Iglesia y
Pontificado:
una breve quaestio teológica
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Por Carlos A. Disandro
Advertencia
La
necesidad de resumir una doctrina segura y esclarecedora, para responder a
veladas o explícitas acusaciones contra mis trabajos de carácter
religioso-especulativo, me ha obligado a puntualizar, en breve reseña, un
asunto espinoso y difícil. Para el lector asombrado -o azorado- recomiendo la
lectura del magno libro del Cardenal Ch. Journer L' Eglise du Verbe
Incarné, no sólo por esta quaestio, sino por muchos otros
problemas, relacionados con ella.
Hace ya
años oigo rondar en los ambientes eclesiásticos, o civiles que dependen de
ellos, adjetivos como pagano-helenizante, pelagiano, hereje, cismático, etc.
Nadie se toma el trabajo de estudiar y analizar a fondo mis obras para formular
explícitamente tales ubicaciones -o censuras- doctrinales. Muy pocos son los
que entienden además el significado exacto de los términos que echan a rodar a
veces con malignidad manifiesta. Pero cuando se trata de enfrentar a los verdaderos
enemigos de la Iglesia, callan, conceden .y se ocultan en el claroscuro de los
claustros, o en el caparazón de la chocarronería. Entonces recobran los bríos
de una autoridad doctrinal -que nunca tuvieron por su descomunal ignorancia- y
lanzan los despropósitos más desvergonzados.
Lo que el
lector sincero -ilustrado o no- debe procurar en estas modestas páginas es un
grado de nítida objetividad en el tema doctrinal. Si por acaso ella faltare en
mis puntualizaciones o en mi estilo, debe suplirla y completarla. Le recomiendo
entonces que recurra a todos los doctores, censores, directores espirituales,
catedráticos y rectores para cerciorarse acerca de la quaestio
disputata. En fin, en posesión de tal objetividad, debe responder con otra
semejante, a fin de esclarecer el problema. Las personas, por eminentes que
sean las dignidades, o por degradadas que sean las circunstancias, no interesan
aquí.
Sé que
esta diáfana advertencia no saciará a los fariseos y saduceo, que toleran todo,
menos una defensa lúcida de la Fe. Basta recordar las entrañables palabras de
Platón, cuando anticipa el destino de quienes pretendan ilustrar a los otros
con un saber seguro, para comprender que todo esto es inevitable. Pero también
conviene advertir con Fichte que la idea divina exige una consagración absoluta
en el tiempo concreto en que a cada uno se le hace patente. Y cito estos dos
nombres con fervoroso recuerdo, para que fariseos y saduceos rechinen
poderosamente sus dientes. El signo más ostensible de su poder inútil.
La Plata
(Argentina), 2 de mayo de 1969 Fiesta de San Atanasio.
I
Conviene resumir en principios orientadores la cuestión del
vínculo entre Iglesia, Pontificado y Pontífice, para pasar luego a considerar
la quaestio disputata sobre la posibilidad de un papa herético o cismático.
1. La entera Iglesia (que como Sacramentum
Trinitatis abarca visibilia e invisibilia Patris) incluye al Pontificado,
lo connota y es independiente del Pontificado histórico. Por eso en la
transfiguración escatológica, donde se manifestará el vínculo entrañable entre
Cristo-Pontífice y su Iglesia en su perfecta manifestación teándrica, el
vínculo de Cabeza y Cuerpo no necesita de vicario. El pontificado es pues in
Ecclesia.
