Por Carlos A. Disandro
Nación,
Estado, Pueblo
La Nación es la unidad histórica
perdurable. Ella constituye, por lo tanto, el substractum de todos los
procesos, el objetivo de la vida histórica de un pueblo, la meta de un Estado
que la sirve y engrandece. El Estado y el Pueblo hallan su realización plena en
el marco pleno de la Nación. La Nación es superior a las formas de gobierno, a
las constituciones políticas, a las estructuras técnico-administrativas, al
desarrollo moderno de los llamados partidos políticos, etc.
La Nación es independiente respecto de las
tendencias centralizadoras mundiales, y su destino no debe someterse, por
ningún concepto a lo: dictados de potencias internacionales y destructivas: el
dinero, la banca, la propaganda, la tecnología bélico-política, las sectas
esotéricas, etc. Cada uno de estos factores debe ser estudiado, a fin de poder
sobrellevar sus ataques y asechanzas, ya que ellos buscan EL APLASTAMIENTO DE
LA NACIÓN.
La realidad histórica que llamamos Nación
no es pues excluyente, sino creativa; no es tampoco de una apertura
indiferente, sino que cumple una misión precisa e inconfundible; no constituye
una mezcla de conceptos tomados al azar, sino que se apoya en el mundo como
unidad y como una constante incambiable, a la cual deben someterse los diversos
aportes de los tiempos y de los hombres.
El Estado es la estructura consciente de la
Nación. Sirve a la Nación, de la cual es como la manifestación superior y
nítida.
Porque el Estado sirve a la Nación, y no a
la inversa todas sus estructuras políticas, administrativas, pedagógicas y
financieras deben ordenarse a:
1) Mantener la UNIDAD HISTÓRICA de la
Nación;
2) Acrecentar su EMPUJE CREATIVO o su
EXPANSIÓN HISTÓRICA;
3) Incorporar al desarrollo vertebral de la
Nación todos los elementos más o menos periféricos.
En consecuencia, el Estado está obligado a:
1) Rechazar los elementos y procesos
disolventes respecto de aquella UNIDAD HISTÓRICA
2) Impedir el asalto interno y externo al
EMPUJE CREATIVO, advirtiendo lo que constituye un desvío de esa orientación, y
reprimiéndolo;
3) Desalojar aquellos factores periféricos
que, como consecuencia de su desarrollo o de su violencia pueden transformarse
en factores revolucionarios, contrafuertes al contenido mismo de la Nación.
El Pueblo es el sujeto concreto donde se
realiza la Historia Viva de la Nación. La Nación está expresada en el Pueblo, aunque
no se confunde con él.
El nexo entre la Nación y el Pueblo, es
precisamente el Estado, por ello cuando el Estado declina, o se corrompe, o cae
en manos de facciosos, tiende a destruir la Nación y a esclavizar al Pueblo. Se
impone, entonces, o la transformación del Estado o la creación de un Estado
nuevo, que sirva a la Nación, ordene las estructuras político-administrativas,
pacifique al Pueblo y lo cohesione sobre la base de la justicia y el bien.
Nación, Estado y Pueblo representan el
punto de partida para una concepción de la Historia, en donde intervienen las
Razas, las Estirpes el Hombre, sus Instituciones y sus Obras.
Las
raíces religiosas, temporales, culturales
Ninguna Nación, Estado o Pueblo es un mero
fenómeno histórico. Ellos poseen, o deben poseer, un trasfondo, donde se
manifiesta la Presencia y la Actividad de Dios en la Historia. A esta
concepción puede denominársela Concepción Sacra de la Historia. A ella se opone
una concepción Racionalista, Evolucionista, Materialista de la Historia.
Mientras para la concepción Sacra, la
Nación es, en definitiva, un órgano de Dios en la Historia, para la concepción
materialista, la Nación o el Estado constituyen el resultado de una evolución
física, que debe proseguir su curso.
La concepción Sacra tiene su máxima
expresión en la concepción Católica de la Historia y del papel de las naciones.
