SÉPTIMA CLASE







    En la clase anterior, al dejar de hablar sobre el significado del 17 de Octubre, anuncié que hoy volvería a ocuparme de ese 17 de Octubre tan caro en mis recuerdos y, en forma especial, del “descamisado”.


    En estas clases, al hablar de nuestro Movimiento Peronista, no he querido pronunciar otro nombre que el del General Perón, porque entiendo que solamente el nombre del General Perón tiene ya una gloria que nada ni nadie podrá ensombrecer.

    Por esa razón tampoco quiero hablar de mí.


   Además, la historia del 17 de Octubre de 1945 es demasiado reciente. Viven todavía sus personajes y quizás, al seguir sus pasos en aquellos días, podríamos llegar a descubrir que, en el fondo, muchos de aquellos hombres no supieron ser leales con los compromisos que habían contraído con Perón y con el Pueblo.


    Digo que no supieron ser leales, lo cual equivale a decir que no supieron ser hombres.

   Otros, los que quizá tuvieron brillante actuación el 17 de Octubre, después no supieron seguir, tal vez, la línea de conducta que entonces habían tomado, desviándose del buen camino.


    Por eso, a pesar de ser la Revolución un acontecimiento tan reciente, van apareciendo nuevos hombres en la lucha, mientras quedan atrás los que no tienen suficiente personalidad, los que no tiene el corazón suficientemente bien templado, los que no saben tomar la causa con desinterés, con renunciamiento de sí mismos y, sobre todo, los que no saben dejar de lado las ambiciones personales para abrazar con honradez esta causa, que es la causa de la Patria.


    Ahora y quiero cumplir la promesa que formulé en la clase anterior. Por eso no he de hablar de aquellos hechos de los que fui testigo.


    Además, poco tendría que decir de mi misma y sí, mucho, en cambio, de aquellos de los que hablo siempre, de los que fueron los protagonistas del 17 de Octubre, es decir, del Pueblo y de Perón.


    A ellos va mi homenaje, y el homenaje diario de todos los peronistas, en todos los momentos de nuestra diaria existencia.


   Hoy me contentaré con referirles algunos de los sentimientos que experimentó mi corazón en aquellos días infinitamente largos.


    Confieso que cuando tuve que salir al encuentro de la realidad, pensé en mucha gente cuyo recuerdo se agolpaba, en ese momento en mi mente, pero después, créanme sinceramente, comprendí que la libertad no podía ser conquistada por nadie más que por el Pueblo.


    Confieso que en aquella oportunidad quizá me interesase más la libertad de un corazón y la de una vida que el triunfo de sus grandes ideales.


    Tan pronto como empecé a llamar a las puertas de los pobres, de los humildes, de los desheredados, confieso que allí sí, encontré corazones.


    Por eso, hoy puedo decir, con gran verdad, que conozco todo el muestrario de corazones del Pueblo argentino. 


    Cuando pedí una audiencia, por ejemplo, a fin de entrevistar a un alto funcionario me la concedieron... ¡pero para dentro de un mes! De algunas partes tuve que salir llorando, pero no de amargura, sino de indignación.


    Claro ¿quién era yo en aquel momento, sino una débil mujer que había cometido el delito de creer en un Coronel vencido y prisionero?.


    Por eso digo siempre que en aquellos días de mi gran soledad conocí todas las gamas de las almas humanas.


    Por eso también algunas veces he cometido lo que para algunos quizás parezca una herejía, al indignarme, mientras recibía en mi despacho a muchos peronistas, especialmente a los descamisados, a los desposeídos, contra aquellos peronistas de la primera hora que se han convencido de tener una personalidad que no tienen y que se creen superiores, cuando en realidad no somos nosotros quienes hemos de creernos superiores, sino que son los demás los que deben calificarnos.


    Ellos, suponiendo que son importantes y personajes indispensables han olvidado a los peronistas descamisados y al Pueblo, al glorioso Pueblo del 17 de Octubre, que para salir a la calle no tuvo quien lo condujera, ni otro jefe que un Coronel prisionero en Martín García, cuya libertad los impulsaba y los movía, porque su liberación era la liberación misma de sus descamisados.