2. La Iglesia visible, histórica, en el mundo aunque no del
mundo, encarnada en una historicidad aunque no dependa del decurso de tal
historicidad, la Iglesia visible (o militante) necesita del
Pontificado, como función vicarial de la Cabeza: el Pontífice es vicario de
Cristo y como tal es vicario de sus poderes sacerdotal, real y profético. A
este nivel podría afirmarse: In Ecclesia pontifex, in Pontifice
Ecclesia; o bien, cum Ecclesia Pontifex, cum Pontifice Ecclesia;
o bien, per Ecclesiam Pontifex, per Pontificam Ecclesia. Se trata
pues de un caso particular de la unión teándrica (divino-humana) que recorre,
connota y determina toda la estructura incambiable de Iglesia. Pero en este
caso, el lado de la natura divina está representada por la Ecclesia
(transhistórica, perfecta, una, santa, etc.); el lado de la natura humana por
la historicidad del pontífice.
3. En la realidad histórica puede distinguirse sin embargo
entre Pontificado, como instancia esencial a la natura de la Iglesia, y el
Pontífice, como persona que ejerce, por acto vicarial, la totalidad de aquellos
poderes. Y esta no es una mera distinción jurídica, como podría ocurrir en la
contextura de un Estado, si diferenciamos la monarquía del monarca, o la
presidencia del presidente (es decir, la magistratura del magistrado que la
asume).
Pues en el caso de los Estados podría perimir la instancia
misma de la magistratura -monarquía o presidencia- sin que periman los Estados;
simplemente buscan una nueva manifestación entitativa. Tal es el caso que se
presenta en la magna historia de Roma. En cambio en la Iglesia el Pontificado
integra su natura misma, y por tanto si lo elimináramos (por ejemplo con la
doctrina de la colegialidad) o suprimiéramos (con la doctrina carismática de
algunos ortodoxos orientales) o si supusiéramos su desaparición histórica (como
en algunas tendencias del aggiornamento), alteraríamos la natura de la Iglesia,
en su manifestación visible, histórico-concreta, y por tanto en el lado
humano-divino de su construcción transtemporal. La magistratura sacra del
Pontificado es pues esencial a la naturaleza de la Iglesia; esa magistratura
incluye además la clara continuidad en la sucesión de persona a Persona. De
otro modo, se destruiría la magistratura, lo que está contra el principio
general ya enunciado.
Pero puede no haber Pontífice por un largo -o minúsculo-
interregno; no por eso cambia ni se altera la natura de la Iglesia; puede haber
conflictos dolorosos -como los ha habido, los hay ahora y los habrá siempre-
que pongan en duda la residencia del poder vicarial, tampoco se altera esa
natura; puede un pontífice pervertido perder las prerrogativas de su carácter
vicarial, y quedar como escindido del Pontificado, sigue sin embargo incólume
la naturaleza teándrica de la Iglesia, en la que Pontificado quiere decir
vínculo perfecto con Cristo en el nivel de la historicidad más abrumadora.
Tales posibilidades dependen de una persona humana, y no anulan el vínculo
preexistente entre Iglesia y Pontificado: cuando el Pontífice asume la
jurisdicción que le compete, en un acto legítimo de exaltación a la magistratura
sacra, se hace ostensible en esa persona el vínculo perfecto entre Iglesia y
Pontificado. Ese vínculo perfecto se oculta o se repliega en la natura celeste
de la Iglesia, si el Pontífice sufriera un enajenamiento, por ejemplo: ello lo
escindiría automáticamente de la función vicarial. Pero quedaría incólume el
vínculo perfecto, inviolable, entre Iglesia y Pontificado.
Insisto en estos aspectos de la quaestio teológica,
porque rodeados de ignorantes y de pusilánimes (alimentados por una vasta
trenza de fariseos propendemos a creer que la vida de la Fe resulta de un
estatuto metodizado por el miedo. En cambio, la Fe consiste -entre otras
profundidades- en afirmar los principios fontales, en afrontar las
contradicciones temporales, y en creer y obrar pese a ellas, según un margen de
coherente inteligibilidad.
En una palabra, en la naturaleza de la Iglesia, manifestada
ad extra, debe afirmarse la unión esencial entre Iglesia y Pontificado, y la
unión operante funcional-temporal (e íntima, desde luego) entre Pontificado y
Pontífice, en una perfecta coherencia, es cierto, en una íntima solidaridad,
que si distinguimos por el análisis, es para unirla correctamente in re.