La concepción Materialista tiene su máxima
expresión en la doctrina Marxista-Leninista de la Nación y del Estado.
Estas dos concepciones son opuestas, excluyentes
y contrarias. No pueden entrar en alianzas; y en cuanto a las llamadas
coexistencias, sólo son tácticas de la Posición Leninista-Comunista.
La Nación, pues, tiene una raíz
transhistórica, o sea que está más allá de los sucesos, propósitos y finalidades
meramente temporales; en esto la Nación se asemeja a las personas. La Nación en
tanto que Unidad Histórica, como los Hombres, en tanto que Unidades personales,
reconoce un solo Autor y Señor: Dios. Es ésta la primera afirmación del
auténtico tradicionalismo, que no parte de una mera cuestión localista, casi
folklórica, sino que subraya una fuente absoluta de toda tradición.
Esa tradición tiene, además, expresiones
temporales y culturales concretas: fueron hombres determinados, guiados por
ideales determinados y asistidos por una Providencia Divina, los que pusieron
en marcha la Unidad histórica de nuestra Nación.
Este será el segundo significado del
tradicionalismo, el más concreto y visiblemente activo, el que se presta, por
lo mismo a equívocos más frecuentes.
En suma pues: el tradicionalismo ofrece dos
vertientes: una absoluta, que se refiere al vinculo de Dios con la Nación. En
nuestro caso, ese vínculo se expresa en el papel de España Católica y en el
papel de la Iglesia Católica, como confundadora de la Nación.
La segunda vertiente se refiere a los
hombres, instituciones, acontecimientos, etc., que constituyen la superficie
fenómeno lógica pero cuya validez depende de la correcta relación con las
fuentes. Por ello se ha dicho, líneas arriba, que este aspecto se presta a
equívocos frecuentes. Pues esta correcta relación podría no darse y la Nación
no está obligada a custodiar algo que significaría su suicidio.
En esta segunda vertiente todos convenimos
en que participan con una relación correcta respecto de esa tradición un
Gerónimo Luis de Cabrera, un Belgrano o un San Martín En cambio, es discutible,
si lo es, un Rivadavia o un Mitre. Es esto lo que se debe examinar con criterio
analítico, y a la luz de los principios enunciados anteriormente.
La interrupción de la Tradición o del
vínculo correcto con sus fuentes, suele hacerse visible, no al nivel de la
Nación sino al nivel del Estado y del Pueblo. Esa ruptura entre la tradición
fundamental y viviente, y el Estado, como conciencia de la Nación y como nexo
entre la Nación y el Pueblo, esa ruptura, pues, se transforma en la vía por
donde se consolida el proceso revolucionario Anti-Tradicional, que en la
historia de occidente ha tomado la forma concreta del Marxismo-Leninismo.
La
esfera de poder
Ni la Nación, ni el Estado, ni el Pueblo se
configuran en un proceso amorfo e indiferente. Por el contrario advienen como
ejercicio de un Poder concreto.
La Historia está configurada por las Ideas,
que se expresan en los procesos, y por el Poder, que las encarna y les da
consistencia temporal. El Poder es el elemento activo de la Nación y representa
lo que en la individualidad personal el vínculo entre la inteligencia y la
voluntad. En el Poder se manifiesta el curso histórico de la Nación del Estado
y del Pueblo. En cuanto a la Nación, el Poder procede de sus raíces
tradicionales auténticas, o debe proceder de allí procurando evitar en las
coyunturas históricas sus desvinculaciones con la Unidad Metafísica de la
Nación.
En cuanto al Estado, el Poder le otorga su
carácter Fundacional, que permite mantener una expansión benéfica y justa,
incorporar múltiples aspectos sociales, pedagógicos y técnicos, y vigilar la
ruta Política de la Nación.
En cuanto al Pueblo, el Poder es promotor y
decisorio, en el sentido de que procura la manifestación de todas las
tendencias positivas, en el marco de la Tradición Nacional.
