Ese es el camino fácil, el de macadam. Yo quiero la selva y la incógnita. ¿Saben por qué? Porque la selva y la incógnita es defender la Nación, aunque nosotros caigamos.


    Podrán borrar al General y a mí, pero no podrán borrar con el tiempo el hecho de que, pudiendo elegir el camino fácil y la puerta ancha de la historia, elegimos la selva para abrir horizontes y caminos con un afán extraordinario de unidad nacional. Sobre todo el de los peronistas, que es el de la mayoría del pueblo, quemando nuestras vidas, dejándola a diario a jirones de trabajo, de esfuerzo, de sacrificio y de amarguras.


    Porque la vida de un hombre público tiene muchas amarguras, y cuanto más grande es, más la tiene. Ustedes ven que cuanto más linda la rosa, más agudas son las espinas. 

Pareciera que Dios lo hace a uno más grande cuanto más sufre.


    Yo he pensado mucho cuál sería el camino que como esposa del General tendría que tomar, y he tomado el camino del pueblo, porque me he anulado como esposa del General, para ser una mujer más de ese pueblo argentino para interpretar a los descamisados, a los hombres, a las mujeres, a los humildes que representan a la nacionalidad. A ellos, que tanto han sufrido, que ahora tienen la luz, el sol, ¿cómo se los vamos a quitar?


    Además, lo hice por otra razón: porque yo he visto a través de mi actuación directa con los hombres, pasar muchas miserias, y he sentido muchas desilusiones.


    Yo, que por ser joven tengo el espíritu preparado para la ilusión y para creerlo todo, pese a ello, me he hecho un poco escéptica, a fuerza de golpes.


    Creo que coincido con ustedes en mi apreciación sobre el pueblo y Perón; el pueblo sin un conductor, no va lejos, y el conductor, sin el pueblo, tampoco.


    Como en este momento los argentinos tienen un conductor maravilloso, y el conductor tiene un pueblo maravilloso, al que acaba de decirle que no tiene problemas políticos, pensamos que el General tendrá que sacrificar su vida y quemar su gloria inmarcesible, que no ha de quemar porque el tiempo hace justicia.


    La historia dirá que el pueblo argentino lo exige, porque necesita al general Perón para el bien de la Patria y de la Nación.


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