    Por eso yo siempre he defendido y seguiré defendiendo a los humildes, porque fueron ellos los que defendieron al General: ¡Nadie dio el toque de salida! ¡El Pueblo salió solo! No fue la señora de Perón. Tampoco fue la Confederación General del Trabajo. ¡Fueron los obreros y los sindicatos todos los que por sí mismos salieron a la calle!


    La Confederación General del Trabajo, la señora de Perón, todos nosotros lo deseábamos, pero fue una eclosión popular: Fue el Pueblo el que se dio cita sin que nadie se lo hubiese indicado, por eso, cuando llegamos a una alta posición, por más alto que estemos nuestro corazón nunca debe de dejar de estar con el Pueblo y siempre hemos de sentirnos humildes, porque desde nuestra humildad podemos construir grandes obras.


    Esto es muy importante para los peronistas. Yo he visto  a hombres –no digo mujeres, porque aún no les ha tocado actuar- que siendo de la primera hora, se han sentido personajes y se han olvidado del Pueblo.


    Yo no llamo a acordarse del Pueblo a los que se acuerdan de él para utilizarlo políticamente, sino a los que quieren sinceramente a ese Pueblo.


    Yo, por ser una mujer del Pueblo, creo tener cierta intuición popular y sé quienes quieren honrada y lealmente a los descamisados y quienes pretenden utilizarlos políticamente.


    Por eso he dicho siempre que antes de ser una realidad prefiero se la esperanza de la Revolución. Porque así seré la eterna vigía de la Revolución. Y eterna vigía de la Revolución es el título que aspiro a tener, y para tenerlo hay que ganarlo.


    Eterna vigía de la Revolución es no tener amigos personales, porque los únicos amigos nuestros han de ser los amigos de la causa, y si un amigo de la causa tiene un momento de locura y se desvía, desde ese instante deja de ser amigo.


    Nosotros no tenemos más amigos ni más compromisos que nuestra causa, es decir que no tenemos más bandera que la de nuestra causa, que es la bandera de la Patria y de Perón.

    Esa es la bandera que seguimos y por ella somos capaces de hacer cualquier sacrificio y de renunciar a cualquier cosa.


    Yo soy, y he tratado de ser siempre una buena amiga de los peronistas, pero también soy extremadamente celosa y vigilo en forma permanente el cariño de los peronistas hacia el General. Es por eso que soy amiga de los que quieren a Perón, pero de los que lo quieren con lealtad, con honradezsin ambiciones, sin intereses mezquinos y bastardos. Entonces sí, soy su amiga.


    ¡Guay del que no lo quiera así a Perón, porque desde ese momento perdió mi amistad, mi cariño, mi corazón y mi consecuencia!


    Yo llevo en mí un poco de ese sentimiento permanente de indignación ante la injusticia. El General, en cambio, se distingue por su amor por la Justicia. Parecen dos sentimientos distintos, pero en verdad conducen a un mismo fin.


    Yo empecé a sentir en esa forma durante aquellos días en que a Perón no lo habían sentido y mucho menos interpretado los ricos, los poderosos, pero cuando ya lo interpretaban los de abajo, los pobres, los humildes, los explotados por la injusticia de los de arriba.


    Mi sentimiento de indignación ante la injusticia ha sido muchas veces confundido por los oligarcas o por los contrarios a nuestra causa, quienes han dicho que soy una resentida social.


    ¿Por qué habría de ser yo una resentida? : La vida me dio todo lo que una mujer puede ambicionar, pero yo no estaba satisfecha, es cierto, de mi vida.


    Yo sentía la necesidad de hacer algo. Jamás estaba satisfecha con lo que era ni con lo que realizaba, pero no era, ni soy una resentida.


    Lo que ocurre es que confunden mi sentimiento de indignación ante la injusticia, que es un sentimiento positivo, con resentimiento, que es un sentimiento completamente negativo, propio de egoístas y estériles.