En una palabra, la esfera del Poder se
resume en los siguientes caracteres: Fundacional, vale decir, el Poder es el
principio Creativo y Operativo de la Nación, expresado en un Estado Soberano y
Justo y dirigido a consolidar los aspectos creativos del Pueblo como Comunidad Nacional;
Organizador y Promotor, es decir, que establece su Régimen Político, que
coincide con la Historia de la Nación; Ofensivo y Defensivo, vale decir, que
elimina por decisiones efectivas el curso de la Revolución Leninista
Comunista.
En la dialéctica entre Tradición (con los
caracteres arriba enunciados) y la Revolución Leninista, ésta se orienta a
facilitar: 1) El caos de las Bases Sociales; 2) La vacancia del Poder.
Producidas simultáneamente ambas
situaciones, su objetivo es claro: el asalto al Poder Político-Militar, que les
dará la conducción del Estado y les permitirá la última ruptura con el
itinerario de la Nación.
Este proceso es, para la doctrina
revolucionaria Leninista un proceso casi fatal, en lo que tiene de
biológico-determinista.
Frente a ese concepto y a tales
situaciones, el Poder, fundado en las raíces tradicionales, que hemos
denominado absolutas y en las otras, que hemos denominado temporales y
culturales, no tiene otra solución que expresar su carácter creativo, para
enfrentar la Revolución Leninista por un acto de creación histórica; donde
vuelve a manifestarse el vínculo entre Nación, Estado y Pueblo. El Poder así
concebido vence la Revolución Leninista (en nuestro caso acelerada por Arturo
Frondizi, el típico leninista) no por una actitud reaccionaria, sino por un
acto creador, que salva la Tradición y le incorpora el sentido histórico
moderno sin renunciar a las fuentes, ni al vinculo entre Dios y la Nación.
Debe decirse, como aplicación concreta de
este tema, que el racionalismo liberal argentino, posterior a Caseros, pero
cuyas raíces son más hondas, ha corrompido la noción de Poder, y ha preparado
la caducidad que hoy tenemos, con grave peligro para la Nación: no queda, en
consecuencia, otro camino que establecer el Poder con los caracteres
enunciados. Ello implica el derrumbe total del Régimen, pues en él está la
verdadera causa del acceso de la Revolución Leninista.
Uno de los problemas fundamentales de la
realización de ese Poder (que sea entrañable a la Nación, que exprese el
aspecto fundacional del Estado y que configure al Pueblo como Comunidad
Nacional) radica en la correcta relación entre el Poder Civil y el Poder
Eclesiástico, entre la Soberanía Temporal y Política del Estado Argentino, y la
Soberanía Eterna y Religiosa de la Iglesia Católica.
Esta cuestión ha sido confundida por el
llamado "liberalismo cristiano" hoy visible, por ejemplo, en las
corrientes sedicentes demócratas cristianas.
Se debe partir del siguiente principio
fundamental positivo, cuya realización se busca: el Poder Civil y el Poder
Religioso se unen sin confusión, y se distinguen sin separación.
Pero el "liberalismo cristiano"
del S. XIX y las corrientes del "humanismo integral" de J. Maritain y
de las presentes décadas ciertas tendencias marxistas disfrazadas de
cristianismo progresista han ocasionado grave desorientación o una nefasta
influencia doctrinal en laicos y clérigos. Todas esas corrientes para oponerse
a un "clericalismo" real o supuesto buscan la distinción mediante la
separación lo cual es un error.
A su vez la falta de conciencia política en
los diversos niveles eclesiásticos ha creado una malsana intervención del Poder
Eclesiástico, o un compromiso peligroso con aspectos contradictorios del Poder
Político. Es decir, se ha producido aquí el error contrario; en lugar de la
verdadera unión, una confusión corruptora.
La Doctrina que debe propugnarse contra
unos y otros errores, es: unión sin confusión, distinción sin separación. Esta
doctrina debe descender al orden histórico concreto por un nuevo acuerdo entre
la Iglesia y el Estado, lo cual no será posible si el Estado no tiene una
existencia visible, en el Poder, y un vínculo correcto con la Nación.