Así se explica que un pontífice pueda renunciar a su función
vicarial sacerdotal, real, profética; así se explica que algunos teólogos hayan
sostenido una doctrina explícita sobre la deposición de un papa. Y se comprende
según los enunciados anteriores.
4. No nos referimos en esta sistematización al hecho
hipotético de un pontífice que asuma la jurisdicción sacra por un acto
ilegítimo de exaltación al Pontificado, sea por vicio común de la elección o
designación, sea por vicio del vínculo entre el acto que elige y la persona
elegida, sea por ilícita sustitución de lo que debió ser el vínculo originario,
etc. Pues el caso hipotético de tal coyuntura nos retornaría simplemente a la
instancia anterior de interregno o vacancia en que subsiste la unión esencial
entre Iglesia y Pontificado, sin que éste se encuentre asumido en la persona de
un pontífice por lo que la hipótesis supone. La exclusión de tal
pseudo-pontífice del Pontificado no sería en realidad una deposición, sino una
mera declaración de su falsedad.
5. En cambio es importante el problema de la posible
deposición de un Pontífice, la forma de su ejecución, etc., porque en esta
instancia se advierte también con mayor certidumbre el nexo discernido
anteriormente entre Iglesia, Pontificado y Pontífice. Pues deponer
un Pontífice (si esto es posible, como piensan algunos teólogos), significa afirmar:
1°) la legitimidad inviolable de la asunción; 2°) la abolición de un vínculo
(entre Pontífice y Pontificado); 3°) la permanencia inviolable y perfecta del
Pontificado en la Iglesia.
Sin embargo este problema de la deposición -también
considerado por eminentes teólogos del pasado cristiano, un Juan de Santo Tomás
por ejemplo- debe incluirse al final de la quaestio, porque en el acto de la
deposición (de ser posible, como piensan algunos) se manifestarían todas las
circunstancias ya puntualizadas; y de no ser posible tal deposición (como
piensan otros) se establecería un interregno o una forma de vacancia vicarial,
que atañe a los privilegios de la función, y en primer término al privilegio de
la infalibilidad.
De cualquier modo en este capítulo de la quaestio
disputata aparece con claridad la distinción fundamental puntualizada
en el parágrafo 3. Y es esto lo que importa para ceñirnos a lo más importante
del problema.
6. La Iglesia como instancia perfecta que incluye al
Pontificado manifiesta o posee las cuatro notas clásicas enumeradas por el
Credo de Nicea. La Iglesia, la entera Iglesia de invisibilia y
visibibilia Patris, le comunica tales notas al Pontificado histórico: en
cambio al nivel celeste, originario, es la Iglesia como Sacramentum
Trinitatis la que recibe -por así decir- esas notas de las Tres
Personas Inefables. Así se entiende que el Pontífice que se inserta o asume el
Pontificado, queda en perfecta coherencia con ellas; pero también se entiende
que la persona de algún Pontífice pueda escindirse de ellas, perdiendo en
consecuencia las prerrogativas de su función, sin que se altere en lo más
mínimo el vínculo de Iglesia y Pontificado, ni tampoco las cuatro notas
sustanciales de su natura celeste.
Esta es la doctrina clásica, elaborada en siglos de reflexión:
por eso, nadie, si vive la vida de la Fe, debe asombrarse si las circunstancias
históricas mueven una u otra alternativa del organismo viviente de la Iglesia.
Y el hecho de meditar, reflexionar o puntualizar el sentido de tales
circunstancias, a la luz de la Fe, no implica en absoluto un juicio o acusación
sino simplemente el acto de ver en la coherencia de la Fe, en tiempos oscuros y
contradictorios.