    Fui, entonces, en aquellos días de Octubre, como les decía, hacia los humildes, y ahí sí encontré que Perón estaba en el alma del Pueblo. Cuando alguna vez ustedes quieran explicar lo que es el corazón de Evita podrán decir que en el no hay más que tres amores: 

¡La Patria, Perón y el Pueblo! Y ustedes están autorizados a decir que para Evita esos tres amores son uno solo, porque sin el Pueblo no lo tendríamos a Perón, sin Perón no tendríamos Patria y sin Patria no vale la pena vivir.


    Los humildes, los del 17 de Octubre ya han pasado a la historia con el nombre que, para despreciarlos, les puso la oligarquía: Descamisados.


    Descamisados fueron todos los que estuvieron en la Plaza de Mayo aquel día memorable, material o espiritualmente mezclados con el Pueblo sudoroso, reclamando a Perón y dispuestos a morir por Perón


    Hoy estoy convencida de que se han multiplicado los que están dispuestos a dar la vida por Perón, porque hoy somos más exigentes, porque hoy no aceptamos nada que no sea Perón.


    Porque hoy el Movimiento nos ha enseñado que Perón hay uno solo y que, por desgracia para los argentinos, pasará tal vez mucho tiempo antes de que haya alguien que pueda aproximarse a su grandeza.


    También en aquellos días empecé a tener otro sentimiento en mi corazón: ¡El gran sentimiento de amor por los humildes que Perón me había enseñado a sentir!


    Los pocos mensajes que recibí del Coronel Perón en esos días eran para pedirme que recomendara tranquilidad a los compañeros trabajadores, y yo empecé a pensar, entonces, que si Perón se olvidaba de mi, en cierto modo, para hablarme solo de sus descamisados, que si los quería tanto a ellos, me daba una prueba de amor, tal vez la más grande que podía dar.


    Quiero decir que si él me demostraba gran cariño por los descamisados, yo no podía menos que quererlo a él sirviendo con todo mi corazón a la causa de sus descamisados.


    Allí está la gran explicación de mi vida, y perdónenme esta confidencia sentimental, que es solo un anticipo de lo que explico en mi libro “La Razón de mi Vida”, que estoy haciendo más para que lo comprendan a Perón que para hacerme perdonar mis defectos y mis errores.


    Lo cierto es que yo identifico de tal forma a Perón con el Pueblo que ya no sé si sirvo al Pueblo por el amor a Perón o si sirvo a Perón por amor al Pueblo.


    Ustedes habrán advertido en todas estas cosas que hoy les digo, donde se encuentra la razón de mi propia vida. Todas las creaciones peronistas tienen una sola razón: ¡Perón! Por eso quiero hablarles ahora de los motivos que me indujeron a crear la Fundación, que también es una cuestión eminentemente peronista.


    La Fundación tiene su más profunda razón de ser, precisamente, en lo que sucedió en aquellos días memorables de Octubre de 1945. Tiene el sentido de mi gratitud hacia el Pueblo descamisado, que me devolvió la vida al devolverme a Perón.


    Por eso mi vida ya no me pertenece: Es del Pueblo, que se ha ganado el derecho que yo le ofrezca cada día de mi vida en el esfuerzo permanente de hacer algo por su felicidad.


    La Fundación es, además, una prueba de mi amor hacia el General. El no vive más que para su Pueblo, no piensa más que en su Pueblo y yo no podría decir que le tengo un inmenso cariño al General si no lo acompañase, de alguna manera, en su amor y en su sacrificio por esa causa, que es la causa de nuestro Pueblo.


    Igualmente, la Fundación mantiene en el Pueblo la unidad del descamisado, que nació el 17 de Octubre. Nada une  tanto a los hombres como el amor, y la Fundación es una obra de amor: Amor de Perón por su Pueblo, amor de mi corazón por Perón y por mi Pueblo, es decir una obra de amor del Pueblo para el mismo Pueblo.