La
organización social
Si la Nación es un principio subsistente y
perdurable por debajo de los cambios y de los acontecimientos; si el Estado es
la estructura consciente de la Nación, de ello se sigue que Nación y Estado se
expresan en el contexto de la Comunidad. La existencia de una Comunidad Justa,
creadora, que sabe unir la Tradición y el empuje histórico, es el signo más
claro de la Grandeza Nacional.
El Pueblo se erige sobre dos instancias
preliminares y que existe como una realidad más compleja: 1) el carácter
elemental de sus constitutivos 2) la tendencia a expresarse como masa. El
Pueblo no es ni la yuxtaposición de entidades ni la fusión masificadora de
instintos o tendencias sub-humanas. El Pueblo es el resultado armónico y
equilibrado del vínculo entre el principio perdurable: la Nación y los
elementos cambiantes sustitutivos caducos. La existencia del Pueblo, con este
sentido, implica una dirección política y espiritual consciente.
Pero la organización social procede de la
afirmación de ciertos aspectos positivos y la eliminación de otros aspectos
negativos.
Los aspectos positivos son: a) Familia, b)
Organizaciones gremiales, c) Organizaciones profesionales, d) Organizaciones
culturales.
Los aspectos negativos que deben eliminarse
son: a) Lucha de clases, b) explotación de los más pobres por los más ricos, c)
La concentración de las riquezas, d) La usura.
Finalmente, no existe organización social
sin ejercicio de la Justicia, que es el principio activo que determina la
existencia de la Comunidad. La Nación y el Estado, se transfieren sus aspectos
permanentes y creativos por la seguridad y eficacia de la Justicia (es
precisamente lo más corrompido en el caso de Argentina, y lo que posibilita el
desarrollo de la Revolución Comunista).
La llamada Justicia Social, es la
coronación de una estructura donde se realiza la Justicia Conmutativa, la
Justicia Legal, y la Justicia Distributiva. En un país como Argentina, donde
prácticamente han caducado las tres expresiones fundamentales de la Justicia,
los intentos de Justicia Social o son temas de demagogos interesados en la
conquista del Poder, o son "slogans" revolucionarios, destinados a
promover la lucha social.
Es el Estado quien debe promover nuevamente
las bases de la Justicia para que haya, también, una verdadera distribución del
trabajo y de sus beneficios y para que la Riqueza Nacional sirva en primer
término a los miembros de la Comunidad Nacional, y no a los explotadores de
adentro y de afuera. La eficacia del Poder se demuestra, en primer lugar, por
la instauración de la Justicia. En cuanto a la Justicia Social, ella debe ser
la manifestación natural del equilibrio de una Sociedad Cristiana.
La
educación
Hay tres instancias educativas
fundamentales: la Familia; el Estado; la Iglesia Católica. Ellas no excluyen
las restantes actividades culturales, intelectuales y científicas, sino
vertebran el Sistema Educativo de la Nación y orientan o determinan los
contenidos de la educación.
La Familia, encuadrada en una organización
social que la promueva y custodie, respaldada por los bienes económicos
indispensables y dotada de los medios educativos de un ámbito social saneado y
equilibrado, cumple naturalmente una considerable tarea pedagógica. En este
marco entra la multitud de posibilidades de las organizaciones privadas,
dirigidas y mantenida por los padres.
La Iglesia Católica, tiene una múltiple
tarea educativa. No solo debe considerarse, dentro de la estructura de una
Sociedad Cristiana Justa, la misión inherente a la naturaleza divina de la
Iglesia y el carácter de su apostolado. La Iglesia cumple y seguirá cumpliendo
esa misión y ese apostolado, aún en países y sociedades no cristianas o
comunistas (tal como ocurre en Europa Oriental, por ejemplo).
La Iglesia cumple una función, también,
intelectual, científica y cultural que posibilita la expansión espiritual de la
Nación. En esa tarea el país posee importantes recursos para transformar la
masa amorfa en Pueblo Cristiano. Ello significa mantener el equilibrio interno
de la Nación y consolidar el Estado en tanto que estructura jurídica.