7. Por ello, de acuerdo con las puntualizaciones anteriores,
es discutible si un pontífice simoníaco cesa de ser pontífice; lo mismo puede
afirmarse de un pontífice amancebado, etc., porque en definitiva tales
situaciones contradictorias, tales tachas o faltas, no erosionan el vínculo
entre Pontífice, Pontificado, Iglesia. Así parece al menos, y no veo
inconvenientes en aceptar un cierto consenso teológico, de que tal hipotético
papa sigue siendo papa con todas las prerrogativas de su función. Y en todo
caso, si fuera discutible el asunto, ello estaría en favor de la tesis que
distingue entre Pontífice, Pontificado e Iglesia.
Pero no es lo mismo, cuando pudiere tratarse de un pontífice
que erosiona la Fe (es decir un pontífice herético), o de un pontífice que
destruye o no guarda el vínculo de la Caridad (es decir un pontífice
cismático). La posibilidad de que se den esos dos casos (pontífice herético y
pontífice cismático), y la exigencia de explicarlos dentro del orden
inconmovible, inviolable y perfecto de la Iglesia, esa posibilidad y esa
exigencia se ilustran precisamente a partir de los principios orientadores, que
hemos enumerado hasta aquí. No pretendo haber sido exhaustivo ni mucho menos,
pues quedan zonas importantes del problema, en lo que atañe a la contextura
misma de la Iglesia. Pero todo otro principio deberá forzosamente referirse a éstos
(por ejemplo los que atañen a la asistencia del Espíritu Santo).
II
1. La posibilidad de un papa herético es una cuestión
discutida. En efecto, no hay absoluto consenso en negarla ni absoluto consenso
en afirmarla. Es una típica "cuestión disputada" que se agudizó desde
siglo XVI, y que declinó desde el concilio Vaticano I y la declaración del
dogma de la infalibilidad. Pero sigue siendo quaestio disputata. Numerosos y
buenos teólogos de los siglos XVI y XVII han admitido como algo posible que el
papa cayese, en su fuero privado, en el pecado de herejía, no sólo oculta, sino
también manifiesta (Cardenal Ch. Journet, L'Eglise du Verbe Encarné,
vol. I, pág. 626).
Inmediatamente surge un segundo interrogante: ¿Queda
incólume el vínculo entre "ese" pontífice, el Pontificado y la
Iglesia, o se ha modificado, anulado, abolido? Para algunos, si el papa se
escinde de la unión por la Fe, a causa de herejía, ipso facto deja
de ser papa: papa haereticus est depositus Al parecer -dice el
P.G. de Nantes- la herejía o el cisma son considerados en esa concepción como
una especie de suicidio moral, que suprime el sujeto mismo en función de
pontífice.
En otras palabras, el Pontificado, siempre subsistente y
Perfecto en su vínculo con la Iglesia, estaría VACANTE. Como cuando ocurre la
muerte física, esta "muerte moral" tendría el mismo efecto: Iglesia y
Pontificado siguen incólumes; pero NO HAY PAPA. Por tanto hablar de VACANCIA
del Pontificado, aunque subsista la persona histórica de un papa herético no es
un contrasentido, según una línea doctrinal importante.
En fin, un tercer interrogante completa tales reflexiones:
los fieles (cardenales, obispos, legos) están obligados a ponerse una venda
(PARA HACER CREER QUE LA VENDA ES LA FE), o están obligados a VER, INTELIGIR, SUFRIR,
Y SIN EMBARGO CREER? Ya conozco la respuesta jesuítica, edulcorada, pero
siniestra: los fieles deben creer, rezar y obedecer. Estoy de acuerdo con ello.
PERO ADEMÁS DEBEN VER, para DEFENDER LA SUSTANCIA DE LA FE Y DE LA AUTORIDAD,
sobre todo en tiempos como los nuestros, en que los lobos suplantaron a los
pastores para comerse mejor a los corderos.