    Además, la Fundación tiene algo de profundo sentido de reparación de la injusticia, por eso yo no tengo ningún escrúpulo en hacer las obras que construye la Fundación, inclusive con lujo. Tal vez podría cumplir igualmente mi misión con menos arte y menos mármoles, pero yo pienso que para reparar el alma de los niños, de los ancianos y de los humildes el siglo de humillaciones en que vivieron, sometidos por la oligarquía fría y sórdida, es necesario traer algo de arte, de mármoles y de lujo, es decir, pasarse si se quiere, al otro extremo, en beneficio del Pueblo y de los humildes.


    Porque yo pretendo, al menos, que ningún hijo de oligarca, aun cuando vaya al mejor colegio y pague lo que pague, sea mejor tendido, ni con más cariño que los hijos de nuestros obreros en los hogares escuela de nuestra Fundación.


    Por eso, también, ningún oligarca, por más dinero que pague podrá ser mejor atendido en ningún sanatorio del país, ni tendrá más comodidad ni más cariño que los enfermos del Policlínico de la Fundación. La razón de mi actitud es muy sencilla: ¡Hay que reparar un siglo de injusticia!


    Y la explicación es muy clara, nace de un viejo sentimiento que llevo en el corazón desde la infancia y que es mi sentimiento de indignación ante la injusticia, que muchos han confundido, como dije anteriormente, creyéndome una resentida social. Y yo pienso:


    ¡Benditas todas las resentidas sociales que se dieran a la tarea de trabajar para construir una humanidad más feliz y llevar un poco más de felicidad a todos los hogares de la Patria!

    Pero yo creo que nada de esto sería posible sin Perón, porque Perón es la razón fundamental y la explicación esencial de toda obra peronista


    No se olviden que las glorias y los triunfos son siempre de Perón, porque si no fuese por él no seríamos nada, absolutamente nada. ¡Desgraciados aquellos peronistas que creen que pueden ser algo sin la luz del General Perón! ¡Ninguno de nosotros tiene luz propia! ¡Solamente los fracasos son nuestros, porque Perón triunfa siempre: El, como los héroes legendarios, es hijo de las victorias!


    Nosotros, desgraciadamente, cometemos muchos errores, unos de buena fe y otros inconscientemente. Nosotros tenemos que enfrentar traidores, detractores y ambiciosos que hacen mucho daño, y lo peor es que también lo hacen a sabiendas. Por eso, el atribuirle todas las glorias a Perón no es colocarse en posición de falsa humildad, sino reconocer la verdad, la absoluta verdad.


    Nosotros, los peronistas, creemos ser superiores a nuestros adversarios en eso, porque nosotros, los peronistas honrados y leales reconocemos la superioridad de Perón.


    Decía Carlyle que “todos amamos a los grandes hombres; los amamos y nos prosternamos humildemente ante ellos, porque eso es lo que más dignamente humilla”. Debemos humillarnos ante Perón, amándolo como conductor, como maestro y como autor único de todas las glorias de nuestra historia del peronismo.


    Si la Fundación tiene algún mérito ese mérito no es de nadie más que de Perón; si un peronista tiene algún mérito ese mérito no es de él sino de Perón. Todas las glorias de nuestro Movimiento son de Perón y de nadie más. Esa humillación es la única compatible con la dignidad de un peronista, porque el verdadero hombre siente su propia superioridad cuando reverencia a aquello que realmente lo supera.


    Por eso nosotros debemos pensar, dando un ejemplo quizás muy poco poético y literario, que en este ferrocarril no hay más que una sola locomotora, que es Perón. Los demás somos vagones, algunos de carga y en muy mal estado.


    ¡Y cómo será de grande Perón que lleva toda esa carga! Esa carga no debe pensar nunca que pueda hacer algo sola, o que los vagones puedan convertirse en locomotoras: No serán nunca nada, porque aquí nadie tiene luz propia.


    Es por eso que nosotros nos inclinamos humildemente ante la responsabilidad extraordinaria del líder de la nacionalidad, que es el General Perón.


    En la próxima clase volveré a ocuparme de este mismo tema en forma más extensa, para hablarles de la historia del peronismo en la historia nacional.


    Entonces trataré de probarles una vez más que no se puede hablar de la historia Argentina sin hablar de Perón, porque eso equivaldría a decir una verdad solo a medias.



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