El Estado cumple a su vez una promoción y
una dirección de la tarea educativa, en armonía, con las restantes instancias.
Aquí es importante la transformación
completa de la educación pública en todos sus niveles. Es preciso, como norma
general, desterrar el Enciclopedismo Positivista, y sustituirlo por el método y
los contenidos de una enseñanza Humanística, de contenido religioso, cultural,
viviente operante
Las
fuerzas armadas
LAS FUERZAS ARMADAS son la expresión de la
Nación, constituyen una instancia Educativa del Estado Argentino, y sirven a la
consolidación Espiritual del Pueblo. La Milicia es un servicio, y no un
privilegio.
Las FF.AA. no solo son la Capacidad Militar
Defensiva y Ofensiva de la Nación, constituyen así mismo un aspecto de la
Conciencia Política del Estado. No deben estar politizadas, pero deben tener
una clara Conciencia Política Junto con la Iglesia Católica, las organizaciones
profesionales y gremiales, constituyen los Fundamentos Espirituales del Poder.
Las FF.AA. constituyen una instancia Civilizadora:
en la conquista de la tierra argentina, en la expansión técnica, en el acto
fundacional del Estado, que tiene en las FF.AA. un brazo de su actividad
creadora, las FF.AA. son eminentemente fundacionales. Este vínculo entre la
Fuerza y el Espíritu. Este vínculo elimina para siempre la escisión entre las
FF.AA. y el Pueblo, e impide una de las rutas de la Revolución Leninista.
Las FF.AA. integran las bases del Poder, y
en la organización política de un Estado justo, se desarrollan y consolidan al
servicio de la Nación. No existen ni deben existir, Fuerzas Armadas sin
Conciencia Política, desvinculadas de la Gestión Creadora y Promotora del
Estado.
Las FF.AA. tienen un papel preponderante en
el proceso de tecnificación, sobre todo para que esa tecnificación mantenga una
correcta relación con la Vida Nacional, que es siempre lo primero y para que
además se contemplen los múltiples aspectos de la defensa nacional.
Los
sindicatos
La organización sindical es parte
interviniente de una moderna estructura social.
No debe propugnarse una organización
pluralista.
Las organizaciones sindicales deben
intervenir en la promoción económica de la Nación. No constituyen solamente un
elemento de defensa social del obrero o del asalariado, sino de un principio de
justa intervención en la estructura de la Nación.
Los sindicatos o gremios constituyen la
organización del trabajo y la vertebración social que permite un equilibrio
justo en la distribución de los bienes.
Constituyen, asimismo, una de las bases del
Poder con la responsabilidad inherente a tal función. Ello significa un
servicio, y no un privilegio.
La
organización económico-financiera
La Nación, el Estado y el Pueblo tienen el
derecho a la posesión íntegra del aparato económico - financiero. Este es el
principio fundamental de una organización justa, que influye en la contextura
de la sociedad. Todo lo que se oponga a este principio debe ser drásticamente
eliminado.
Con este principio se adecua la iniciativa
privada (que no está excluída, por lo contrario, está justamente protegida) y
la colaboración de bienes y capitales exteriores, siempre que éstos se sometan
a la estructura económica de la Nación.
Dentro de este panorama encuadra el justo
reparto de la tierra, que resulta totalmente ineficaz dentro de una estructura
económica y financiera injusta, antinacional. Una reforma agraria practicada
sobre la base de las actuales condiciones, implica acentuar los problemas
sociales.
A ese justo reparto, debe sumarse una
adecuada distribución de los recursos de explotación; desde los estrictamente
financieros hasta los técnicos e instrumentales. No existe en el país verdadero
problema de reforma agraria, lo que existe es un abandono de la tierra,
instrumentado por las corrientes revolucionarias leninistas. Aquí se presenta
uno de los aspectos del Estado Fundacional que permite recuperar grandes
extensiones mostrencas, suscitar la fundación de pueblo y ciudades que
civilicen el inmenso territorio argentino, y resolver el problema de la
concentración urbana.