De cualquier modo, la cuestión teológica estricta de la
posibilidad de un papa herético, se ilustra perfectamente desde el tenor de los
principios expuestos con anterioridad. Ellos forman en sustancia doctrina
común, no invalidada por el dogma de la infalibilidad. Si teológicamente es
posible se dé un papa herético teológicamente es CERTISIMO y DE FE que no sufre
ni la santidad, ni la unidad, ni la catolicidad de la Iglesia, ni su vínculo
perfecto con el Pontificado; y que por el contrario alguna cesación del vínculo
entre pontífice y Pontificado ha acaecido en tal emergencia. Una abolición ha
ocurrido a nivel histórico, porque una incólume perfección la promueve.
2. Un papa puede pecar contra la Fe, y ser herético; y puede
pecar contra la Caridad, y ser cismático. Pero la Fe de la Iglesia y su unidad
siguen incólumes, pues es la persona de "ese" papa la que se escinde
del orden viviente (Iglesia-Pontificado, dotada siempre de las cuatro notas
clásicas). El papa, según Cayetano, podría confundir su función sacra con la de
un príncipe temporal, y renunciar a ser el jefe espiritual de la Iglesia:
rompería entonces la unidad orgánica entre Vicariato, Pontificado e Iglesia; se
escindiría. La confusión a que alude Cayetano no es la que los orientales
llaman "cesaropapismo" (denominación que proviene de una polémica
infortunada). Esta confusión presume un modo de sustitución, y no el carácter o
estilo de una autoridad sacra.
A todo esto suelen contestar los timoratos, o los
ignorantes, o los falsos doctores: Papa e Iglesia son indisolubles; donde está
la Iglesia, está el Papa; donde está el Papa, está la Iglesia. Es verdad. Ya
hemos propuesto la fórmula clásica: In Ecclesia pontifex; in pontifice
Ecclesia. Ubi Ecclesia, ibi pontifex (y viceversa). Pero no es ésta
una relación mecánica y externa, sino interna, espiritual y coherente. Pues si
el papa no se comportase como papa y jefe de la Iglesia, ni la Iglesia estaría
en él, ni él en la Iglesia. Es decir, habría cesado de ser papa, y en
consecuencia se daría una vacancia jurisdiccional y sacra.
"La suposición de un papa cismático -dice
Journet, L'Eglise du Verbe Incarné, vol. II, pág. 839/sgs.- nos
revela con mayor intensidad, a la luz de un discernimiento dramático, el
misterio de santidad en esta unidad de orientación que es necesaria a la
Iglesia; y quizá (tal suposición) podría ayudar al historiador de la Iglesia a
iluminar con un rayo divino las más sombrías épocas de los anales del papado,
permitiéndole señalar cómo la iglesia ha sido traicionada por algunos
de sus depositarios" (El subrayado es mío).
Aquí viene el segundo interrogante (ya resuelto en
realidad): ¿queda incólume el vínculo entre "ese" papa (cismático),
el Pontificado y la Iglesia? Parece que no. Por el contrario, se ha modificado,
anulado, o abolido. Ha muerto el papa (por suicidio moral).
Y en fin el tercer interrogante, que proponemos aquí con una
modulación respecto del parágrafo 1: ¿deben los fieles obedecer a tal
pontífice? ¿O en qué deben obedecer y en qué no deben obedecer? La respuesta la
dejo a la meditación del lector inteligente.
3. Teológicamente es clara la posibilidad de un papa
herético o cismático. Quien quiera estudiar a fondo la cuestión debe recurrir
al mono tratado del Cardenal Journet, y luego retroceder a las fuentes. Dejo
este cometido a los obsoletos doctores en teología, que son rápidos en
insultar, lerdos en enseñar. Por eso cayeron en obsolencia.
Teológicamente es clara la disyunción entre "papa"
y "pontificado", e incluso la perención de un vínculo sacro y sus
connaturales prerrogativas. Por ejemplo, la infalibilidad.
Teológicamente es aceptable que la degradación histórica (o
lo que fuere) puede afectar de este modo a la persona de un pontífice, y sin
recurrir a interpretaciones proféticas, quizá la degradación histórica se
acelere desde la corrupción de uno o varios pontífices, y afecte, luego en una
recurrencia misteriosa la persona o los actos de otro u otros. Pero teológicamente
es certísimo que no sufre la Santidad de la Iglesia, ni su vínculo esencial con
el Pontificado, o de éste con Ella.
4. Resta ahora discernir como se hace PATENTE, EXPLICITA LA
EXCLUSIÓN de un pontífice herético o cismático, a fin de cerrar el esquema de
esta sucinta quaestio. Dos orientaciones distingue Journet: la de Bellarmino y
Suárez, según la cual ipso facto papa haereticus est depositus,
según ya anotamos.
La de Cayetano y Juan de Santo Tomás, quienes han afirmado
que incluso si hay herejía manifiesta en un pontífice, éste no se encuentra
depuesto, sino que debe ser depuesto por la Iglesia, papa haereticus
non est depositus, sed deponendus. Y he aquí sobre este mismo tema, la
conclusión del padre G. de Nantes, que tiene una autoridad teológica que yo,
desde luego, no tengo:
"En consecuencia, según la opinión más segura, un papa
herético o cismático, o prisionero de un poder oculto, no pierde sin
"embargo su poder supremo, sino como consecuencia de una acción
declarativa de la Iglesia, que termina por afirmar así la incapacidad
manifiesta de tal pontífice, o más bien su muerte espiritual. Semejante acción,
supuesto que se presente como algo "justo y necesario, tiene preeminencia
sobre cualquier otra preocupación y constituye la caridad más profunda, pues el
PEZ "-ikhthys- se pudriría por la CABEZA, SI LA FUNCIÓN SUPREMA NO SE LE
QUITASE A UN HOMBRE YA MUERTO".
III
1. Tal es la coherencia de la doctrina más segura. Más
difícil es su correcta aplicación a las obras, los hechos, las palabras. Ahora bien,
el punto en discusión en la presente coyuntura de la Iglesia, es la cuestión de
la validez del Concilio Vaticano II, y desde luego el vínculo que establezcamos
entre dicha validez - el pontífice que la respalda. No se discute entonces NI
LA LEGITIMIDAD DE LA ASUNCIÓN DEL PONTIFICADO POR PAULO VI, NI EL CARÁCTER DE
SU AUTORIDAD, NI SU INSERCIÓN EN EL PONTIFICADO COMO MAGISTRATURA INCAMBIABLE
DE LA IGLESIA. TAMPOCO SE DISCUTE SI SU AUTORIDAD PODRÍA SER SUSTITUIDA POR LA
COLEGIALIDAD, U OTRA FORMA DE EJERCICIO. Hay que aclarar bien esta cuestión
para evitar equívocos.
En mi conferencia Theomorfismo y Sociomorfismo en la Iglesia he intentado
examinar varios problemas inherentes al Vaticano II, su supuesta pastoral (que
distorsiona la doctrina), su sospechosa doctrina (que lo excluye de la
tradición). Conviene entonces que quien discuta o impugne dicha conferencia, se
coloque en ese terreno, y examine su argumentación. Yo mismo resumí en el
prólogo, la tesis fundamental del opúsculo, de la siguiente manera: "El
ecumenismo del Vaticano II es el antiguo monofisismo, trocado en su reflujo
contemporáneo en una vasta empresa sociomórfica, que cuestiona el ser teándrico
de la Iglesia y que es incompatible con la Tradición".
2. Los verdaderos doctores contraponen a una tesis otra
tesis, y la defienden con argumentos que son la réplica a los argumentos que
defienden la primera. Quede claro pues esto. Mi propósito fundamental al
estudiar el problema, redactar la conferencia, pronunciarla y publicarla fue -y
sigue siendo- COMBATIR LA ECLESIOLOGIA HERÉTICA CONCILIARISTA, indagar sus
fuentes, advertir sobre sus consecuencias. No me ocupo allí del pontificado de
Paulo VI.