El Estado debe planificar el desarrollo
industrial, a través de un Consejo Ad-Hoc donde estén representados
empresarios, obreros, organizaciones técnico-profesionales, además del mismo
Estado.
Es preciso establecer que la política
económica no puede existir sin la Soberanía Política del Estado. La escisión de
estos dos aspectos, o la inversión de su relación jerárquica, implica abrir una
brecha por donde avanza la Revolución Leninista. Por ello el Estado no debe
reconocer tutelas de ninguna especie, ni la del Fondo Monetario Internacional,
ni ninguna otra.
El comercio con los países americanos,
especialmente con los vecinos, es fundamental para nuestra política. Nosotros
debemos industrializarnos, y por ello debemos completarnos económicamente con
los países vecinos y no solos con Europa y Estados Unidos, que ya está
industrializada y no quiere que lo hagamos nosotros; quieren que continuemos
dependiendo de ellos, valiéndose de nuestras materias primas y alimentos.
La Argentina debe entregar sus productos
alimenticios en trueque por hierro, carbón .y cobre chilenos; estaño de
Bolivia; las maderas de Paraguay y Chile; el carbón y el hierro de Perú, etc.
Brasil puede comprarnos todo el trigo exportable.
Una estabilización verdadera de nuestras
finanzas y de nuestra economía, ayudada por un sistema impositivo que no sea
expoliatorio como el actual, traería de retorno al país los capitales
emigrados.
Sería una suerte para el país que no
consiguiera más préstamos, pues eso nos obligaría a arreglar la situación con
lo que tenemos; y esta es una cosa perfectamente realizable, pues las riquezas
efectivas y potenciales del país son enormes, y solo hace falta que se las
maneje bien.
Una venta justa de los productos argentinos
significaría para el país un ingreso de divisas superiores a los capitales
importados.
Sinarquía
La "revolución leninista" se
desenvuelve ahora bajo la conducción de la Sinarquía, lo que equivale a señalar
la concentración de poderes aparentemente contrapuestos. En este sentido la
defensa de la Nación y del Estado requiere una correcta y sana aplicación de
los principios enunciados con anterioridad.
En la Sinarquía, intervienen los poderes
religiosos, encarnados en la vasta maniobra del judeo-cristianismo, que tiene
como forma ostensible de manifestación el ecumenismo, contrario a las mejores
tradiciones religiosas y patrióticas.
El Estado Argentino no reconocerá pues
ninguna de esas formas pseudoreligiosas, incluso aquellas que se escudan en la
autoridad eclesiástica y que adoptan diversas modalidades de presión y coerción
política.
El Estado Argentino procederá a excluir
aquellas tendencias del poder sinárquico eclesiástico, contrarias a la
soberanía y a la justicia, y promoverá una revisión total de sus relaciones con
la Iglesia según los principios de un recto entendimiento.
Los poderes sinárquicos intentan elaborar
otras bases de gobierno y Conducción política; opuestos a la soberanía
nacional. En este momento las tendencias integracionistas, en sus diversos
matices deben ser consideradas enemigas de la nación y del pueblo argentino. Es
preciso discernirlas y eliminarlas del horizonte político.
No podrá darse ninguna forma de justicia
social, si ésta desconoce el imperativo de la soberanía nacional de los
pueblos. En este sentido el estado Soberano no puede aceptar las tendencias
mundialistas, promarxistas de muchos documentos eclesiásticos, políticos y
económicos de las actuales instancias del poder internacional.
La promoción de la justicia social es el
resultado de la soberanía política y de la independencia económica. La
verdadera alianza de los pueblos hispanoamericanos se funda en esta premisa
fundamental. Por lo mismo son inaceptables todos los argumentos
integracionistas y desarrollistas, que so capa de una mejor realización
socio-económica tienden a erosionar y finalmente destruir las bases mismas y el
sentido último de la Nación.
(Principios de una política fundacional,
Mar del Plata, Editorial Montonera, Colección Estado Nuevo, Cuaderno 1, 1968).