Acerca de la Iglesia -dentro de la concepción que se
transparenta en muchos otros trabajos míos- sólo explico la doctrina
tradicional de sus notas, y ahondo el sentido de su Catolicidad, como creo que
no ocurre en ningún tratado de habla castellana, y mucho menos de
Hispanoamérica. Y lo hago, precisamente para probar mi tesis sobre el Vaticano
II, excluido para mí de la tradición de los Concilios universales, y que ha
recibido, sin embargo, fuerza de ley imperativa, tornándose así en una vasta
coerción herética. He aquí el problema. Quede pues firme -y así está en mi
modesto trabajo- que proclamo con toda fuerza y claridad la más pura doctrina
sobre la naturaleza de la Iglesia (de la que hay que partir para toda
esta quaestio).
Del pontificado -y consecuentemente del pontífice Paulo VI- no
me ocupo en el trabajo, y sólo hablo de él marginalmente, como de quien ha
refrendado un concilio, como el que trato de discernir y explicar en mis
disquisiciones y argumentaciones. Pero naturalmente mi concepción sobre los
problemas del Vaticano II refluyen a una concepción del pontificado de Paulo
VI: pero no está eso desarrollado en la conferencia, cuyo tenor mantengo con
toda la seriedad y certeza de que es capaz mi mente.
3. Decir por tanto como afirma algún trajinado doctor en
chocarronería que proclamo "el rechazo del Papa actual, el Vaticano II y
la Iglesia Docente", haciendo una indecorosa mezcla de temas y argumentos
sólo sirve a la propaganda jesuítica, a saber, mantener y fomentar la
ignorancia para gobernar mejor a los "indios". Reitero: mi tesis se
refiere al Vaticano II, y más concretamente a su Eclesiología Hay que examinar
y discutir eso.
Pero desde luego la doctrina que he tratado de resumir en
párrafos anteriores, abre el interrogante sobre el Papa y la Iglesia Docente.
Pero este es otro problema (no indagado en mi trabajo), que sólo puede
analizarse a la luz de los principios expuestos anteriormente. Ahora bien, en
el vasto mundo que hoy se enfervoriza por tantas y tan graves inquietudes, hay
muchos criterios en esta nueva quaestio. El padre de Nantes, por
ejemplo, después de haber hecho un análisis esclarecedor del nuevo catecismo
francés, considera que los cardenales y obispos de Francia son verdaderos
IMPOSTORES. El grupo "Trompetas de Jericó" sostiene que Juan XXIII
fue un Papa haereticus (ergo depositus seu deponendus),
pero que la muerte le impidió decidir en última instancia sobre la validez del
Concilio: pudo en último momento anularlo v salvar la tradición. En cambio,
Paulo VI al reabrirlo, llevarlo a término y suscribirlo, ha confirmado la vasta
herejía que sale del concilio, LA HEREJIA CONCILIARISTA (Justamente la que en
mi conferencia comparo con el monofisismo). La situación es pues distinta, pues
Paulo VI seria ciertamente un Papa herético (ergo depositus seu
deponendus): la abominación de la desolación se ha hecho dueña herética de
la Iglesia Docente. Todo esto y mucho más dicen estos franceses magníficos y
diáfanos. Podríamos seguir con el catálogo, que no suprimiría desde luego la
estulticia de algunos ni el miedo de otros, ni la falsa doctrina de otros más.
De cualquier modo, en el contexto de la Iglesia están ocurriendo cosas
fundamentales, que no son precisamente las sandeces de los clérigos
progresistas, ni la pobreza espiritual de sus contradictores.
4. Y bien, a la luz de todo lo que antecede se comprende
entonces que afirmar la posibilidad de un "papa herético" no es
contrario a la Fe. Ergo, quien examina esa posibilidad doctrinal-histórica NO
ES HEREJE, sino que vive quizá más hondamente el misterio de la Fe en comunión
verdadera con la Iglesia.
Afirmar la posibilidad de un papa cismático por traición a
su función suprema, no es ser cismático, sino entrever en dramático claroscuro
la urgencia más honda de una coyuntura misteriosa, según ilustración de la Fe
en nuestras débiles fuerzas.
Afirmar la sentencia: papa haereticus est depositus (un
papa herético ha cesado de ser papa), según la expresión de la fórmula clásica,
equivale a afirmar la VACANCIA DEL PONTIFICADO, en la disyunción ya explicada,
precisamente para defender la validez entitativa de su vínculo con la Iglesia.
Afirmar la sentencia: papa haereticus non est
depositus, sed deponendus (un papa herético no está depuesto, sino que
debe ser depuesto) es desentrañar graves circunstancias posibles en la vida de
la Iglesia Santa, sin caer en los dramatismos lacrimógenos del P. Bouyer con su
último libro sobre el catolicismo. No se trata de llorar o temblar, sino de
INTELIGIR. Es esperar con la FIDELIDAD más honda, es ACTUAR con la caridad más
imperiosa, y es ESPERAR con la esperanza celeste: contra toda esperanza. Es en
fin INTELIGIR Y CREER, no juzgar ni acusar. En la doctrina, debe llevarse hasta
sus últimas inferencias la sustancia de los principios. Otra alternativa sería
pusilanimidad o estulticia.
IV
1. Siempre aunque con precariedad manifiesta, enseño
DOCTRINA SUSTANCIOSA. E incluso si cometo errores -fútiles o graves- ellos
están inviscerados en esa actitud. En mis páginas polémicas, variadas y
violentas, pongo un temperamento suscitante y un estilo directo, pero siempre
al servicio de una claridad doctrinal. A los doctores corresponde enseñarme
doctrina y corregirme, pero no insultarme. Pero es táctica vieja de los
jesuitas, el insulto, el barullo, y la cortina de humo, con pomposos oropeles.
Así en Córdoba Grenón; así en Chile Jiménez; así en Buenos Aires Castellani.
Todos jesuitas y de profunda raigambre jesuítica, profundamente incompatible
con mis ideales religiosos, estéticos, humanísticos. No los quiero mal sin
embargo. Les contesto (como ahora) con sólida doctrina, que debe ser desde
luego puntualizada y completada. Por eso, aunque estas circunstancias sean
minúsculas e insignificantes, cuadra aquí muy bien recordar la conmovedora
palabra del Evangelio de San Juan (18.23): Si male locutus sum,
testimonium perhibe de malo; si autem bene, quid me caedis? Si he hablado mal,
exhibe pruebas de que está mal; pero si he hablado bien, por qué me pegas?
2. Empero en la oscuridad del mundo corrompido y de la
Iglesia corrompida (docente y discente) debemos agradecer estos momentos que
nos obligan a recapitular los Misterios de nuestra Fe (al margen de la
charlatanería "sacra" que nos ahoga), y a responder con la diáfana
lumbre de una magnífica e inagotable sustancia doctrinal. Pues que la doctrina
sea vida, y la vida doctrina es el ideal que nos configura desde niños, y que
mantendremos con entera llaneza y ostensible precariedad así sean ángeles los
que vengan a proponernos ahora otra cosa. A nadie Juzgamos ni acusamos, pues no
tenemos ni jurisdicción, ni capacidad, ni virtud, ni sabiduría. PERO LA
INTELIGENCIA SE MIDE, DEBE MEDIRSE CON LA VERDAD, CON TODA LA VERDAD.
Veamos pues quiénes son los doctores que enseñan, y qué cosa
enseñan. Lo espero con renovado fervor de catecúmeno.
Publicado por Editorial Montonera, Mar del Plata, 1969